Por... Guadi Calvo
India nunca fue un país sencillo para interpretar, con una población en torno de los 1200 millones de habitantes y una religiosidad que excede a todo lo conocido navega de manera tormentosa entre la modernidad y la tradición.
Desde los años noventa India ha tenido un monumental impulso en las nuevas tecnologías por lo que ha llegado a convertirse en el mayor exportador mundial de software y servicios informáticos, además de contar con la mayor cantidad de ingenieros en esa industria y ser el tercero con mayor mano de obra especializada.
A pesar de ello sus tradiciones siguen inmodificables bajo los preceptos del rígido Manu-samjitaa (Código de Manu), que 1500 años A.C. ha impuesto el sistema de casta, que si bien se puede clasificar en cuatro castas perfectamente definidas, los yatis (familias) representan en si miles de subdivisiones en el interior de cada una.
Con el triunfo del ultraderechista Bharatiya Janata Party (Partido Popular Indio) en las elecciones de 2014, que impusieron como Ministro a Narendra Modi, un neoliberal con raigambre filo nazi y perteneciente a la Rashtriya Swayamsevak Sangh (Asociación de Voluntarios Nacionales), una organización paramilitar que remite abiertamente en sus principio y su simbología al nacionalsocialismo alemán, los sectores más conservadores de país, se han sentido avalados para reinstaurar las normas más estrictas del Hinduismo, la religión que, con sus variantes, practica más el 80 % de los hindúes.
El fanatismo religioso, que ha comenzado a sentirse fuertemente en la sociedad rememora los peores momentos de los constantes choques religiosos, étnicos y culturales, que han dejado cientos de miles de muertos a lo largo de la historia moderna de la India independiente.
Desde la asunción de Modi, se han reiterado los ataques contra miembros de la “minoría” musulmana con aproximadamente unos 130 millones de practicantes. Se utiliza como excusa el consumo de carne, particularmente de vaca, prohibido con algunas excepciones por el Manu-samjitaa que dice: “Son asesinos tanto el hombre que permite (la muerte de un animal), el que lo mata, el que lo corta en pedazos, el que lo vende, el que lo compra, el que cocina la carne, el que la sirve y el que la come”. Faltar a estas normas del Código convierte al infractor en un ráksasa o caníbal. En los tres años de gobierno de Modi, se han registrado más de 70 linchamientos y la tendencia es creciente, a pesar de que India es el mayor exportador de ganado bovino.
Esa contradicción ha sido producto del gobierno del antecesor de Modi, Manmohan Singh del Partido del Congreso de la dinastía Nehru-Gandhi, que llevó a cabo la denominada “Revolución Rosa" (por el color de la carne), que buscaba promover esa industria, impulsando una serie de leyes a las que la entonces principal fuerza de la oposición y hoy gobierno el Bharatiya Janata Party (BJP) se opuso, siendo que el propio Narendra Modi las denunció como medidas “pecaminosas”.
Muchas de las fuerzas que acompañan al actual gobierno, incluso el poderoso Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), han insistido en terminar con la “Revolución Rosa”, quitando subsidios a esta industria que cuenta con grandes mataderos y también faena gran parte del ganado en Bangladesh, país musulmán, y en dar impulso a la agricultura.
Grupos de fundamentalistas hinduistas se han armado y vigilan las poblaciones para controlar que se respeten a las reses. Vigilan, acusan y ejecutan, aproximándose cada vez más a un nuevo estallido de violencia interreligiosa.
Con la llegada de Modi, el nacionalismo hindú, se ha vigorizado y desde ya ha puesto en la mira de sus objetivos a la siempre crítica Cachemira, la región en disputa con Pakistán, la única potencia nuclear del Islam con quien India ha mantenido tres guerras (1947, 1965, 1971) e infinidad de constantes incidentes desde su partición en 1947.
Para algunos analistas la cuestión de la reforma económica en pos de desalentar la industria de la carne, en procura de principios religiosos, se objetiva en ahondar el conflicto social entre hindúes y musulmanes, reforzar las jerarquías sociales contra las castas inferiores y algunas etnias segregadas, restableciendo lo que se conoce como la hindutva (el ser hindú)
La ardiente frontera hindú
Desde las seis últimas semanas en la frontera entre China e India, de más de 4 mil kilómetros, ha comenzado a incrementarse la presencia militar de los dos países. Es importante tener en cuenta que ya ambas naciones mantuvieron una guerra en 1962 por la región de Arunachal Pradesh, que todavía sigue en disputa y el sector de Cachemira de Aksai Chin, el que Delhi imputa a Beijing de ocupar ilegalmente.
