Los 15 días que (casi) derriban el mundo
Por Pedro Calvo en El Economista
"Nunca he pasado por nada similar. Los ciudadanos de la calle ni siquiera pueden imaginar lo cerca que estuvimos de que el sistema financiero, el armazón que sostiene todo lo que conocemos, los bancos, las hipotecas, nuestros ahorros, se viniera abajo a mediados de septiembre". Cuando pronuncia estas palabras, un escalofrío le recorre el espinazo.
Es el modo en que su cuerpo reacciona cuando recuerda lo que vivió en primera persona, desde su puesto en una firma de inversión española, entre el 6 y el 20 de septiembre de 2008. Y no exagera.
Durante esos 15 días, el mundo financiero pasó de un sobresalto a otro sin tener tiempo para asimilar el anterior. Cada uno, por separado, hubiera merecido la consideración de histórico. Pero todos juntos conformaron una secuencia sin precedentes que amenazó con demoler el sistema financiero mundial y reducirlo a escombros.
"Los shocks financieros que golpearon la economía global en septiembre y octubre fueron los peores desde los años 30, y ayudaron a empujarla hacia la recesión más profunda desde la Segunda Guerra Mundial", ha admitido Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal (Fed).
Del aviso...
La cadena empezó a romperse por un eslabón que venía transmitiendo síntomas de debilidad desde julio. Se trató de las sociedades hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac. Fundadas en 1938 y 1970, respectivamente, ambas firmas eran una pieza clave en el entramado inmobiliario norteamericano.
En concreto, su trabajo consistía en respaldar la actividad hipotecaria, pero sin conceder los príéstamos a los ciudadanos de forma directa. Lo que hacían era adquirir a las entidades los críéditos que íéstas concedían para la compra de viviendas. Como consecuencia, los riesgos de impago se transferían a Fannie Mae y Freddie Mac y los bancos podrían seguir dando hipotecas. Ejercían, por tanto, de lubricadores del mercado crediticio y residencial.
Para ello, contaban con una ventaja: aunque habían sido privatizadas, mantenían su esencia pública fundacional, porque contaban con el apoyo del Estado. Esta naturaleza híbrida les llevó a estirar el brazo más que la manga. Compraron más hipotecas de las debidas y emitían a partir de ellas toda la deuda que pudieron para rentabilizar así su negocio. Todo ello, con el beneplácito de unos mercados que interpretaron que, en caso de que hubiera problemas, papá Estado acudiría al rescate.
Y estaban en lo cierto. Con sus balances castigados por la caída de los precios de la vivienda, el Tesoro, el brazo económico de la Casa Blanca, salió en su ayuda y pasó a tomar el control de ambas en una maniobra que se tejió durante el primer fin de semana de septiembre.
El secretario del Tesoro, Henry Paulson, adujo que las autoridades no podían abandonar a su suerte a Fannie Mae y Freddie Mac. Era una cuestión de tamaño. Entre las dos soportaban una de cada dos hipotecas vigentes en EEUU. En dinero, esa proporción ascendía a 5,3 billones de dólares, casi un tercio del Producto Interior Bruto (PIB) de la mayor potencia mundial.
... al terremoto
La notoriedad de Fannie&Freddie hizo de esta maniobra todo un acontecimiento. Seis meses despuíés de que la Fed (el banco central de Estados Unidos) apadrinara el rescate del banco Bear Stearns mediante la adquisición de íéste por parte de J.P. Morgan, las autoridades se veían obligadas a actuar de nuevo como el síéptimo de caballería.
Pero esos precedentes quedaron eclipsados por lo que sucedió durante el fin de semana del 13 y 14 de septiembre. Durante esos días, Bernanke llegó a tener dos cadáveres sobre la mesa. Y no dos cualquiera. Eran, ni más ni menos, que los bancos Lehman Brothers y Merrill Lynch, que figuraban entre los cinco más importantes de la otrora poderosa industria de Wall Street.
De los dos, Merrill fue el que corrió más fortuna. Su corazón siguió latiendo, aunque ya no de forma independiente, sino que fue adquirido por Bank of America a cambio de 45.000 millones de dólares. Casi un año despuíés, la operación sigue rodeada de políémica. En un principio, ambas partes afirmaron que se trató de una solución privada sin intervención de la Fed o el Tesoro. Sin embargo, persiste la sospecha de que el acuerdo se cerró despuíés de que el máximo ejecutivo de Bank of America, Ken Lewis, fuera presionado por Bernanke para salvar así a Merrill.
