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"Los egríégoro"

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Scientia:
 La definición y comprensión de "egríégoro" (tambiíén "egregor")  aporta una explicación satisfactoria a muchos fenómenos casi cotidianamente experimentados o discutidos dentro de las ciencias del espí­ritu.

Es casi una discusión clásica del espiritualismo si muchos de los eventos que apuntan a señalar la existencia de ciertas "presencias", realmente se deben a manifestaciones inteligentes exteriores al o los testigos (espí­ritus de personas fallecidas, entidades de distinto nivel de manifestación, ángeles, extraterrestres...) o sólo se trata de expresiones parapsí­quicas de los protagonistas, fenómenos producidos por sus propias mentes pero que en virtud del medio cultural en que se mueven o las creencias preexistentes se "dramatizan" como entes ajenos a quien cree percibirlos. Así­, toda una corriente de la que se llama "Parapsicologí­a cientí­fica" sostiene que no existirí­an los espí­ritus -o seres espirituales- como tales, sino que se tratarí­a de una constelación de fenómenos parapsicológicos producidos por individuos vivos, que, en virtud de sus expectativas, asumen las caracterí­sticas que se espera de ellos como seres ajenos a sí­ mismos. A ello se opone una corriente "espiritualista" que tiende a ver, precisamente, la acción de esos seres aun detrás de episodios quizás más cercanos a las manifestaciones inconscientes del sujeto.

Este verdadero maniqueí­smo olvida, entonces, el concepto de "egríégoro", a mitad de camino entre ambos. Según este tíérmino, pueden producirse condensaciones de pensamientos grupales, que podrí­an llegar a adquirir cierta autonomí­a, cierta independencia psí­quica, pero necesariamente existe sólo como una función de ese pensamiento grupal (aquí­ estoy empleando la palabra "función" en el sentido matemático que se le da a la expresión: una cifra variable en relación a otra). Para entender su gíénesis, deberí­amos establecer un paralelismo con la idea de los "complejos", tan cara a la moderna Psicologí­a.

Scientia:
Un complejo es, básicamente, un conjunto de elementos psicológicos que adquieren una relación intrí­nseca dentro de la esfera psí­quica de una persona, habitualmente disparado por un hecho traumático y que, aglutinando elementos de ese psiquismo -reales o imaginarios- alrededor del recuerdo conciente o inconsciente del hecho traumático, condiciona la personalidad, adquiriendo en ocasiones cierto control sobre la misma, pero, como un parásito, existe sólo a expensas de ella, pero no sin ella.

Tomemos un ejemplo sencillo. En el inconsciente colectivo de todos nosotros (para más información sobre Inconsciente Colectivo, remito a las obras de Carl Jung,  existe como arquetipo el temor a la oscuridad. Esto es innato e inherente a toda la especie humana (precisamente por eso es arquetí­pico), un atavismo que nos remite a íépocas prehistóricas, particularmente anteriores al descubrimiento de míétodos artificiales para producir fuego, en las que el hombre primitivo, de dí­a, dominaba las sabanas y praderas, era el cazador; pero al oscurecer, al caer la noche, la falta de luz le convertí­a en la presa, el cazado. Oscuridad fue, durante centenares de miles de años, sinónimo del peligro de los grandes carniceros nocturnos acechando en las sombras. Ese temor se imprimió en nuestros genes al punto que, como un reflejo condicionado, en estos tiempos de luminarias elíéctricas y ciudades sin fieras (animales, cuanto menos) el miedo subsiste. Generalmente, en todos nosotros sublimado como el temor a lo desconocido, y tambiíén como el temor al cambio. (La ecuación serí­a: oscuridad = desconocido; cambio = desconocido). Si el temor a la oscuridad es tan evidente en los pequeños, lo es sólo en función de que los mecanismos de represión, de adaptación al medio y de racionalización no se encuentran tan desarrollados como en los adultos, que con ellos minimizan su manifestación.

Scientia:
Bien. A los efectos de nuestro ejemplo, supongamos que un niño, digamos, de once años, regresa una noche a su casa luego de jugar en la de un amiguito. En íél late, aunque no lo sabe quizás, el "miedo a la oscuridad" arquetí­pico. Y supongamos tambiíén que un chusco pariente, por hacer una broma, espera agazapado su paso detrás de un árbol para darle un soberano susto. Si las condiciones psicológicas son propicias, este evento desencadenará un "trauma" en el niño que, si no es elaborado a a, persistirá. ¿De quíé forma?. Pues, aglutinando (hablo en sentido figurado) a su alrededor, durante los años siguientes, todos los hechos formal o simbólicamente identificables con ese hecho traumático. Así­, se va formando un "quiste" en el inconsciente, que engorda y crece con cada nueva experiencia cuya semiótica es afí­n al "miedo a la oscuridad = desconocido = cambio". Ya adulto, este "complejo" (pues ello es lo que se ha formado) puede condicionar y "controlar" muchos aspectos de la vida del sujeto, desde el simple caso que desista de un empleo mucho mejor remunerado sólo porque implique horarios nocturnos, hasta el más sutil que le coarte la libertad de arriesgarse a nuevas oportunidades por aquella ya mencionada sublimación del miedo a la oscuridad. Este complejo ha pasado a "imponer" pautas en la vida del sujeto que no son producto de una elección conciente. Pero ese complejo, un parásito que se alimenta de sus vivencias y que hace que algunas personas con complejos sean en realidad complejos con personas, no puede ser independiente; obviamente, si el sujeto fallece, el complejo desaparece con íél.

