Un complejo es, básicamente, un conjunto de elementos psicológicos que adquieren una relación intrínseca dentro de la esfera psíquica de una persona, habitualmente disparado por un hecho traumático y que, aglutinando elementos de ese psiquismo -reales o imaginarios- alrededor del recuerdo conciente o inconsciente del hecho traumático, condiciona la personalidad, adquiriendo en ocasiones cierto control sobre la misma, pero, como un parásito, existe sólo a expensas de ella, pero no sin ella.
Tomemos un ejemplo sencillo. En el inconsciente colectivo de todos nosotros (para más información sobre Inconsciente Colectivo, remito a las obras de Carl Jung, existe como arquetipo el temor a la oscuridad. Esto es innato e inherente a toda la especie humana (precisamente por eso es arquetípico), un atavismo que nos remite a íépocas prehistóricas, particularmente anteriores al descubrimiento de míétodos artificiales para producir fuego, en las que el hombre primitivo, de día, dominaba las sabanas y praderas, era el cazador; pero al oscurecer, al caer la noche, la falta de luz le convertía en la presa, el cazado. Oscuridad fue, durante centenares de miles de años, sinónimo del peligro de los grandes carniceros nocturnos acechando en las sombras. Ese temor se imprimió en nuestros genes al punto que, como un reflejo condicionado, en estos tiempos de luminarias elíéctricas y ciudades sin fieras (animales, cuanto menos) el miedo subsiste. Generalmente, en todos nosotros sublimado como el temor a lo desconocido, y tambiíén como el temor al cambio. (La ecuación sería: oscuridad = desconocido; cambio = desconocido). Si el temor a la oscuridad es tan evidente en los pequeños, lo es sólo en función de que los mecanismos de represión, de adaptación al medio y de racionalización no se encuentran tan desarrollados como en los adultos, que con ellos minimizan su manifestación.