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Autor Tema: Crack del 2008: tempestades de dinero ...-  (Leído 396 veces)

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Crack del 2008: tempestades de dinero ...-
« en: Septiembre 08, 2019, 12:06:24 pm »
Por... Alfredo Apilánez
 
 
La doctrina más maligna planteada nunca en el mundo monetario o bancario en este país es decir que la función propia del Banco de Inglaterra es tener dinero siempre disponible para abastecer las demandas de banqueros que han conseguido que sus activos no sean negociables”.
Walter Bagehot
 
En una reciente entrevista, el geógrafo David Harvey, marxista de cabecera de los mass media y de la izquierda reformista, afirmaba jocosamente que la gran dificultad de la actividad revolucionaria en la actualidad residía en que no existían ya Bastillas ni Palacios de Invierno que conquistar para alcanzar el poder. Para ello habría simplemente que tomar la Reserva Federal. A continuación, se preguntaba sarcásticamente, ante la hilaridad de los presentes: ¿pues bien, y qué haríamos después? Los sedicentes marxistas patrios Anguita y Monereo atribuyen incluso cualidades divinas a la sacrosanta institución: “vivimos gobernados por la mano férrea de un Banco Central omnipotente y, por lo que se ve, omnisciente” ¿Aciertan los anteriores asertos al señalar el puesto de mando de la gobernanza del capital? En ese caso, ¿Cómo ha llegado a convertirse la fábrica del ‘billete verde’ –en agudo contraste con su impotencia en el crack del 29- en el organismo rector del capitalismo neoliberal y el salvador del sistema financiero tras la debacle de 2008?
 
La descripción que hace Thomas Piketty, autor del best seller ‘El capital en el siglo XXI’, de la ‘potencia de fuego’ de la banca central moderna parece darles la razón: ‘la fuerza de los bancos centrales radica en que pueden redistribuir la riqueza muy rápidamente, en principio en proporciones infinitas (sic). Si fuera necesario, un banco central puede, en el lapso de un segundo, crear tantos miles de millones como desee y depositarlos en la cuenta de una institución o de un gobierno. En caso de urgencia absoluta (pánico financiero, guerra, catástrofe natural), esta inmediatez y carencia de límites para la creación de dinero son dos de sus ventajas irreemplazables”. ¡Vaya si lo son, qué duda cabe!
 
Una institución dotada del fabuloso poder de ‘crear tantos miles de millones como desee’ para ‘redistribuir la riqueza en proporciones infinitas’ debe sin duda dotarse de una aureola de misterio para ocultar al común de los mortales la fuente de tan formidables atribuciones. Galbraith describe, con su característica ironía, la liturgia esotérica de los todopoderosos ‘money makers’: “Estos hombres no dan órdenes; a lo sumo sugieren. Manejan principalmente tipos de interés, compran o venden títulos y, al hacer esto, estimulan la economía aquí y la frenan allá. Debido a que el significado de sus actos no es comprendido por la gran mayoría de la gente, se les concede razonablemente una superior sabiduría. En algunas ocasiones, sus actos serán objeto de críticas, pero por lo general se intentará descubrir en ellos significados ocultos. Tal es la mística de la banca central”.
 
Y ciertamente, con su aura de sobriedad franciscana, bien alejada de la extravagante ostentación de los tiburones de Wall Street, los adustos funcionarios al mando de tan espectrales instituciones aparentan tener el mundo a sus pies. Cuando se dignan emitir alguna información acerca de tan ininteligibles materias, los gurúes de las finanzas contienen la respiración, expurgando los crípticos comunicados en busca de cualquier significado oculto que proporcione un indicio de una modificación de la senda de tipos de interés o de una reactivación de los estímulos monetarios a la languideciente economía. Las exégesis acerca de cierta modulación de un críptico tecnicismo hacen correr ríos de tinta, captando la atención de los “mercados” ante cualquier mal presagio avizorado en el horizonte. Es legendario el impacto formidable de la famosa sentencia –en este caso, de meridiana rotundidad- del impertérrito banquero del euro para calmar a los implacables mercados en el fragor de la crisis de la prima de riesgo de 2012: ‘el BCE está preparado para hacer todo lo necesario para preservar el euro. Y créanme: será suficiente’. En los tabloides de información económica proliferan los términos procedentes del lenguaje sanitario -estímulos, inyecciones, salvamentos- referidos a las decisiones de la fábrica de dinero en pos del ajuste de los fallos del engranaje de la delicada maquinaria de la economía de mercado. Sin duda, parece una carga demasiado pesada.
 
¿Cuáles son pues las herramientas “mágicas” con las que cuenta esta todopoderosa institución y por qué resultan tan neurálgicas para sostener a duras penas –a diferencia del triste papel de su homóloga en 1929- la maltrecha arquitectura del capitalismo financiarizado tras el desplome de 2008?
 
