Todavía nadie tiene una idea clara de cuándo acabará la crisis financiera global, pero una cosa es segura: los díéficit presupuestales de los gobiernos se dirigen a la estratósfera. En los próximos años, habrá que convencer a los inversionistas de que adquieran grandes cantidades de deuda nueva.
Si bien los gobiernos pueden tratar de endosar la deuda pública a los ahorradores locales (mediante, por ejemplo, el uso de su influencia creciente sobre los bancos para obligarlos a adquirir una cantidad desproporcionada de valores públicos), a la larga tambiíén tendrán que pagar tasas de interíés mucho más elevadas. En un par de años, las tasas de interíés de los bonos de la Tesorería de Estados Unidos podrían aumentar fácilmente un 3-4%, y las de otros instrumentos de deuda pública podrían crecer en grado similar o aun mayor.
Las tasas de interíés aumentarán para compensar a los inversionistas tanto por tener que aceptar una mayor proporción de bonos del gobierno en sus portafolios como por el riesgo creciente de que los gobiernos se vean tentados a inflar el valor de sus deudas o incluso que dejen de pagar.
En una investigación que realizamos Carmen Reinhart y yo sobre la historia de las crisis financieras, descubrimos que la deuda pública generalmente se duplica, incluso tras hacer ajustes en función de la inflación, en los tres años siguientes a una crisis. Actualmente, muchos países, grandes y pequeños, van en camino de cumplir esa proyección.
El gobierno de China ha indicado claramente que utilizará todos los medios necesarios para apoyar el crecimiento ante la caída libre de las exportaciones. Los chinos cuentan con reservas de 2 billones de dólares para respaldar su promesa. El nuevo presupuesto del Presidente Barack Obama contempla un díéficit impresionante de 1.75 billones de dólares en Estados Unidos, que es un múltiplo del ríécord anterior. Incluso en aquellos países que todavía no participan activamente en una orgía fiscal, los superávit se desploman y los díéficit se disparan, principalmente debido a la caída de los ingresos fiscales.
En efecto, pocos gobiernos han presentado proyecciones presupuestales remotamente realistas, y se basan generalmente en escenarios económicos demasiado optimistas. Desgraciadamente, en 2009 la economía global no será un lecho de rosas. Los ingresos en Estados Unidos y la zona del euro parecen haber caído a una tasa anualizada del 6% en el cuarto trimestre de 2008; el PIB de Japón cayó tal vez al doble de ese ritmo.
La afirmación de China de que su PIB creció a una tasa del 6% al final del año pasado es cuestionable. Las exportaciones se han derrumbado en toda Asia, incluyendo a Corea, Japón y Singapur. Puede decirse que la India, y en menor medida Brasil, han resistido un poco mejor. Pero pocos mercados emergentes han llegado a un nivel en el que puedan soportar un colapso sostenido de las economías desarrolladas, y mucho menos funcionar como motores alternativos del crecimiento global.
En 2009, dado que la crisis aún hace que a muchas pequeñas y medianas empresas les sea difícil obtener siquiera un nivel mínimo de financiamiento para mantener inventarios y comerciar, el PIB global está al borde del precipicio. Existe la posibilidad real de que el crecimiento mundial registre su primera contracción desde la Segunda Guerra Mundial.
Con toda probabilidad, en una gran cantidad de países habrá caídas de la producción del 4-5% y algunos sufrirán desplomes a niveles de autíéntica depresión del 10% o más. Lo que es peor, a menos que los sistemas financieros se recuperen, el crecimiento seguirá siendo decepcionante durante varios años, sobre todo en países de la “zona cero†como Estados Unidos, Gran Bretaña, Irlanda y España. El crecimiento a largo plazo de Estados Unidos podría ser particularmente desalentador, a medida que la administración Obama conduzca al país hacia niveles europeos de seguridad social y distribución del ingreso.
Los países con tasas de crecimiento de tipo europeo podían manejar obligaciones de deuda del 60% del PIB cuando las tasas de interíés eran bajas. Pero con el aumento de las deudas de muchos países al 80 o 90% del PIB, y puesto que las bajas tasas de interíés actuales son claramente un fenómeno temporal, pronto habrá problemas. Muchos de los países que están acumulando enormes cantidades de deuda para rescatar a sus bancos tienen sólo perspectivas moderadas de crecimiento a mediano plazo, lo que plantea dudas reales de solvencia y sostenibilidad.
Italia, por ejemplo, que tiene una relación deuda-ingreso que ya supera el 100%, ha resistido hasta ahora debido a la caída de las tasas globales. Pero a medida que la deuda crezca y las tasas de interíés mundiales aumenten, los inversionistas tendrán razones para preocuparse por el riesgo de la reestructuración de la deuda. Otros países, como Irlanda, Gran Bretaña y Estados Unidos, empezaron con una posición fiscal mucho más fuerte, pero es posible que no estíén mucho mejor .
Las tasas de interíés son otro comodín. Los bancos centrales de Asia siguen aferrándose con nerviosismo al dólar. Pero en vista de que Estados Unidos está imprimiendo deuda y dinero a gran velocidad, parecería que el euro se apreciará frente al dólar en unos dos o tres años, si es que el euro todavía existe.
A medida que las deudas aumenten y la recesión persista, con seguridad veremos que varios gobiernos intentarán aligerar su carga mediante represión financiera, mayor inflación, impagos parciales o una combinación de estos tres elementos. Desafortunadamente, la fase final de la gran recesión de los años 2000 no será agradable.
Por...
Kenneth Rogoff es profesor de economía y políticas públicas en la Universidad de Harvard y fue economista en jefe del FMI.