Por JUAN J. PAZ Y MIÑO CEPEDA - 19 DE ABRIL DE 2022
El keynesianismo se ha vuelto indispensable para cuestionar el retorno de esos modelos empresariales-neoliberales que primaron en América Latina en las décadas finales del siglo XX y que acumularon riqueza para élites privilegiadas.
El economista británico John Maynard Keynes (1883-1946) fue profesor de la Universidad de Cambridge desde 1908 y era consejero del Ministerio de Hacienda desde 1916. Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) actuó como representante oficial en la Conferencia de Paz de París y también fue mandatario del ministro de Hacienda en el Consejo Supremo Económico. Sin embargo, como él mismo lo señala, renunció a esos puestos “cuando se hizo evidente que no se podía mantener por más tiempo la esperanza de una modificación substancial en los términos de la paz proyectados”. Las razones de esa dimisión las expuso en su libro Las consecuencias económicas de la paz, publicado en 1919.
En esencia, Keynes critica severamente las políticas de la Conferencia y el Tratado (de Versalles) al que se llegó. Realiza un estudio pormenorizado del proceso: Europa antes de la guerra, el desarrollo de la Conferencia, los contenidos del Tratado, las reparaciones exigidas a Alemania, la situación en la que queda Europa después de la guerra, los remedios que podrían adoptarse e incluso la relación que habrá que mantener con Rusia, gigantesco país en donde la Revolución Bolchevique de 1917 había instaurado el primer régimen “comunista” del mundo. Sostiene que los países vencedores actuaron bajo un clima de venganza y quisieron castigar a Alemania con las medidas más duras, como tratando de reducirla a una nación de pobres y campesinos. Las “reparaciones” de guerra incluían transferencias del oro y valores extranjeros, embargos, entrega de propiedades sobre distinto tipo de bienes (barcos, obras de arte, minas, etc.), traspaso de empresas, pagos anuales en metálico y en especies, transferencia de territorios, controles institucionales y administrativos. Para Keynes, todo ello empobrecería a Alemania, limitaría gravemente sus posibilidades de reconstrucción y desarrollo, pero también afectarían a Europa. Además, volverían inevitable el surgimiento del nacionalismo alemán que reaccionaría, algún momento, contra semejantes humillaciones. No se equivocó, pues apenas 14 años más tarde, explotando ese nacionalismo, se encumbró el régimen de Adolf Hitler, que condujo a la Segunda Guerra Mundial.
La fama que adquirió Keynes, al oponerse a los términos del Tratado de Versalles, impactó en los economistas austríacos y particularmente en Friedrich Hayek (1899-1992). Hayek, una vez terminada la Guerra -en la que formó parte del ejército austríaco- regresó a Viena y se dedicó a los estudios de economía, siendo discípulo de Friedrich von Wieser, fundador del liberalismo económico austríaco y luego pasó a trabajar con Ludwig von Mises, otro de los grandes liberales. Hayek desarrolló sus primeras ideas sobre la acción beneficiosa del “mercado libre”. Después se trasladó a los EEUU casi sin dinero, quiso hacer su doctorado en la Universidad de New York, pero debió regresar a Viena, donde retornó a trabajar con el gobierno y bajo la protección de Mises. Para entonces, Hayek era un fanático convencido anti socialista. Y pronto entró en debate con J. M. Keynes. La trayectoria de esa amplia e interesante controversia puede seguirse en el libro de Nicholas Wapshott titulado Keynes vs Hayek. El choque que definió la economía moderna.
En lo de fondo, Keynes pensaba que la economía debía servir para mejorar la calidad de vida de las sociedades. Y en su famosa obra Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, publicada en 1936, desarrolló ampliamente su ataque a la teoría económica clásica y ortodoxa, basada en la creencia absoluta sobre el mercado libre, que el mismo Keynes confiesa haber defendido años atrás, pero que abandonó. Para Keynes, la “sociedad económica en que vivimos” es incapaz de conseguir el pleno empleo y mantiene una arbitraria y desigual distribución de la riqueza y los ingresos. Abogó, por tanto, por el intervencionismo estatal en la economía, a fin de dinamizar la demanda y con ello el empleo; pero, además, estuvo claro del papel que deben jugar los impuestos para una adecuada redistribución de la riqueza y singularmente destacó el impuesto sobre las herencias.
El keynesianismo se convirtió, en adelante, en una fórmula de promoción válida de las economías del mundo capitalista, incluyendo las de los países subdesarrollados. Sin embargo, Keynes, como Hayek y tantos otros teóricos de la economía, pese a su genialidad, estudiaron, ante todo, las economías de los EEUU, Gran Bretaña y los países de Europa, donde los mercados, las empresas privadas y los Estados funcionan bajo parámetros distintos a los de otras regiones, como es el caso de América Latina. Sabemos cómo reaccionó Keynes frente a las medidas en contra de Alemania al finalizar la I Guerra.
¿Qué habría pensado frente a un bloqueo como el que ha experimentado Cuba durante seis décadas y que ha impedido el desarrollo de su sociedad? De otra parte, toda la historia económica latinoamericana demuestra que cuando hubo gobiernos “intervencionistas” y con visión social, que incrementaron capacidades estatales, fortalecieron las instituciones del Estado, regularon la economía y ejecutaron políticas de servicios públicos y mejoras laborales, siempre lograron avances en la vida nacional. En cambio, en manos de empresarios cultivados en valores oligárquicos del pasado, con mercados estrangulados que no pueden entenderse ni medianamente como “libres” y bajo políticas para achicar el “tamaño” del Estado (algo impensable en las economías de EEUU o Europa, con Estados grandes y poderosos) y disminuir o condonar impuestos a las elites económicas, nunca se ha alcanzado la modernización ni el desarrollo esperado por los especuladores con teorías sobre la “libertad económica”.
Las décadas de 1980 y 1990 fueron consideradas perdidas en América Latina al predominar modelos empresariales-neoliberales de economía que acumularon riqueza para élites privilegiadas, mientras deterioraron vida, trabajo e institucionalidad. En cierto modo, el keynesianismo se ha vuelto indispensable para cuestionar el retorno de los mismos modelos que siguió América Latina en las décadas finales del siglo XX, inspirados en teorías como las que, a su tiempo, manejó Hayek. Y Ecuador ha pasado a ser, desde 2017, el mejor ejemplo en la región de la debacle nacional que está provocando un camino que pretende consolidar, para el largo plazo, un inédito y férreo bloque de poder empresarial-político, movilizado solo por el rentismo más escandaloso, bajo un ambiente de corrupción privada y desinstitucionalización.