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Autor Tema: La Ley de la Correspondencia  (Leído 3953 veces)

Scientia

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La Ley de la Correspondencia
« en: Diciembre 05, 2007, 01:07:31 pm »
La Ley de la Correspondencia
En tiempos de Abraham el maestro Hermes Trismegisto aseguraba que toda la información sobre un hombre se podí­a encontrar en solo una gota de su sangre y que dentro de cada hombre se hallaba representada la totalidad del universo. Formuló entonces un principio al que llamó La Ley de la Correspondencia que decí­a:“Como es arriba es abajo, y como es abajo es arriba”. Con estas palabras creó Hermes un míétodo deductivo que permitió vislumbrar la grandeza del universo creado, donde lo más grande de lo más grande es igual a lo más pequeño de lo más pequeño. Donde todos los niveles de existencia comparten la misma esencia, organizados en un sistema de hologramas dentro de hologramas, dentro de hologramas, hasta el infinito.

Por eso desde ese entonces para los más sabios existí­a ya la convicción de que el camino más corto para la exploración del cosmos era mediante el viaje hacia el interior del hombre: “Conócete a ti mismo y conocerás el universo”. Según la publicación “El Tao de la Fí­sica” del cientí­fico Frityof Capra: con la meditación como único míétodo de investigación, los antiguos Vedas llegaron a formular, en tíérminos poíéticos, los principios de la Fí­sica Cuántica. Y esto ocurrió tres mil años antes que nuestros cientí­ficos modernos llegaran a las mismas conclusiones por medio de las matemáticas.

La Ley de la Correspondencia tiene aplicaciones sin fin. Por ejemplo: considerando en un hombre el cuerpo fí­sico como el “abajo” y su mente como el “arriba” decimos: “como es el pensamiento de un hombre así­ es su cuerpo”. Puede ser: “mente sana en cuerpo sano”, o cuerpo enfermo como manifestación de pensamientos distorsionados. Afortunadamente en las enseñanzas de Hermes “el tres veces sabio” la enfermedad viene de la mano con el remedio: “Cambia el pensamiento y sanarás tu cuerpo”.

Es evidente que en un hombre existen aspectos visibles e invisibles. Todos podemos palpar el cuerpo fí­sico, pero no hay forma de ver o tocar un pensamiento. Solamente podemos deducir que este existe por los efectos que produce. Según la Ley de la Correspondencia, si así­ es en el microcosmos, acá abajo, igual debe ser en el macrocosmos, allá arriba. En el espacio exterior podemos ver objetos fí­sicos, tales como: planetas, sistemas solares y galaxias. Pero no es posible descubrir tras de ellos la mente que los dirige. Solo por deducción podemos tener la certeza de que existe.

En el cuerpo humano todo es mente. Cada cíélula es inteligente y guarda la información que precisa. Además tiene la habilidad de comunicarse instantáneamente con las demás cíélulas. Estas capacidades son reales, pero no podemos verlas ni tocarlas. Por ejemplo: nos aporreamos el dedo gordo del piíé e inmediatamente el sistema nervioso y el cerebro lo saben. Como resultado el dedo golpeado recibe la dosis adecuada de aquello que necesita para cicatrizar la herida y combatir una posible infección.

De la misma manera, en el universo tambiíén Todo es Mente. Cada cíélula del macrocosmos, llámese hombre, planeta, sistema solar o galaxia, posee proporcionalmente el grado de inteligencia que necesita. La interconexión entre ellas y la Mente que las gobierna tambiíén es perfecta: el Todo afecta las partes y las partes influyen a su vez en el Todo. Es un hecho que “ni un pelo de nuestro cabello cae, sin que el Creador lo sepa”. Igualmente, puede ser que un hombre sea más pequeño que la más microscópica brizna de polvo en la galaxia, pero si un ser humano cambia, invariablemente estará alterando la esencia misma de todo el universo.