Pablo Pardo | Montauk (East Hampton)
Curiosidades del capitalismo. En Nueva York, los intelectuales y los artistas se han convertido en una máquina transformadora de la geografía urbana y rural del Estado. "Primero llegan los intelectuales. Luego, viene la burguesía y los echa", me explicaba el viernes Doris Ashton en su casa de East Hampton, en la zona de vacaciones más exclusiva de Estados Unidos.
Ashton es una de las críticas de arte moderno más importantes de Estados Unidos, y una intelectual el sentido estricto del tíérmino, por lo que, en un territorio tomado por la estrellas de Hollywood y los banqueros de Wall Street, ella es uno de los últimos ejemplares de una especie que hace unas díécadas fue tan emblemática de los Hamptons como los tiburones blancos, y que hoy se encuentra en tanto o más peligro de extinción en la zona que esos peces.
Hace cinco díécadas los Hamptons era una especie de capital rural mundial de la vanguardia, con ejemplares de la talla de Max Ernst, Mark Rothko, Ludwig Sander, Jackson Pollock o Franz Kline. Pronto, estos artistas atrajeron a otra especie, que ahora constituye la mayor parte de la fauna de los Hamptons: supermillonarios de Wall Street.
La burguesía acudía a los Hamptons en parte en busca del prestigio que le daba el arte. Y acabó echando a los artistas. Finalmente, tras Wall Street, ha llegado Hollywood. Por poner un ejemplo, hace justo dos fines de semana tenían actos públicos o semipúblicos en los Hamptons, entre otros, Roger Waters (ex Pink Floyd), Uma Thurman, Richard Gere, Tyra Banks, Sarah Jessica Parker, Elisabeth Shue, Dona Karan, Christy Turlington y Barbara Walters.
Así que la 'Riviera de EEUU' es lo que es en buena medida gracias a Ernst y a sus colegas que, paradójicamente, lo que querían era 'perderse' aquí y, encima, disfrutar de un sitio precioso y barato.
Es una dinámica que se repite constantemente en la ciudad de Nueva York, a una hora y media en coche y a siete minutos en avión de los Hampton. Tómese un barrio hecho pedazos como, por ejemplo, la zona situada al sur de la calle Houston: un área industrial llena de almacenes vacíos. Díéjese a los artistas tomar esa zona, cosa con la que ellos estarán encantados, porque ahí los alquileres van a ser muy baratos. Espíérese unos años. Y se obtendrá un barrio de diseño listo para que lo tome al asalto Wall Street. ¿El nombre de la zona? SoHo (South of Houston).
Lo mismo ha pasado con Chelsea. De hecho, cuando Bill y Hillary Clinton bautizaron a su hija con ese nombre, en homenaje al Hotel Chelsea, estaban realizando una declaración de intenciones progres (hay que tener en cuenta que los nombres anglosajones ayudan en ese aspecto: en España a nadie en su sano juicio se le ocurriría llamar a sus vástagos Cafegijón o Lavialáctea, aunque no me extrañaría que acabáramos viendo Malasaña Píérez o Chueca González). Hoy, Chelsea es uno de los barrios más caros de Nueva York.
Es una curiosa inversión de un fenómeno histórico. Tradicionalmente, eran los ricos quienes mantenían y subvencionaban a los artistas y les obligaban a residir cerca de ellos. Ahora, sin embargo, es Miguel íngel el que les dice a los Medici o al Papa dónde tienen que vivir. Los artistas se han convertido en unos formidables agentes inmobiliarios, que adecentan los barrios y se los dejan listos a la burguesía.. No es que el capitalismo haya cooptado al arte. Es que el arte es ya parte del capitalismo. Máximo Gorki, el padre del ‘realismo socialista’, debe de estar retorciíéndose en su tumba.