Por... Alfredo Apilánez
“La inflación es una enfermedad, una peligrosa y a veces fatal enfermedad que, si no es controlada a tiempo, puede destrozar una sociedad”
Milton Friedman
La metamorfosis que ha sufrido la ‘lucha contra la inflación’ y el papel crucial que han tenido en la evolución del capitalismo en el último medio siglo los tratamientos presuntamente diseñados para controlarla nos pueden ayudar a entender la génesis del capitalismo desquiciado. De hecho, el control de la inflación es el único objetivo explícito de la política monetaria del BCE. ¿A qué se debe esta importancia capital que concede el discurso dominante al combate contra la inflación –muy por encima de otros objetivos, aparentemente más razonables, como reducir el desempleo crónico o la desigualdad galopante-, como principal pilar de la ‘estabilidad macroeconómica’?
Tras el final abrupto de los ‘treinta gloriosos’, el espectro del estancamiento secular de los terribles años 30 -encarnado esta vez en la llamada estanflación, coincidencia de altos niveles de desempleo e inflación, que destruía los fundamentos económicos de los años del ‘milagro de posguerra’- reapareció con inusitada virulencia a principios de los años 70. Esto cambió el carácter de la inflación alterando profundamente la matriz de rentabilidad del capitalismo. La inflación como la vía de recuperación de la tasa de beneficio, mediante subidas de precios a cargo de las grandes multinacionales oligopólicas, y la financiarización como sostén de la anémica demanda salarial, deprimida por el embate neoliberal, conformaron la nueva arquitectura de la gobernanza del capital. Husson explica el uso de la inflación por parte de las grandes corporaciones como vía de restablecimiento de la rentabilidad: “Ahí está la clave de una explicación de la estanflación en Estados Unidos diferente al recurso a las anticipaciones y otros delirios monetaristas. Es claro que la caída de la tasa de beneficio a partir de 1967, hasta inicios de los años 1980, se acompaña de una aceleración de la inflación. El choque inmediato de las políticas neoliberales desencadena, de forma simultánea, el ascenso de la tasa de beneficio y el descenso de la tasa de inflación al nivel de los años 1960. El verdadero arbitraje es pues entre inflación y el beneficio, y la tasa de paro es el útil que permite ajustar ese arbitraje”.
La inflación devino pues el arma de la clase capitalista –más allá del impacto, indudable aunque sobrevalorado, del shock petrolero de 1973, considerado convencionalmente como el detonante de la crisis- para restablecer la maltrecha tasa de beneficio tras el final del auge de los treinta gloriosos. Y la expansión del crédito y las entelequias financieras devienen la forma de compensar la depresión en el nivel de consumo de las masas y el desempleo provocados por el aumento del coste de la vida y la agresión contra el trabajo de las políticas neoliberales. Fue entonces cuando la financiarización levantó el vuelo. El resumen que hace Husson es inmejorable: “De este modo, la falta de oportunidades para sostener una acumulación rentable, a pesar de la recuperación de los niveles de ganancia gracias a la ofensiva neoliberal sobre los trabajadores, movilizó una masa creciente de rentas financieras en busca de valorización: allí es dónde se encuentra la fuente del proceso de financiarización”.
La obsesión por el combate contra la inflación fue asimismo la coartada perfecta, a través del absurdo dogma neoliberal del equilibrio presupuestario, para amputar la capacidad del demediado estado-nación de realizar políticas redistributivas, facilitando la ofensiva privatizadora y la progresiva erosión del Estado del Bienestar. Y la nueva arquitectura del sistema financiero internacional, con la todopoderosa banca central independiente en la cúspide, surge con el objetivo primordial –consagrado, en el caso del guardián del euro, en el tratado fundacional de Maastricht- de alcanzar ‘metas de inflación’, acompañado de la prohibición explícita de financiar directamente al estado derrochador. Certificando de paso la defunción de la precaria autonomía presupuestaria del Estado-nación respecto del capital financiero global.
Y así, una vez cumplida su función disciplinadora del factor trabajo y de la soberanía nacional, en el marco del embate neoliberal y de la euforia globalizadora del capitalismo triunfante, tras la fulminante implosión de su enemigo histórico, la ‘lucha contra la inflación’ sufre una metamorfosis total.
