Keynes y el valor del dinero
Publicado en Espansión por Pedro Schwartz
La inesperada dureza de la crisis financiera y económica de este inicio del siglo XXI ha abierto una peligrosa brecha en las defensas del capitalismo democrático.
Para la opinión de izquierdas, la crisis de los mercados financieros iniciada en el verano de 2007, acompañada por una profunda recesión de la economía mundial, significa para el capitalismo liberal lo mismo que la demolición del Muro de Berlín supuso para el socialismo soviíético.
Parece que ya nadie pueda pretender que el dinero y el críédito se regulen por las leyes del libre mercado ni que el principio del laissez faire pueda servir de guía para la política pública.
Muchos de los que antes defendían la economía de mercado claman hoy por que el Estado no sólo salve instituciones financieras en quiebra, sino que tambiíén defienda las industrias nacionales improductivas, levante barreras contra la competencia de productos extranjeros, castigue a los ricos por su codicia. Incluso tiene nombre esta reacción ideológica: es un «nuevo keynesianismo», que el Keynes histórico difícilmente habría bendecido con su aprobación.
«El dinero es libertad», suele decirse, porque multiplica la capacidad de los individuos de elegir lo que consumen, cuánto ahorran, en quíé invierten. Su carácter fungible permite incluso hacerlo sin dar cuentas a nadie.
Por eso, la mera posibilidad de gastar nuestro dinero donde nos venga en gana nos protege de las intervenciones oficiosas de nuestros gobernantes. Mas si el dinero se adultera por su excesiva abundancia, la libertad personal padece.
Por su parte, la finanza consiste en el príéstamo de recursos a quien los necesita hoy por quien sólo los necesita mañana. Trae el poder de compra del dinero del futuro al presente. La finanza ensancha la autonomía y capacidad de actuar de quien busca realizar una idea que cree que dará suficiente fruto para retornar con creces lo tomado a críédito.
De esta manera, la sociedad permite la concentración de recursos propios y ajenos en la realización de proyectos con potencial productivo, a pesar del riesgo de que resulten fallidos. Mas si esos príéstamos son de favor, a un interíés artificialmente rebajado por la autoridad monetaria, entonces cunde el despilfarro sin escarmiento, como hemos visto que ha ocurrido con los tristemente príéstamos basura del mercado hipotecario americano.
Durante veinte años y, so pretexto de evitar repetidas quiebras del sistema financiero al estilo de la de 1931-32, el Sistema de la Reserva Federal, dirigido por Alan Greenspan, mantuvo una política de creación de liquidez mucho más allá de lo prudente.
Otros bancos centrales imitaron esta política de creación de dinero, con la excepción quizá del Banco Central Europeo, mucho más respetuoso de la tradición que asociamos con el viejo Bundesbank.
Por razones que tienen que ver con el tiempo que tarda en trasladarse al los precios una creación excesiva de liquidez, cundió la falsa creencia de que el desagradable fenómeno de la inflación era definitivamente cosa del pasado. Sin embargo, no todo estaba tranquilo: se iba hinchando la burbuja de los precios inmobiliarios y las cotizaciones en Bolsa.
Intervencionismo estatal
Veinte años de impulso inflacionista y el subsiguiente fallo del sistema financiero en 2007 y 2008 han abierto las compuertas del intervencionismo que parecían cerradas para siempre. No nos extrañe lo que está ocurriendo. Fue el propio Keynes, en el ensayo de 1921 en que criticó el Tratado de Versalles, el que señaló que la creación incontrolada de dinero trae consigo destrucción.
«Se dice que Lenin proclamó que la mejor forma de destruir el Sistema Capitalista era corromper la moneda. Con un proceso de continua inflación, los gobiernos pueden confiscar, secreta y subrepticiamente, gran parte de la riqueza de sus ciudadanos».
Sin moneda estable no hay finanza ordenada. La crisis económica mundial que empezó en el primer trimestre de 2007 podía haber sido uno más de los altibajos del ciclo económico que, desde hace siglos, caracterizan el sistema capitalista. Sin embargo, la imprudente política monetaria y crediticia de los bancos centrales en las economías adelantadas es la que ha causado la especial profundidad y dureza de la crisis financiera en este inicio de 2009.
Keynes concluía que Lenín tenía sin duda razón. No hay forma más sutil y más segura de subvertir las bases de la sociedad que corromper la moneda. Es un proceso que reúne toda la fuerza escondida de las leyes de la economía en el lado de la destrucción, y lo hace de forma que apenas una persona de cada millón es capaz de entenderlo.
¿Fallo del Estado o fallo del mercado?
El sistema capitalista no se cuartea porque estíé basado en el egoísmo y la codicia, pasiones sempiternas del ser humano. No son los banqueros de negocios ni los especuladores profesionales los únicos que han pecado de codicia e imprudencia.
Las parejas que apenas alcanzaban a cubrir gastos y que se endeudaban para especular con una segunda vivienda; los agentes financieros que colocaban hipotecas baratas o críédito al consumo a quienes no podrían soportar ni un leve encarecimiento del dinero; los consumidores que abusaban de las tarjetas de críédito para irse de vacaciones o comprar un coche nuevo; los políticos que garantizaban y siguen garantizando las pensiones públicas y la salud gratuita, pese a que no son sostenibles; todo ellos y otros muchos más han sido y son codiciosos. No se trata, pues, de maniatar la actividad empresarial con enfadosas regulaciones ni de castigar el deseo de mejora personal y profesional con pesados impuestos, como proponen esos socialistas de todos los partidos.
Es sin duda necesario mejorar la regulación del sistema financiero, sobre todo en la exigencia de mucha mayor información. Pero la regulación financiera más necesaria sería atar en corto a los gobernadores de bancos centrales. Una cosa es que el sistema suministre críédito a la innovación y la inversión, otra muy distinta es que los bancos centrales creen liquidez sin tasa y los bancos comerciales la presten sin prudencia –precisamente han funcionado peor las instituciones más reguladas–. Ha fallado el Estado como emisor de moneda y como regulador financiero.
La crisis del momento presente no es novedad. De íésta, como de las anteriores, sabremos sin duda aprender modos de domeñar las inmensas fuerzas que, más para bien que para mal, llevan en su seno la moneda y las finanzas.
Las finanzas capitalistas han ido consolidándose con el continuo aprendizaje de nuevos modos e instrumentos de inversión, un aprendizaje de triunfos y tropiezos, que continuará sin duda en este siglo que tantos adelantos promete. La crisis de 2008 pasará y, una vez aprendidas las lecciones de tanta imprudencia, se la verá como otro paso en el progreso del sistema de la libertad económica.