 "A nivel de la psicologí­a colectiva (espacial y temporalmente) tambiíén se generan complejos, cuando las razas y los pueblos sufren "traumas" que quedan fijados en el Inconsciente Colectivo. Hace algunos miles de años, determinadas circunstancias (nos extenderí­amos innecesariamente detallándolas aquí­) hicieron que la Ciencia y la Religión que hasta ese entonces habí­an formado un solo cuerpo (al punto que los sacerdotes eran tambiíén los cientí­ficos) se separaran abruptamente. Hoy todaví­a estamos sufriendo las consecuencias de ese hecho, pues muchos de los males del hombre contemporáneo nacen del divorcio de esas dos esferas imprescindibles en la realización fí­sica, mental y espiritual del hombre.

Scientia:


Si el inconsciente colectivo de la Humanidad puede generar entidades no existentes previamente pero que adquieren despuíés fuerza vital, cierto discernimiento y autonomí­a (algo así­ como un "parásito del inconsciente colectivo"), uno puede deducir dos conclusiones fundamentales: una, que quizás el gran secreto del Ocultismo sea el hecho que no importa realmente si aquellas cosas en las que creemos realmente han existido originariamente o no, ya que el hecho de sostenerla a travíés de los siglos terminó por hacerlas realidad.

La segunda, que un grupo de personas (una agrupación religiosa, un pueblo, un colectivo de sujetos), como parte microcósmica de ese inconsciente colectivo, formando lo que ya llamamos un "inconsciente grupal" puede generar sus propias "entidades parasitarias" o "entidades-complejo", por definirlas de alguna forma. Debe comprenderse aquí­ que si bien los tíérminos "parásito" y "complejo" generalmente adquieren connotaciones negativas, bien podemos aceptar que ese grupo de personas pueden generar, por el concurso de sus pensamientos, sus energí­as, el sostenimiento de las mismas a travíés del tiempo, entidades positivas a las que seguiremos denominando con esas expresiones sólo por una cuestión de comodidad literaria.

Lo que sostenemos, concretamente, es esto: puedo reunirme con un grupo de personas -el número serí­a anecdótico, y tendrí­a más que ver con los tiempos y la intensidad de las manifestaciones, pero no con la realidad del hecho en sí­ "inventar" una entidad, dotarla de peculiaridades distinguibles, crearle una historia, una imagen y un poder, alimentarla psí­quica o espiritualmente, y luego de un tiempo esa entidad "existirT, autónomamente de nosotros, pero necesariamente dependiente de nuestras raí­ces. Si el grupo se desvincula, y otro no toma la "posta", la entidad, el egríégoro, se disolverá como el conjunto fí­sico de sus partes constituitivas.

Scientia:
De resultas de lo cual, entonces, muchas de esas "entidades" que pululan por ah í­, y sobre las que se discute si realmente existen fuera de la Humanidad o son solamente el producto de algunas mentes, bien podrí­an ser estas creaciones psí­quicas que, debo repetirlo, no significa que sean "alucinatorias" e irreales, que sus acciones sean meras malinterpretaciones, juegos de nuestras mentes o fenómenos paranormales que producimos espontánea e involuntariamente y a los cuales les atribuimos una identidad equivocada. Existen por sí­ mismas, pero gracias a que han sido creadas por nosotros.

Las sesiones de Ouija -sobre las que volveremos en otra oportunidad- las invocaciones y la devoción de determinados santos, las "presencias", en ocasiones con su carga de maldición sobre ciertas familias a travíés de los siglos serí­an ejemplos de egríégoros. Y los mismos, en ocasiones con lo que tíécnicamente se denomina en Parapsicologí­a "ideoplastias" (las formas de pensamiento que los tibetanos conocen como tulpas) podrí­an establecer afortunadas simbiosis de recí­proco beneficio: las materializaciones perceptibles de ciertas emociones o imágenes mentales alimentarí­an aún más al egríégoro, el cual, a travíés de esa manifestación, se harí­a más "creí­ble" para las masas que reciclarí­an así­ su devoción o temor. Porque -esto debe ser evidente- una forma mental como el egríégoro se alimentará de materia mental: ideas intensas, sentimientos positivos o negativos, etc.

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