El tema del empleo como muy bien sabemos todos, es un tema complejo, y tiene tantas aristas que los posibles enfoques son muchos y frecuentemente muy dispares unos de otros. En momentos como el actual en el que el paro está desbocado, hay propuestas de solución de diversa índole y si nos fijamos en estas podemos agruparlas en dos grandes grupos. El primero, centraría sus esfuerzos en proteger al desempleado garantizándole unos ingresos mínimos que le permitan seguir enganchado al Estado de Bienestar, siendo una exigencia íética y un compromiso social ineludible.
Hoy en día, los Estados modernos y poderosos cuentan con los recursos suficientes para cumplir con esa labor y si por un casual las fuentes de ingresos propias del sistema no fueran suficientes, siempre quedaría la opción de recurrir a los presupuestos generales y aunque no lo sean, los ciudadanos acostumbran a pensar que estos son inagotables, por lo tanto ningún político se negaría a auxiliar a los parados.
En el otro grupo encuadraríamos a los que ven el problema desde otro punto de vista y básicamente se niegan a aceptar que el incremento del paro sea una maldición bíblica imposible de eludir. Este grupo pone el acento en las políticas activas y admiten como slogan la perogrullada de que la mejor manera de reducir el paro es creando empleo.
Desde mi punto de vista ambas posiciones son necesarias y, aunque sea mejor la segunda, esta tiene como desventaja el que primeramente hay que adoptar medidas de fomento de empleo y despuíés esperar y ver si son efectivas y observar si dan los frutos que se esperaban. Y esto no es automático e, incluso no es siempre cierto. Pero claro, mientras tal cosa no suceda y tal efecto no se produzca, no podemos dejar desamparados a los afectados por la crisis teniendo la obligación íética y moral de ayudarles.
En esto no creo que vayamos a tener discrepancias, pero estas aparecen siempre con los detalles, con los matices. ¿Debemos proporcionar a los afectados por la crisis económica una situación lo más confortable posible, debemos intentar reducir su sufrimiento, o bien hay que mantenerles incómodos para que se esfuercen en conseguir un empleo? ¿Debemos favorecer la adaptación de las plantillas a la situación, facilitando el despido, esperando que se vuelva a contratar cuando la situación gire; o debemos poner trabas al despido para no aumentar el paro, aun a riesgo de hundir muchas empresas y perder todos los empleos?
La disputa pues está aquí, es aquí donde los gobiernos deben elegir: es decir gobernar.
A decir verdad creo que la gran mayoría de nosotros vemos a nuestro Gobierno un tanto despistado, un poco perdido. Nuestro Gobierno fue contundente a la hora de garantizar apoyos, pero se acojonó a la hora de buscar soluciones reales. ¿Cuántos parados más puede tolerar nuestro sistema? ¿A cuantos más podremos ayudar?
Críéanme, dos preguntas cuya respuesta preferiría no tener que conocer nunca y más leyendo que el 20% de la población española está bordeando la situación de pobreza y que sólo nos superan Italianos y Letones.
Salud y suerte en las inversiones, las vamos a necesitar.