¿Tiene futuro la industria española?
Publicado en Expansión por Rafael Pampillón Olmedo
Según publicó el viernes el Instituto Nacional de Estadística, el índice de producción industrial español continuó su desplome en febrero, al caer un 22%. Se trata de la tasa interanual más baja desde que comenzó la serie con base en 1993 y el mínimo histórico con cualquier otra serie anterior.
Ya son 10 meses de caída libre que confirman la incapacidad de nuestra industria para enfrentarse a la crisis más grave de nuestra reciente historia. Tambiíén cae la producción industrial de la UE, pero a ritmos menores (10%).
En España, desde 1970 se ha venido observando un progresivo descenso de la industria (y tambiíén de la agricultura) como porcentaje del PIB, y se ha producido en cambio una mayor participación de los sectores de servicios y de la construcción. Según se desprende de la Contabilidad Nacional de España, en 2008 la industria sólo representa el 17% del PIB, mientras que en 1970 representaba el doble: 34%. Es cierto que, con el transcurso de los años, la participación relativa de la industria en la economía mundial ha ido disminuyendo.
Los países desarrollados, aunque se sitúan a la cabeza de la producción industrial del mundo, han experimentado una considerable reducción de la contribución industrial a la producción y al empleo, que ha ido creciendo de forma paulatina en otros sectores, fundamentalmente el de los servicios. La industria fue muy importante hasta la crisis de mediados de los años setenta y, a partir de ese momento, comenzó a perder peso.
Terciarización
En España, desde 1970, el sector servicios ha ido adquiriendo una importancia creciente con el transcurso del tiempo. Esta terciarización es habitual en el proceso de desarrollo económico de la mayoría de los países.
En este sentido, España es muy competitiva en el sector servicios, por lo que buena parte de la inversión española en el exterior está en los sectores bancario, distribución, ingeniería, gestión y construcción de infraestructuras (aeropuertos, autopistas, etc.), gestión de aguas y basuras, hoteles, producción y distribución de energía, energías renovables, seguros, telefonía, etc.
En cambio, España se desindustrializa, en parte porque la globalización ha contribuido a incrementar la deslocalización, es decir, el traslado de la actividad empresarial (total o parcial) a otros países. La deslocalización aunque puede aparecer en cualquier rama de actividad, se da principalmente en los sectores industriales que requieren un uso intensivo de la mano de obra o en aquellos con bajo nivel tecnológico.
Además, el tejido industrial español se caracteriza por la pequeña dimensión de sus empresas, lo que se traduce en una escasa capacidad inversora y en la dificultad para acometer gastos de I+D. Las industrias de tecnología alta y muy alta solo representan el 35% del total mientras que el otro 65% son empresas de media o baja tecnología. De ahí que buena parte de la industria española utilice tecnología que no suele ser puntera.
Esta situación es preocupante, porque la supervivencia de la industria dependerá de la capacidad que tenga para generar innovación propia y ser así competitiva. El análisis de los datos relativos a la balanza tecnológica y a otros indicadores de ciencia y tecnología muestran que, aunque España mejora su nivel tecnológico, está todavía muy por debajo de lo que correspondería al nivel de desarrollo. De ahí que importe mucha más tecnología de la que exporta. Por eso la salida de la crisis pasa por el aumento del gasto en I+D que permita obtener más innovación y competitividad.
En definitiva, la industria española solo tiene futuro en aquellos sectores y empresas cuya producción estíé dotada de un alto componente tecnológico. La íépoca de la competitividad-precio es cosa del pasado. En sectores de baja tecnología tenemos poco futuro frente a quienes tienen costes laborales más bajos, como China e India. Desgraciadamente, el índice de Producción Industrial lleva 10 meses señalando que España se desindustrializa. El futuro industrial pasa por diseñar políticas que favorezcan un mayor nivel tecnológico.