En cuanto a Lehman, su centenaria existencia -se fundó en 1850- llegó a su fin en la madrugada del 14 al 15 de septiembre. Y con su caída, la crisis se adentró en otra dimensión. "El colapso de una de las principales firmas financieras -en referencia a Lehman- el pasado otoño causó que los mercados de financiación interbancarios dejaran de funcionar", reconoció el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, en julio.
Se pararon, en efecto, los mercados de críédito, pero la volatilidad tambiíén se disparó en la bolsa, la deuda pública y privada, las materias primas y las divisas. Así es la globalización, en la que la interrelación de las fichas en el puzle financiero global provoca que los impactos sean tambiíén mundiales. Es lo que, tíécnicamente, se define como riesgo sistíémico, la amenaza de que la caída de una entidad genere problemas en todo el sector.
¿Por quíé dejó la Fed que eso pasara? "Por ahora, sigue siendo el secreto mejor guardado de la crisis", sostiene Josíé Carlos Díez, economista jefe de Intermoney. Ante esta opacidad, caben distintas interpretaciones. Tal vez Bernanke quiso dar un escarmiento a la banca. O quizá pretendió pulsar la capacidad de aguante del sector. E incluso se habla de lucha de egos. "Richard Fuld -el presidente de Lehman- se presentó a las reuniones de la Fed con una actitud prepotente, como asumiendo que Lehman era demasiado grande como para que las autoridades lo dejaran caer. Pero se equivocó", asegura un banquero español.
Y se tambalea AIG
Sin tiempo para recuperarse, el 17 de septiembre la Fed sí tiró de chequera para salvar a otro gran jugador financiero, la aseguradora AIG. Le inyectó nada menos que 85.000 millones de dólares. ¿El motivo? Evitar, esta vez sí, el terremoto sistíémico que podría provocar la caída de una aseguradora que tenía intereses en 130 países y que superaba en tamaño a cualquier otra en el mundo.
El suelo se abría a los pies de Wall Street. Y en la noche del 18 al 19 de septiembre, Paulson intentó sostenerlo con un programa de rescate, bautizado como Plan Paulson, con el que, entre otras cosas, compraría a los bancos los activos más arriesgados que tenían en su balance.
Las ríéplicas aún se notan
Todo ello ocurrió en apenas dos semanas. 360 horas que cambiaron por completo el mundo financiero. Tanto, que sus efectos superaron ese espacio temporal y sometieron a los mercados financieros a un estado de excepción que se prolongó durante seis meses. Los desplomes bursátiles sufridos en este periodo, con caídas comprendidas entre el 40 y el 50% en los principales índices, fueron el mejor termómetro del miedo que se sufrió durante esos meses.
Y aún hubo más. Semejante terremoto no tardó en contagiarse a la economía real. El cuarto trimestre de 2008 y el primero de 2009 reflejaron las mayores contracciones económicas en díécadas. En EEUU, las tasas negativas superaron el 5% en ambos parciales, los peores datos desde comienzos de los 80, unas cifras a las que tambiíén se acercó la eurozona, que atraviesa su mayor recesión desde el nacimiento del euro. La parálisis del consumo privado y la inversión, la caída de la confianza de los ciudadanos y los empresarios y el incremento del desempleo fueron otras de las manifestaciones del armagedon financiero.
Meros intentos de levantamiento
Para contrarrestar el impacto de aquellos acontecimientos, las autoridades económicas y monetarias han respondido con iniciativas no menos excepcionales. Las primeras, refrescando las recetas del economista británico John Maynard Keynes y apelando a un mayor gasto público. Las segundas, adoptando las políticas monetarias más expansivas de la historia, con unos tipos de interíés próximos al 0% y otras iniciativas más directas -como la compra de deuda pública y/o privada- con las que introducir dinero en la economía.
Doce meses despuíés, la quiebra de Lehman, como estandarte de lo que pasó en septiembre, marca un antes y un despuíés en la evolución de la crisis. Aunque íésta se manifestó en 2007, la situación parecía controlada dentro de la gravedad. Pero la caída del banco norteamericano sumió al mundo económico-financiero en un caos que amenazó con derrumbarlo.
Los mercados y el crecimiento aún están restañando esas heridas, y lo vienen logrando desde marzo. Pero los efectos del colapso de Lehman tardarán años en desaparecer. Supone la máxima expresión de los excesos crediticios cometidos entre 2003 y 2007, y de su colapso emana el debate sobre la reforma de la regulación, supervisión y funcionamiento de los mercados. Un año despuíés, el muro financiero sigue en pie. Pero nunca será el que era antes de septiembre de 2008.