Treinta años después, la temida inflación de precios, anatema del artefacto ideológico monetarista y fundamento de la arquitectura institucional de la banca central global y de las políticas neoliberales del ‘austericidio’, ni está ni se la espera. ¿Cómo es posible que la inflación brille por su ausencia tras las riadas de liquidez inyectadas al sistema financiero por la política de ‘relajamiento cuantitativo’ de los pródigos demiurgos de la fábrica de dinero? ¿Qué factores extraordinarios han alterado el modelo tradicional de análisis económico neoclásico-keynesiano, provocando el descontrol absoluto de las variables macroeconómicas en el ‘mundo fantástico’ surgido tras la Gran Recesión de 2008?
La respuesta es la clave de bóveda de la matriz de rentabilidad del capitalismo desquiciado: tras el colapso de 2008, la maltrecha tasa de ganancia de las grandes corporaciones, financieras y no financieras, no se ha restablecido a través de la inflación de precios, como en la fase neoliberal de los años 70, sino a través de la inflación de activos y de la expansión descontrolada del castillo de naipes del casino financiero global. Una recesión en las hojas de balance –aludiendo al impacto del colapso de activos financieros e inmobiliarios en el crack de 2008- debía combatirse inflando el precio de los activos, esa es la misión fundamental de la política monetaria no convencional ejemplificada por la QE. El propio expresidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, describe la innovadora receta: “Intercambiando los viejos préstamos malos en las hojas de balance de los bancos por nuevos fondos buenos, apuntalados por tasas de interés negativas, la Reserva Federal hizo que los precios de los activos se dispararan”.
Así pues, el aumento de los beneficios empresariales -desde 2009, los pagos totales de dividendos han aumentado un 195 por ciento, casi triplicando su valor- y el restablecimiento de la rentabilidad tras el sobresalto de 2008 se produjeron por la vía financiera –a través, por ejemplo, de las masivas recompras de acciones- y no por la tradicional de la inflación de precios como en la crisis de los 70. La situación resultante refleja una saturación de los circuitos financieros globales sin reflejo en el anémico dinamismo de la economía productiva. El capitalismo desquiciado se olvida cada vez más de cumplir su función de hacer cosas útiles para la gente a través de los benditos mercados libres y autorregulados descritos por los venerables padres de la economía política.
Michael Roberts pone el dedo en la llaga acerca de la artificiosidad de la receta aplicada como fuente de males mayores: “Las soluciones monetarias y fiscales a las recesiones del sistema capitalista no funcionarán. La flexibilización monetaria ha fallado, tal como lo ha hecho antes. La flexibilización fiscal, donde se adoptó, también ha fallado. De hecho, el capitalismo solo puede salir de una recesión con la recesión misma. Una recesión acaba con las empresas capitalistas más débiles y el despido de los trabajadores “improductivos”. Luego, el costo de producción disminuye y las compañías que se salvan obtienen una mayor rentabilidad para invertir. Este el mecanismo de una recesión «normal». Está en camino otra recesión y ni las medidas monetarias ni las fiscales podrán detenerla”. Keynes expresó poéticamente la impotencia de ‘empujar una cuerda’ para tratar de obligar infructuosamente al dinero a convertirse en capital: “Si nos vemos tentados de asegurar que el dinero es el tónico que incita la actividad del sistema económico, debemos recordar que el vino se puede caer entre la copa y la boca”. Se puede llevar un caballo a la charca pero no se le puede obligar a beber.
El economista marxista Anwar Shaikh resalta las consecuencias de esta falta de regeneración de los tejidos gangrenados: “Preservaron toda esta deuda ficticia, contable, y parece como que a todos les va bien pero es una estructura construida sobre una base muy débil. Y es inestable, cualquier cosa puede desequilibrarla y se derrumba. Eso es lo que ocurrió en 2008 y creo que es lo que podría ocurrir de vuelta, porque no se libraron del capital ficticio acumulado, que no se basa en ganancia real”. La contradicción básica es pues que la deuda y los flujos financieros no pueden crecer indefinidamente a través de la inflación de activos y acaban descoyuntando el conjunto del organismo económico, pero la matriz de rentabilidad del capitalismo senil exige ese crecimiento artificial para sostenerse.