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Autor Tema: La perversa moral de hacer caridad con lo ajeno...  (Leído 126 veces)

OCIN

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La perversa moral de hacer caridad con lo ajeno...
« en: Junio 04, 2016, 11:03:05 am »
Por...  Marí­a Marty



Marí­a Marty...  considera que la práctica de ser generoso con lo ajeno no es otra cosa que violar el derecho de propiedad y convierte a la ví­ctima en delincuente.



Imagina este escenario. Llegás a tu casa luego de un intenso dí­a de trabajo. Estás disfrutando de un merecido descanso y de aquellas cosas agradables que pudiste comprar gracias a tu propio esfuerzo.

Al rato escuchas un golpeteo en la puerta de entrada. Del otro lado te encuentras con un completo desconocido que dice ser tu vecino. Antes de que puedas saludarlo, te dice que viene a llevarse lo que le corresponde. Lo mirás con cara de “no entiendo de quíé me hablas”, así­ que te repite, esta vez con mayor lentitud, que viene a reclamar su porcentaje de tus ingresos.

En ese momento comienzas a dudar si debes llamar a la policí­a, hasta que íél mismo te amenaza con llamarla si no procedes a entregarle lo que te está exigiendo.

En un esfuerzo por mantener la calma le preguntas quíé derecho tiene íél a realizar ese reclamo, a lo que responde:

“Tengo cinco hijos a los que alimentar. Mi hermana, que no tuvo mi suerte, tiene que hacer un tratamiento de fertilización asistida para quedar embarazada. Mi hermano que es cientí­fico quiere investigar la evolución del mono sudamericano y su hijo de tres años, que es mi sobrino, tiene que ir al colegio. Tenemos necesidades que satisfacer, pero no los recursos. Así­ que tengo algunos derechos sobre usted, ¿no le parece?”, explica con cierto tono prepotente.

En ese momento te pellizcas para chequear que no estás alucinando, pero todo es muy real. Así­ que luego de salir de tu asombro, le cierras la puerta en la cara y continúas con tu vida normal.

Aquí­ está la cuestión de suma importancia: ¿por quíé aquello que consideramos una locura viniendo de nuestro vecino desconocido, lo consideramos algo lógico y noble cuando el vecino desconocido, en vez de presentarse personalmente, manda a un intermediario llamado Gobierno?

¿Quíé nos sucede que cada vez que se menciona la palabra “Gobierno” o “ley” todo se vuelve confuso y nuestro cerebro deja de funcionar? ¿Por quíé esas dos palabras pueden, mágicamente, transformar toda inmoralidad e injusticia en algo completamente decente y justificado? ¿Por quíé lo que no le permitirí­amos normalmente a nuestro vecino se lo permitimos a quien justamente deberí­a velar por nuestra propiedad y no arremeter contra ella?

En la realidad, la historia de arriba tiene un final muy diferente. El vecino entra en tu casa y se lleva lo que considera necesario. Antes de irse, te palmea la espalda y te dice que deberí­as estar orgulloso de cumplir con tu deber, a diferencia de otros delincuentes que deciden esconder sus ingresos para no colaborar.

Seamos honestos. Si el Gobierno y la Ley no estuvieran implicados, nadie dudarí­a en calificar la situación como un “robo” simple y llano. Pero la esencia de un acto no cambia porque el Gobierno y la Ley estíén implicados. Como mucho, puede transformar la acción en legal, pero no por ello en moral.

Muchos de los argumentos que tratan de justificar el cobro de impuestos, alegan que el problema no está en su naturaleza coercitiva sino en lograr establecer un porcentaje “razonable” de impuestos a cobrar y en encontrar a un polí­tico honesto que haga una buena utilización de los mismos.

¿Quíé es un porcentaje “razonable”? Nadie lo define. Lo razonable para el demócrata estadounidense, Bernie Sanders, puede diferir mucho de lo que pudo ser razonable para Thomas Jefferson. Lo que considera razonable Nicolás Maduro debe tambiíén diferir de lo que considera razonable el Primer Ministro de Australia.

“Razonable” puede ser un 2% o un 99% de los ingresos, dependiendo la inclinación polí­tica del gobernante de turno y su visión de cuáles son las funciones del Estado.

Por otro lado, se dice que el cobro de impuestos está justificado en la medida que se haga una buena utilización de los mismos. Pero nuevamente, “buena utilización” es un concepto muy amplio que requerirí­a que todos compartiíéramos la misma escala de valores.

Con todas las necesidades insatisfechas que hay, ¿quíé serí­a una buena utilización de los recursos? ¿Hacer una ruta en un lugar inhóspito o un nuevo hospital? ¿Mantener una lí­nea aíérea de bandera o aumentar los sueldos a los maestros? Una buena utilización según la visión de uno, puede ser una píésima utilización en la visión de otro.

Por último, está el argumento que se centra en la honestidad. Si el gobernante no es corrupto y no se roba lo recaudado, entonces el cobro de impuestos está justificado desde el punto de vista moral. Llevado al caso de nuestro ejemplo anterior: si el vecino reparte lo que se robó y no se queda nada para íél, entonces su accionar está justificado.

Hemos llegado a una situación donde ya no nos preguntamos acerca de la naturaleza moral de los actos, sino simplemente acerca de su conveniencia y legalidad. El fin ha pasado a justificar los medios y la ley ha pasado a sustituir el concepto de derecho y justicia.

La polí­tica de ser generoso con lo ajeno —que no es otra cosa que la polí­tica de violar el derecho de propiedad— ha transformado al victimario en noble y a la ví­ctima en delincuente. Ha generado, como era de esperarse, las consecuencias lógicas de su errada moralidad: desde evasión y paraí­sos fiscales, hasta vagancia, falta de productividad, huelgas y violencia.

La solución es volver a limitar al Gobierno y a la ley a su función objetiva, libre del peligro del capricho, visión o carácter moral del gobernante de turno. Su función de proteger el derecho a la vida, la libertad y la propiedad de todos los individuos por igual.

Mientras siga jugando al que “parte y reparte (llevándose la mejor parte)” continuará arruinando sociedades. Y más rápido las arruinará cuanto más generoso con lo ajeno decida ser.


Suerte en sus vidas...


•... “Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo, poder correr todos los días”...
 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...