JON AGIRIANO.-
Marcó Llorente el penalti de la victoria sobre la bocina y 'La Catedral' se convirtió en una fiesta. Las gradas eran una ola de hinchas felices que agitaban bufandas y banderas mientras entonaban los sones de Aida, una pieza reservada para los grandes momentos de euforia. Había algo especial en el estallido de San Mamíés, en la intensidad de su alegría, una suerte de desquite de la afición del Athletic tras años de penurias y sinsabores, tras meses y meses saliendo de los partidos cabizbajos, murmurando lamentos, mirándonos las llagas. Sería bonito pensar -y hay algunas razones para hacerlo-, que esos tiempos han pasado, que el largo túnel ha quedado atrás y el futuro se presenta prometedor. El Athletic crece día a día y ayer lo volvió a demostrar en un gran partido, un duelo a cuchillo, de poder a poder, ante un magnífico rival, uno de los grandes de la Liga.
La victoria pudo ser excesiva para los míéritos de los dos equipos. Quizá el empate hubiese sido un resultado más justo, ya que las ocasiones se repartieron con equilibrio y el Valencia, muy sólido todo el partido, apoyado en un extraordinario Fernandes, tuvo dos ocasiones magníficas para marcar el 2-3. Pero más allá de esas consideraciones, lo cierto es que el Athletic no cejó hasta el final y compitió sin ningún complejo, a un nivel estupendo, durante los noventa minutos. De otro modo, no sólo la victoria hubiera sido imposible. Tambiíén lo hubiera sido remontar por dos veces al Valencia en la primera parte, que fue un espectáculo.
En el descanso, de hecho, en la grada se discutía el tiempo que se llevaba sin ver un partido de semejante calibre en San Mamíés. ¿Tres años? ¿Cuatro? Sea como fuere, lo importante es la ilusión general de que pueden llegar más, de que lo visto ayer no es una casualidad sino la confirmación de la buena línea en la que ha entrado el Athletic de Caparrós. Hay algo, en este sentido, que empieza a ser indiscutible: despuíés de tantas dudas y errores, ya se puede decir que los rojiblancos empiezan a rendir a su verdadero nivel. No es este un equipo para malvivir en la parte baja de la tabla, prisionero de la desconfianza, de la falta de ambición y de una pobre idea del juego. Hay mimbres para aspirar a más. A disfrutar de partidos vibrantes como el de ayer, por ejemplo.
Los míéritos del Athletic comenzaron con una demostración de carácter, de convencimiento. No es fácil levantarse cuando un rival como el Valencia te deja frito en su primera aproximación al área de Iraizoz. Es justo lo que hizo David Villa, un delantero letal, que se fue entre aplausos de San Mamíés -aplausos de admiración y de alivio- cuando Unai Emery se vio obligado a retirarle, tocado, en el minuto 66. El asturiano fue una pesadilla mientras estuvo sobre el cíésped. Cada vez que cogía el balón, un temblor recorría el espinazo de San Mamíés. Y no es de extrañar, porque el delantero valencianista tiene más peligro que los experimentos del doctor Bacterio. Marcó el primer gol a los dos minutos, dio el segundo a Morientes y estuvo a punto de hacer otros dos en una vaselina y en un disparo lejano. Mejor no pensar en quíé hubiera sucedido si en lugar de Joaquín y de Mata hubiera sido íél quien que hubiera tenido las dos oportunidades que desperdició el Valencia al comienzo de la segunda parte.
Un gran Orbaiz
La capacidad de reacción del Athletic tuvo algunos protagonistas principales. Es el caso de Orbaiz, que no sólo llevó la batuta como en sus mejores días, sino que trabajó hasta el último aliento subiendo a presionar la primera línea de pase del Valencia. Y es el caso de los dos interiores, David López y Gabilondo, que firmaron una primera mitad sobresaliente. El empate a uno, fabricado entre ambos, fue un regalo para la vista y acabó de impulsar al Athletic, que no perdió la fe ni siquiera cuando el Valencia se le volvió a adelantar allá por el minuto 30.
El partido bajó el listón en la segunda parte, algo lógico teniendo en cuanta la tralla de la primera, pero continuó siendo un pulso tenso y emocionante. Los dos tíécnicos tiraron de banquillo, en el caso de Caparrós con el cambio habitual de Toquero por Ion Víélez y luego dando entrada a Balenziaga por Gabilondo, una nueva apuesta, y de Yeste por Orbaiz. Las hostilidades estaban en todo lo alto, con el Athletic más replegado buscando la contra y la cabeza de Llorente y el Valencia conducido por Fernandes. Todo indicaba que el duelo acabaría en tablas, pero a los equipos en racha, a los equipos que no pierden la fe, a veces el fútbol les premia. Le ocurrió al Athletic para alegría de una afición que pudo desmelenarse como en sus mejores días