JUAN T. DELGADO
2 de julio de 2009.- España no es diferente sólo por el sol, sus playas y la simpatía de sus gentes. Tambiíén nos distinguimos de la mayoría de nuestros vecinos europeos por la manera de afrontar los asuntos verdaderamente importantes, los que afectan al bien público, a la sociedad en su conjunto. Para muestra, un botón: en torno al debate sobre el cierre de la central nuclear de Garoña han vuelto a coincidir un cúmulo de disparates de corte surrealista, al más puro estilo del mejor Buñuel o la Leire Pajín de la campaña de las elecciones europeas.
La planta de Garoña no es tan importante desde el punto de vista económico y energíético. No alcanza ni los 500 megavatios de potencia, la mitad que el reactor de Trillo (Guadalajara) y una parte ínfima en comparación con los casi 95.000 megavatios instalados en España. Pero la central burgalesa es todo un símbolo. Conlleva un mensaje para las empresas sobre la política energíética del Gobierno. A saber, si Garoña clausura sus puertas, ocurrirá seguramente lo mismo con el resto de los reactores de nuestro país, con las enormes implicaciones que ello conlleva (decisiones de inversión, recolocación de las plantillas, etc.).
Mientras tanto, el PP, con Mariano Rajoy y el ex presidente Aznar a la cabeza, se dedicaban a pregonar las bondades de la energía atómica. Una fuente de generación elíéctrica que podían haber defendido durante sus ocho años de Gobierno. Sin embargo, no sólo no apostaron por ella, sino que el asunto se convirtió en tabú desde que Aznar entró al Palacio de La Moncloa. Así se explican las piruetas que los responsables de la íépoca en política energíética, como Josíé Folgado, tenían que realizar para salir airosos en cada entrevista y rueda de prensa. Todo con el fin de no hablar a las claras del futuro nuclear de nuestro país.
España es así. Y lo seguirá siendo. Los ejemplos son infinitos. Ahí va otro: el pasado jueves, a las 10 de la noche, las luces del Congreso de los Diputados permanecían encendidas. Dentro, diputados del PSOE y el PP intercambiaban cromos para sacar adelante el fondo de ayuda del sector financiero. De ese plan, valorado en 99.000 millones de euros, depende el futuro de los bancos y cajas de ahorros españoles. Sin embargo, el asunto ni pasó por el Congreso ni llegó a debatirse a puertas abiertas con todas las partes realmente interesadas, desde las propias entidades financieras, hasta los sindicatos, pasando por todos los grupos parlamentarios.
Así nos va.
Hubiera sido una oportunidad inmejorable para abrir un debate serio, contenido, profundo, sobre el futuro de esta fuente de energía, sobre sus pros, sus contras y sus alternativas. Sin embargo, Garoña se ha convertido en una moneda política de cambio más. Si el Ejecutivo prorroga, como se prevíé, cuatro años la vida del reactor es, sólo, porque le interesa políticamente. Para contentar a los dos extremos, como Salomón.
La politización del tema ha desembocado en un cúmulo de dislates. Para abrir boca, las monjas clarisas del convento burgalíés de Santa Clara de Medina de Pomar dieron un paso al frente para informar de que estaban rezando para que el reactor siguiera generando kilovatios. De ello dependía la supervivencia del centro religioso, cuyas inquilinas lavan las toallas de la central y elaboran los gorros de los operarios. "Si Dios permite que cierre es porque sabe más", comentaba, resignada, la hermana Mari Luz a finales de junio.
Previamente, algunas organizaciones ecologistas habían demonizado Garoña hasta el extremo de afirmar que la salud del vecindario, que convive con ella desde hace 38 años, estaba amenazada. A lo cual contestaron inmediatamente las Nuevas Generaciones del PP en Valladolid con argumentos tan sólidos, serios e irrefutables como que aún no se han encontrado "peces de tres ojos ni niños fluorescentes" en las inmediaciones de la central.
De forma paralela, miembros del PSOE tan claves como Felipe González rebatían la posición antinuclear de Zapatero en público. Otros, como Miguel Sebastián o Josíé Blanco, lo hacían en privado. Y Moncloa filtraba planes de desarrollo social para la comarca de Garoña con iniciativas tan imaginativas como la construcción de un Parador Nacional. Buen lugar de trabajo para recolocar a los sesudos ingenieros de la central, más acostumbrados a manejar con mimo el uranio que a pasar la aspiradora en la moqueta o servir cócteles en el bar del hotel.