Por... Jorge Suárez-Víélez
El reciente ataque al TLCAN por parte del nuevo inquilino en la Casa Blanca generó confusión. Conforme las aguas toman su nivel, movamos el reflector hacia otras cuestiones. Dejemos claro que con o sin TLCAN, a Míéxico se le está agotando el tiempo.
Sí, la industrialización que el acuerdo comercial ha fomentado es muy importante. Míéxico ha demostrado que es un país capaz de competitividad, que nuestros trabajadores funcionan bien con entrenamiento e incentivos adecuados, y que somos capaces de ir agregando cada vez más valor en las cadenas de suministro.
Sin embargo, la velocidad a la que íéstas se están transformando está aumentando, y nuestras ventajas relativas —geográficas, de costo laboral, de escala— serán cada vez menos relevantes, conforme la revolución tecnológica que vivimos se arraigue. Si se puede producir un bien único, en forma remota y con eficiencia utilizando impresoras digitales, por ejemplo, la escala deja de ser relevantes. Conforme los procesos de automatización y robotización avancen, y lo hacen a un paso vertiginoso, el elemento dominante será el capital —no la mano de obra— y el acceso a íéste y la capacidad para invertirlo definen el íéxito.
Las grandes empresas mexicanas están en sectores tradicionales que, en el mejor de los casos, tendrán un crecimiento y valuación de mercado modestos, pero que en muchos casos sufrirán una disrupción seria e incluso una amenaza existencial ya evidente. Les será más difícil hacerse de capital que estará dispuesto a pagar más por participar en sectores más dinámicos. En muchos casos, siguen generando flujo importante, pero se vuelve urgente que se diversifiquen hacia sectores y negocios que tendrán un crecimiento mucho más acelerado, aunque se encuentran fuera de su zona de confort.
Si consideramos que, además, nuestra población tambiíén envejecerá, tenemos aún menos tiempo para adaptarnos y armar un modelo económico que potencialmente genere el crecimiento que nos urge. Es imprescindible educar a nuestra población, mientras todavía es joven, no para darles títulos universitarios, sino para dotarla de habilidades mercadeables. Será infinitamente más probable que encuentre un buen trabajo un joven que sabe programar (aunque no tenga título), o que entiende cómo utilizar redes sociales para promover productos o servicios, que uno que sea 'licenciado en comunicación'. Mientras nos peleamos sobre si hay que evaluar maestros o no, o le damos tabletas a los jóvenes en escuelas públicas que no tienen WiFi, hay millones de niños aprendiendo a programar, como aprender a leer, desde preescolar en Estados Unidos, Europa o Singapur.
Además de inversión privada, requerimos de alta eficiencia en el uso de recursos públicos para invertir en temas de infraestructura, o en modelos que detonen inversión privada. Sin embargo, este será el primer año en el que el pago de intereses por la deuda del gobierno excederá al gasto total en inversión pública.
Esto ocurre cuando nuestra recaudación de impuestos es históricamente alta. ¿A dónde se ha ido ese dinero? A gasto corriente.
Esto equivale a irnos de vacaciones cargándole todo a la tarjeta de críédito. Aseguramos que nuestro consumo futuro será menor, porque gastamos el ingreso antes de generarlo.
Peor aún, sabemos que una parte importante del gasto se va en transferencias a estados, donde ha habido altos niveles de corrupción.
El problema de la corrupción es que, además de que invertimos poco (menos de 3.0 por ciento del PIB), el gasto público se sesga en función de quíé le permite al funcionario público enriquecerse más. No se piensa en cuál es el mejor destino que podría dársele al gasto, en dónde puede tener más impacto ese peso de recursos públicos que voy a gastar, dónde puede atraer inversión privada que lo complemente, sino dónde puede íél beneficiarse más. Es una vergí¼enza poder asegurar que varios miembros del presente gabinete, y otros funcionarios menores, saldrán de este sexenio con suficiente riqueza para varias generaciones de sus familias.
Peor aún, en casos tan grotescos como el de Quintana Roo, donde Borge armó un sistema para robar que Vito Corleone envidiaría, el daño va infinitamente más allá de su estado. Imaginemos la cara de un pobre inversionista canadiense que se enamoró de Playa del Carmen, por ejemplo, se compró un departamento para refugiarse ahí de los gíélidos inviernos de su país, y cuando vuelve al año siguiente se encuentra a alguien más habitándolo porque fue despojado de íéste por medio de una demanda laboral que provocó su embargo, y de la cual el dueño legítimo jamás se enteró. Esas historias se cuentan y comparten en forma viral y asustan no sólo a quien invierte en inmuebles, sino tambiíén a quien lo haría en proyectos mucho mayores.
Para rematar, el señor López, adelante en las encuestas para 2018, dice que íél resolverá el problema de desempleo poniendo a la gente a sembrar árboles frutales y construyendo carreteras en Oaxaca.
Garantizaría que Míéxico sea, permanentemente, un país pobre. El tiempo se agota.