Al actuar como único emisor de la moneda de curso legal –dinero fiduciario, despojado, a diferencia de los tiempos de la ‘bárbara reliquia’, de cualquier ligamen material- tiene las manos libres para cumplir su función de red salvavidas de la banca privada -prestamista de última instancia- y de suministrador de reservas y de liquidez para el funcionamiento ordinario de los circuitos de pagos y créditos, garantizando los depósitos y proporcionando cobertura cuando vienen ‘mal dadas’. Lapavitsas resume su papel de regulador y de garante del business as usual de las finanzas globales –más allá de la función ortodoxa, de dudosa eficacia, de fijación de los tipos de interés de referencia- a través del monopolio de la producción de dinero de curso legal: “El banco central desempeña, de este modo, un papel decisivo en el ascenso y consolidación del dinero crediticio privado al convertirlo en una promesa de pago con los pasivos del banco central, en vez de con el dinero mercancía. En el capitalismo contemporáneo, el dinero crediticio promete básicamente pagar con dinero del banco central (billetes y reservas bancarias), una vez que el Estado lo ha declarado inconvertible en cualquier otra cosa”. La función clave del banco central moderno es pues proporcionar soporte legal y material al dinero-deuda creado ‘del puro aire’ por la banca privada -el 97% del circulante-, facilitando de este modo la expansión crediticia y el crecimiento del castillo de naipes de las apuestas de casino del sistema financiero global. A pesar de sus ínfulas de omnipotencia, como resume Alejandro Nadal, no se trata más que del ‘facilitador’ de la ‘máquina de succión’ de riqueza real que representa el negocio de la banca privada: “El banco central camina dándose aires de importancia y emite comunicados severos y formales, como si fuera el dueño del negocio. En realidad no es más que el siervo fiel de los bancos comerciales privados”.
 
Por si esto fuera poco, la fábrica de dinero –el ‘objeto por excelencia’, como lo calificaba Marx- es totalmente independiente de los poderes democráticos y tiene completamente prohibido proporcionar financiación a los Estados a través de la adquisición de deuda soberana. Este golpe financiero pone al decimonónico Estado-Nación a los pies de los caballos de los manejos especulativos de la banca privada y de los designios de las oscurantistas agencias de calificación de riesgos. Se propulsa de este modo el fabuloso negocio que representa la deuda pública, una máquina de succión de riqueza real en forma de colosales pagos de intereses a cargo del erario público hacia las arcas de los banqueros. Stephen Lendman hace una exacta descripción del extravagante mecanismo: “La Ley de la Reserva Federal da a los banqueros el más importante de todos los poderes. Al que la mayoría de los gobiernos jamás debieran renunciar. La autoridad para crear dinero. Éste se presta al gobierno cobrándosele interés por su propio dinero. Más tarde, es devuelto, menos gastos operativos, y un beneficio garantizado de un 6%. Los contribuyentes pagan la cuenta”
 
¡Qué extraordinario contraste con la ‘sobrecogedora incompetencia’ de sus predecesores ante el crack del 29! La fulminante respuesta al desplome de los mercados financieros mundiales en 2008 por parte de la Reserva Federal, a través de la taumatúrgica QE (compras de bonos y de toneladas de activos tóxicos a la moribunda banca comercial y de inversión a cambio de dinero fresco, graciosamente emitido del ‘puro aire’ en pantallas electrónicas por la criatura de Jekyll Island) representa el ejemplo paradigmático de la extraordinaria relevancia de la fábrica de dinero en la cúspide de la gobernanza del capitalismo senil: antes de 2008, el balance del BCE –que siguió dócilmente, aunque con retraso, las directrices de su guía estadounidense- era de 1 billón de euros -el diez por ciento de la producción de la zona euro-. Desde entonces, se ha disparado a nada menos que ¡4,7 billones de euros!, casi la mitad del PIB de la eurozona, lo que da una idea del formidable salvamento del sistema financiero llevado a cabo por el dueño de la fábrica de dinero.
 
Una cuestión surge inmediatamente. La fórmula Lawrence Summers, uno de los más ilustres popes neokeynesianos y asesor económico de varios presidentes: “¿Realmente puede la banca central ser la herramienta principal de la estabilización macroeconómica en el mundo industrial durante la próxima década?” La respuesta de Piketty pone las cosas en su sitio: “los bancos centrales tienen el poder de evitar la quiebra de un banco o de un gobierno pero no tienen el poder para obligar a las empresas a invertir, a los hogares a consumir y a la economía a reanudar el crecimiento”. Comienza a disiparse pues el espejismo de la omnipotencia de quienes pueden crear en un segundo ‘tantos millones como deseen’. Si los magos de los papelitos de colores no pueden atajar –podría incluso afirmarse que su ascenso a la cúspide de la gobernanza global es una meridiana expresión del bloqueo de los mecanismos saludables de la acumulación de capital- la degradación progresiva del sistema de la mercancía, ¿cuáles son los efectos que los formidables trucos de la fábrica de dinero tienen en las múltiples fallas tectónicas sobre las que se asienta el capitalismo senil tras la salida en falso del desplome de 2008?


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