Los estados occidentales, al tomar participaciones en las empresas del sector financiero están desandando el camino andado desde finales de los años setenta. Hace tres díécadas, los gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido iniciaron programas de privatizaciones, a fin de hacer una “cura de adelgazamiento†al Estado.
Estados ambos que observaban cómo las arcas públicas estaban necesitadas de recursos, a su vez, era un momento inmejorable para mejorar la gestión de muchas empresas demasiado burocratizadas.
Coincide que, los gobiernos que tomaron este tipo de decisiones en su tiempo, eran gobiernos de ideología liberal en lo económico y conservadores en lo social, pero esto sólo pasó al principio ya que de inmediato se subieron al carro gobiernos de corte socialdemócrata.
Este tipo de intervención de los Gobiernos se produjo fundamentalmente a partir de la segunda guerra mundial, para favorecer de manera notable la reconstrucción. España no fue ninguna excepción.
En algunos países la participación del Estado en la economía era notable. En el Reino Unido, sin ir más lejos, la aportación de las empresas públicas al P.I.B. era de más del 11%. Esta situación era común a lo largo de toda Europa, el Estado se hacía con empresas para evitar su caída o las compraba con intención de acometer de esta manera procesos de modernización industrial.
De esta manera, a finales de los años setenta, los estados europeos eran propietarios de las mayores empresas de telecomunicaciones, electricidad, petróleo, fabricantes de coches, camiones, aviones, bancos, siderurgias, transporte aíéreo y marítimo, tabaqueras o productoras de fertilizantes.
Si se tomaba como indicador de eficacia, esta participación no estaba justificada para los expertos y se tomó la decisión de comenzar una serie de privatizaciones que supuso unos ingresos astronómicos para las arcas públicas de muchos estados. A modo de dato decirles que sólo las privatizaciones que tuvieron lugar en los años noventa supusieron una cifra cercana al billón de dólares.
Este tipo de operaciones no se produjo de la misma manera, unas empresas se vendieron directamente. Otras mediante concurso. Las empresas más grandes salieron a Bolsa, poniíéndose en muchos casos, la totalidad de acciones a la venta.
En otros casos el Estado se reservó un paquete de acciones, del que con el tiempo se fue desprendiendo.
De manera excepcional, y cuando se consideraba que la empresa pertenecía a algún sector considerado como estratíégico, algunos gobiernos inventaron una fórmula para poder seguir teniendo poder de decisión aunque fuesen socios minoritarios, es la famosa “acción de oro†que no viene a ser más que un derecho de veto.
Pero en fin, no creo que debamos mirar atrás, no podemos volver atrás, debemos ir hacia delante. Para ello necesitaríamos de una autoridad mundial que avisara a los inversores de cuándo el sistema necesita de pequeños ajustes, para acometerlos sin tardanza, con rapidez y eficacia, y evitar así la catástrofe, no siendo necesarias de esta manera las operaciones de rescate a las que se han visto abocados los estados occidentales al entrar en el capital de muchos bancos.
¿Quiíén de ustedes se había imaginado la figura del estado banquero?
Salud y suerte en sus inversiones, la vamos a necesitar.