Por... Paul Mueller
Paul Mueller... describe los cuatro principios que Adam Smith consideraba que debían guiar una buena política tributaria.
Adam Smith dedicó una porción significativa de La riqueza de las naciones al asunto de la tributación. ¿A quiíén se le deberían cobrar impuestos, cuánto, con quíé propósito y de quíé manera? Las primeras páginas de la segunda parte del Libro V delinean los principios de Smith, o sus aforismos, acerca de la tributación. El resto de esa sección examina políticas tributarias históricas a lo largo de Europa y cómo estas frecuentemente fracasaban en cumplir con estos aforismos.
Smith argumentaba que los impuestos deberían ser proporcionales al beneficio que una persona recibe de vivir en sociedad. Debería haber proporcionalidad a lo largo de los niveles de ingreso y de las fuentes de ingreso como la renta, las ganancias y los salarios. En un punto Smith si menciona que hacer que algunos impuestos recaigan desproporcionadamente sobre los ricos, tales como los impuestos sobre los bienes de lujo, no es algo tan malo. Pero enfatiza la proporcionalidad como el principio general: “Los súbditos de cualquier estado deben contribuir al sostenimiento del gobierno en la medida de lo posible en proporción a sus respectivas capacidades; es decir, en proporción al ingreso del que respectivamente disfrutan bajo la protección del estadoâ€.
Smith utiliza la analogía de una empresa conjunta para comparar la tributación a “el gasto de la administración de una gran finca para los copropietarios, que están obligados a contribuir en proporción a sus intereses respectivos en dicha fincaâ€. Los contribuyentes son como accionistas. Accionistas más importantes en una empresa contribuyen más mientras que los accionistas menos importantes contribuyen menos. Esto suena similar a la teoría de Nozick de un estado privado o a otras propuestas de libertarios de hacer de las municipalidades algo más parecido a los hoteles. Como indiquíé en mi discusión inicial de Smith y el libertarismo, sin embargo, Smith concede que los estados deberían hacer muchas cosas que minimalistas como Nozick o anarquistas como Rothbard rechazarían.
El segundo aforismo de Smith es que “El impuesto que cada individuo debe pagar debe ser cierto y no arbitrario. El momento del pago, la forma del mismo, la cantidad a pagar, todos deben resultar meridianamente claros para el contribuyente y para cualquier otra personaâ€. Tener impuestos conocidos y predecibles permite que la gente calcule y planifique mejor. Las reglas claras del juego fomentan más inversión, productividad e innovación. El tema de la predictibilidad lo trata ampliamente Hayek en varios trabajos, pero más claramente en su discusión acerca del Estado de Derecho en la Constitución de la libertad.
Sin leyes tributarias claras y predecibles, el riesgo de abuso por parte de los recaudadores de impuestos aumenta rápidamente. El código tributario laberíntico y los recientes abusos por parte del IRS (Servicio de Rentas Internas, por sus siglas en inglíés) muestra la verdad y premonición de los aforismos de Smith. Con leyes tributarias complejas y arbitrarias: “cada persona sujeta al impuesto se halla en cierta medida en manos del recaudador, que puede aumentar el impuesto sobre algún contribuyente molesto o arrancarle, por su terror ante tal incremento, alguna propina o regaloâ€.
En cambio, el tercer aforismo de Smith es que los impuestos deberían ser fáciles y convenientes para el contribuyente. Esto significa que “Todos los impuestos deben ser recaudados en el momento y la forma que probablemente resulten más convenientes para el contribuyenteâ€. En este sentido, al menos, considero que Smith aplaudiría las retenciones automáticas —aunque quizás las rechazaría por cómo permite que los gobiernos cobren impuestos a la gente más allá de lo que ellos se dan cuenta.
El cuarto aforismo de Smith acerca de la buena política tributaria es limitar las píérdidas de “peso muerto†o eficiencia: “Todos los impuestos deben estar diseñados para extraer de los bolsillos de los contribuyentes o para impedir que entre en ellos la menor suma posible más allá de lo que ingresan en el tesoro público del estado". í‰l utiliza la palabra “extraer†para referirse al dinero tomado de la gente e “impedir†para referirse al ingreso no realizado debido a las cargas tributarias, las distorsiones y los desincentivos. í‰l describe cuatro formas en las que los impuestos pueden crear píérdidas de eficiencia. Primero, está el costo de contratar recaudadores de impuestos para recaudar y procesar los impuestos. Mientras más gasta un país pagándole a gente para recaude sus impuestos, menos recaudación adicional tendrá para gastar en otras áreas. Segundo, los impuestos pueden desalentar la industria. Los impuestos altos o los impuestos sobre las industrias con una demanda altamente elástica resultarán en una producción menor y quizás incluso una menor recaudación a lo largo del tiempo.
Tercero, las tasas impositivas ruinosas fomentarán la evasión tributaria y la actividad en el mercado negro.
Cuarto, pagar impuestos es simplemente molestoso y oneroso. Esta cuarta categoría puede ser la píérdida de eficiencia más grande en EE.UU. hoy, conforme decenas de miles de personas son empleadas como contadores tributarios y abogados tributarios. Además, contribuyentes individuales gastan millones de horas cada año en declarar impuestos. Estos costos claramente son costos de eficiencia y reducen la eficiencia económica.
Los aforismos de Smith acerca de la buena tributación no son tan novedosos hoy como lo eran cuando los escribió. Muchos economistas están de acuerdo de que impuestos más sencillos y justos promoverán el crecimiento económico. Pero dada la complejidad, obscuridad, y arbitrariedad de nuestro actual código tributario, nunca hace mal recordarle a la gente que hemos sabido acerca de los buenos principios de la tributación por cientos de años. Todo estaba allí en lo que escribió Adam Smith.