Por... Ian Vásquez
Ian Vásquez considera conveniente una de las reformas propuestas por el nuevo presidente del Banco Mundial, David Malpass, quien considera que el banco debería dejar de otorgar préstamos a países de ingreso medio, como China.
Se estrena el nuevo presidente del Banco Mundial, David Malpass. Es controversial porque ha sido crítico del organismo y existe el temor de que usará al banco para promover la agenda nacionalista de Donald Trump, quien lo nombró.
Estas aprensiones son infundadas dada una verdad que, más temprano que tarde, aprenden los nuevos presidentes de la agencia: el Banco Mundial no es reformable. Los presidentes sí implementan cambios –por ejemplo, organizativos, o de los sectores favorecidos que reciben su dinero– pero la parte operativa y su eficacia cambian poco.
El banco es una burocracia internacional de más de 10.000 empleados y es altamente politizada. Usa fondos públicos de países ricos para subsidiar a gobiernos de países pobres, que por definición sufren de una institucionalidad débil, políticas públicas deficientes y, a menudo, de alta corrupción y regímenes autoritarios. El incentivo institucional del banco es el de otorgar cada vez más dinero, cosa que es facilitada por el uso de fondos públicos y el incentivo de sus clientes de seguir pidiendo plata. Esa relación reduce la rendición de cuentas y la eficacia de los préstamos.
Estos y otros problemas del banco y de la ayuda externa han sido documentados por numerosos economistas, entre ellos algunos de los más destacados expertos de desarrollo en el mundo, como William Easterly y Angus Deaton, quienes abogan por reducir o eliminar tal “ayuda” (cuando Easterly publicó un libro en el que explicaba por qué el banco no era eficaz a la hora de promover el crecimiento o reducir la pobreza, el Banco Mundial lo despidió).
Una de las reformas propuestas por Malpass es enfocar los préstamos del Banco Mundial a los países más pobres del mundo, en vez de repartir los fondos a prácticamente todos los países en desarrollo. Según Malpass, China no debería recibir un centavo del banco. Es suficientemente rica como para levantar fondos externos por su propia cuenta en los mercados privados de capital. A pesar de eso, China es uno de los mayores clientes del banco.
Tiene toda la razón Malpass. Durante las décadas en las que ha tomado préstamos del banco, China ha multiplicado su riqueza, convirtiéndose en la segunda economía más grande del mundo, y hace años pasó de ser receptor neto de ayuda externa a uno de los principales donantes netos. China toma alrededor de US$2.000 millones en préstamos del banco cada año, pero la ayuda externa que otorga China se calcula en más de US$40.000 millones anuales, y eso sin contar su Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, que se estima terminará costando por lo menos US$1 billón (millón de millón).
De esta manera, los préstamos a intereses favorables que el Banco Mundial le otorga a China se usan para subsidiar la ayuda externa que China les proporciona a sus clientes. No tiene sentido. El Banco Mundial se justifica al decir que lo que busca China es el conocimiento especializado que acompaña a sus préstamos. Pero para eso no hay por qué tomar préstamos. Además, debe ser China quien pague por los consejos, no al revés.
En el 2000, la Comisión Meltzer del Congreso estadounidense produjo un reporte que recomendó una serie de reformas al Banco Mundial. Una de ellas era que países de ingreso medio no deberían recibir préstamos del banco. Si quieren iniciar obras sociales, no hace falta recurrir al Banco Mundial; además, de la misma manera en la que garantizan el repago a la agencia internacional, pueden hacerlo al sector privado. Como tantas propuestas de reforma, no fue implementada, pero es exactamente lo que propone Malpass ahora.
No creo que lo logre. Pero el banco, además de regalar plata, también promueve ideas y, a diferencia de Trump, Malpass cree en el libre mercado. En ese sentido, veremos si la burocracia o Trump representará su mayor obstáculo.