Caja Castilla-La Mancha no ha quebrado porque hubiese invertido en complejos instrumentos financieros, como los CDO, las titulizaciones de hipotecas subprime o los CDS. No. El agujero esencial de la caja manchega son críéditos a promotores locales, del terreno. No tenemos que irnos ni a Wall Street ni a Washington para buscar a los responsables de su caída. Basta con que nos quedemos en el escenario típicamente cervantino. Y, por desgracia, tampoco tendremos que esperar mucho tiempo a que estos desafortunados críéditos a promotores sigan cobrándose la cabeza de otras cajas.
El progresivo desmoronamiento del sistema bancario español, en línea con lo ocurrido en otras partes del globo, debería servirnos como alerta y vacuna contra las interpretaciones más pueriles y sesgadas de la crisis económica. Los políticos, los de allí y los de acá, se están montando una película alternativa sobre sus causas para eximirse de responsabilidades.
No hay que ir demasiado lejos. Si usted le pregunta hoy mismo a cualquier persona de la calle por quíé ha empezado esta crisis, le dirá que los malvados especuladores financieros de Wall Street (la versión sajona de los especuladores inmobiliarios españoles) invirtieron en productos muy arriesgados que han terminado siendo impagados. Y dado que esos especuladores no estaban sometidos a supervisión, es necesario que ahora nuestros políticos los regulen masivamente para impedir que vuelvan a hacerlo.
En esta línea, el secretario del Tesoro de Estados Unidos lleva meses repitiendo que la culpa de la crisis radica en el llamado "shadow banking", esto es, instituciones financieras que actúan como bancos (por ejemplo, las aseguradoras tipo AIG) pero que no están sometidos a las estrictas regulaciones de los bancos. El remedio parece sencillo: que ningún agente, que ningún producto y que ningún mercado queden fuera del atento control del Estado, como ya se propuso en noviembre durante la pasada cumbre de Washington.
Pero hete aquí que en nuestro país empiezan a quebrar entidades financieras como las cajas que sí estaban supervisadas por el Banco de España (de hecho, según todos decían, "muy bien supervisadas") y que no habían prestado dinero a productos complejos que no entendían sino a actividades tan tradicionales como comprar un terreno y construir varios bloques de pisos.
No, la crisis financiera no es una crisis del "shadow banking" frente al modelo mucho más prudente y noble de la banca comercial de toda la vida. Ambos tipos de banca han quebrado conforme los Gobiernos de los distintos países han dejado de sostener artificialmente los mercados. No ayudará, por tanto, que el sistema financiero internacional adopte las pautas de un modelo español que de poco ha servido para evitar la crisis.
Valdría la pena que por una vez nuestros mandatarios practicaran un ejercicio de honradez y reconocieran su responsabilidad en esta situación: los bancos centrales expandieron el críédito de manera insostenible desde 2003, generando todo tipo de burbujas (como la inmobiliaria) y malas inversiones por la economía que ahora se están revelando y rebelando. Este lucrativo chiringuito –las entidades financieras se endeudaban a corto plazo prestando a largo y el banco central de turno les cubría el riesgo de iliquidez a costa de generar inflación– que los políticos luchan por defender –entre otras cosas, porque les permite financiar el enorme gasto público actual– y ocultar con todo tipo de diagnósticos demagógicos es el que se ha venido abajo en los campos castellanos.