El año que el capitalismo exorcizó sus demonios
Lo que mejor define al año 2008 es el número de veces que en los círculos económicos y en la prensa mundial se ha aludido a 1929 para encontrar un parangón reconocible, salvando las distancias que separan ochenta años de capitalismo acelerado, en el que ha tomado parte el conflicto bíélico más devastador que se recuerda y en el que se ha enterrado, por increíble que parezca, el ríégimen totalitario que le hacía contrapunto. Cuando nació el año que ahora muere, y tras un semestre de crisis financiera, los pronósticos apuntaban a una normalización de los mercados financieros 'en unos meses'.
Pero a partir de febrero, con la explosión del caso Kerviel, los bancos comenzaron a practicar la política del caracol, refugiándose en sus recursos para sobrevivir, ante la imposibilidad de captar dinero de otros partners: la confianza, piedra angular del capitalismo, había desaparecido para una temporada larga. El reto es recuperarla, y para ello se han rescatado mecanismos de gobernanza económica mundial que habían desaparecido, y que la situación global que fuerza una tierra plana hacen imprescindibles. Mientras tanto, en el sector financiero nadie se fía de nadie: sus actores han cerrado los flujos de liquidez y han paralizado la economía, que encara la mayor recesión en 80 años y coquetea peligrosamente con la depresión.
Desde que arrancó la crisis financiera (en febrero de 2007, cuando Bear Stearns cerró dos fondos de inversión ante la imposibilidad de cuadrar precios y se disparó la primera alerta de la convulsión que estalló en julio), en una especie de depuración de vicios colectivos, han desaparecido los bancos de inversión, absorbidos por la banca comercial unos y en la bancarrota otros; están bajo control público las mayores aseguradoras y compañías de reaseguro hipotecario de Estados Unidos; y han sido recapitalizados, hasta el borde mismo de la nacionalización, decenas de honorables bancos a ambos lados del Atlántico para evitar quiebras por insolvencia. Están en la picota las compañías de calificación de riesgos; han saltado por los aires los mercados de derivados, que, de un mecanismo de financiación abundante y barata, han devenido en contagiosa vía de propagación de la metástasis subprime; y se han violentado las normas contables que eran la mejor garantía de transparencia para los inversores. Los bancos centrales se han convertido en prestador de único recurso por la muerte del interbancario; las divisas perifíéricas han sido pisoteadas; y los Gobiernos de todo el mundo han enterrado el sacrosanto equilibrio fiscal y han inundado la economía de gasto público, considerándolo a veces un ajuste de cuentas ideológico con la historia. Se ha puesto en marcha otra vez la máquina de fabricar dinero en una peligrosa expansión cuantitativa; los bancos centrales con los tipos al 0% no logran movilizar el críédito porque el miedo al riesgo, que antes se obvió, tiene el coste real de la financiación empresarial y particular por las nubes; y, como al principio de la díécada, tenemos otra vez el dinero demasiado barato seguramente durante demasiado tiempo.
En definitiva, la heterodoxia ha devenido en ortodoxia, y durante los últimos meses el capitalismo ha exorcizado, con reacciones espasmódicas, la mayoría de los diabólicos excesos que amenazaban con socavar la pirámide de valor. Se han puesto en cuestión los pilares del capitalismo, y se ha forzado el debate, incluso al más alto nivel mundial, hasta el punto de cuestionar el sistema, olvidando que ha sido el mecanismo que ha incorporado durante las últimas díécadas a decenas de miles de millones de personas de la pobreza al reparto de la riqueza que generaba.
Mientras se agita la discusión, la economía mundial pasará de crecer más del 5% en 2007 a tener un desempeño poco superior al 1% en 2009, lo que supondrá una fuerte destrucción de empleo tanto en las economías desarrolladas como las emergentes. Esa es la parte más dura de la crisis, que, por otra parte, se ha llevado por delante en sólo 12 meses el 50% del valor de las empresas: las Bolsas han perdido 30 billones de dólares del valor, y la española, 338.000 millones, un tercio del PIB.
Al rescate de la actividad industrial, que se ha extendido del sector inmobiliario al automovilístico, del bancario al asegurador, hay que sumar el rescate íético y moral que precisan los códigos de comportamiento de banqueros, industriales, inversores, consumidores y supervisores, y que está en la agenda de los líderes mundiales que se reunieron en noviembre en Washington y que se verán en abril en Londres. Si J. Maynard Keynes ha vuelto para emitir recetas expansionistas contra la recesión, sus pupilos del siglo XXI han emprendido una embestida ideológica contra el liberalismo que, si no pretende sustituir la mano invisible del mercado por la gruesa del Estado, tiene verdadero interíés en corregir la amoralidad que practican los agentes más libertinos del capitalismo.
¿Falló el EStado?
· El mercado se excedió al apurar el riesgo más allá de lo razonable para conseguir financiación barata y rentabilidad atractiva.
· Pero el Estado hizo dejación de su responsabilidad supervisora, sobre todo en EE UU, el mercado mayorista de los excesos.