Este nuevo desencuentro también incluye a la región cachemir de Gilgit Baltistan, administrada por Pakistán, y reclamada históricamente por la India, que forma parte del mega proyecto chino de la “Ruta de la Seda”, para vincular vía terrestre el Lejano Oriente con Europa. Un plan, en el que, desde fines del 2007, se encuentran comprometidos Alemania, Rusia y China, con el trazado de ferrocarril de Moscú. La continuidad de este plan permitiría que los productos chinos alcancen en 15 días Londres, a cambió de los 40 que hoy demoran por vía marítima.
La actual crisis se centra en una meseta perteneciente a Bhután, un aliado hindú que no tiene relaciones con China, conocida como Donglang para China y Doklam para India, y es la más grave que ha surgido entre estas dos naciones desde 1967, cuando estalló un breve enfrentamiento armado.
Esta meseta, a la que China hace más de un mes ha enviado 300 hombres que se ubicaron a 150 metros de un contingente hindú establecido en las cercanías de donde construirá una carretera fronteriza, lleva a un estratégico estrecho conocido como el corredor de Siliguri o “el cuello de pollo”. Esta franja de entre veinte y sesenta kilómetros de ancho es la principal vía de comunicación terrestre entre las siete provincias indias del nordeste, conocidas como “las siete hermanas pequeñas” de 12 mil kilómetros cuadrados, y el resto de país. Para India la concreción de los planes chinos sería una cuestión altamente delicada, ya que también vincula a Nueva Delhi, con lo que se conoce como el patio trasero hindú: Nepal, Bhután, Myanmar, Bangladesh. Una región en la que China está tratando de penetrar.
La pulseada entre los dos gigantes, comenzada a mediados de junio, decidirá la inmediata dirección que podrían tomar el resto de esas naciones. Si bien un enfrentamiento armado es altamente improbable, desde hace semanas la escalada ha ido en aumento con un constante arribo de tropas a ambos lados de la frontera y donde se están levantando bunkers, posicionado nidos de ametralladoras y sembrando minas antipersonales.
India, en estos últimos diez años, incrementó su infraestructura militar en la zona, incluyendo un nuevo cuerpo de montaña de 90 mil efectivos a lo largo de su frontera noreste. Además, Delhi ha movilizado unos 2500 soldados extras a zonas cercanas, mientras se sabe que Beijing está en condiciones de transportar varias divisiones solo en un par de días si la situación en la meseta se complicara.
A pesar de que el presidente chino Xi Jinping y el primer ministro indio Narenda Modi se reunieron en la primera semana de julio en el marco de última cumbre del G-20 en Hamburgo, la tensión siguió en aumento, a lo que habrá influenciado el reciente veto por parte de China, del ingreso de India, como socio permanente, al Grupo de Proveedores Nucleares. Quizás en el diálogo de seguridad de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que se celebra en Beijing los días 27 y 28 de julio, pueda avanzarse hacia la distención.
De abrirse el plano, podríamos observar que la avanzada China en la frontera con India, se repite en el mar Meridional de la China, donde Beijing también pretende dejar en claro sus pretensiones; las profundas desavenencias entre Pakistán y Estados Unidos de estos últimos meses también podrían inscribirse en el nuevo estado de situación, respecto a la Ruta de la Seda, cuya concreción sería para Washington una noticia trágica y mucho más con las nuevas propuestas económicas de Trump para su país.
Sumado a eso, la reciente visita del Premier Indio a Israel, donde fue recibido con toda la pompa por Benjamín Netanyahu quién señaló el carácter “histórico” de la misma , contradice la postura pro palestina que India siempre mantuvo en el conflicto con el régimen sionista. El gobierno de Modi ha modificado, más allá de su ideología neonazi, esta postura que se expresó en el hecho de no visitar al presidente palestino, Mahmud Abás, ni a los territorios usurpados, contradiciendo lo que es una tradición en la diplomacia mundial de que cuándo un líder mundial llega a la zona se reúna con las dos partes en conflicto.
Modi se centró durante las 48 horas de su estadía en Tel-Aviv en fortificar lazos comerciales y políticos que incluyen, obviamente, la compra de armas por parte de Delhi, a los que Israel, responderá acompañando diplomáticamente a la India en su disputa de Cachemira con Pakistán.
Lejos de relajar las siempre tensas relaciones políticas de la región, Modi parece haber llegado para seguir profundizando el malestar, si se puede todavía más.