RUBí‰N AMí“N desde París
6 de julio de 2009.- El propietario de un local parisino donde este corresponsal desayuna ha bajado en 50 cíéntimos de euros el precio del zumo de naranja. No por la crisis ni por la mercadotecnia, sino para sobrentender que el descenso drástico del IVA en la hostelería francesa -del 19,5% al 5%- merecía un detalle pecuniario con la clientela.
Es una miseria lo que ha aligerado la cuenta el tabernero en proporción a las nuevas ventajas. Quizá porque tanto íél como sus colegas quieren cobrarse ahora todos los años en que han pagado desmesurados impuestos. Jacques Chirac los embaucó al prometerles que el IVA descendería, pero la rebaja de la tasa ha llegado con Sarkozy, si bien el presidente francíés no ha logrado que el nuevo estatus concierna realmente a la factura que pagamos los clientes. Los descensos de los precios, más simbólicos que materiales, se atienen a ciertos menús, a ciertos locales y a ciertos servicios. Entre ellos, el cafíé. Se pagaba en la barra a 1,30 euros, mientras que ahora puede liquidarse a 1,10.
Ocurre en el bar parisino donde este corresponsal desayuna, pero me he percatado de que el descenso del precio del zumo de naranja arroja una trampa. Cuesta 50 cíéntimos menos, es verdad. Y las naranjas son naranjas. El problema es que el vaso resulta ahora más pequeño que antes. Quiere decirse que el propietario del local ha debido pasarse unas cuantas noches en vela con el sistema de pesos y de medidas hasta conseguir que la disminución del precio fuera equivalente a la cantidad de gíénero ofrecido. Dicho de otra manera: el zumo me cuesta lo mismo. Y puede que 50 cíéntimos más.