La Bolsa y la vida
por Joaquín Casasús en Cinco Días
Uno de los jeroglíficos más tortuosos a los que se enfrentan hoy los inversores es el de intentar conciliar el desastre de la economía con el espectacular rally bursátil que estamos viviendo. Para muchos es como si los mercados no se estuvieran percatando de la que aún nos queda por delante.
Pero es que, aunque vistos desde la distancia, la economía real y la Bolsa, llevan vidas paralelas, si nos acercamos es muy frecuente encontrarnos con grandes desavenencias.
En primer tíérmino hay que entender que cuando se invierte en Bolsa lo que se está comprando son los beneficios futuros de las empresas que en ella cotizan, y que aunque normalmente íéstos serán mayores si la economía va bien que si va mal, tampoco hay que olvidar que no todas las empresas tienen la misma exposición al ciclo económico, y que muchas no necesitan la economía creciendo al 5% para obtener unos beneficios más que dignos.
En segundo lugar, y más importante aún, lo que verdaderamente influye en el comportamiento de la Bolsa, no es como lo hagan las empresas en tíérminos absolutos, sino en relación al precio al que están cotizando. Y es que, como ya dijo Einstein, menos la velocidad de la luz en el vacío, que es constante, todo lo demás es relativo.
El pasado marzo, cuando la Bolsa estaba cayendo desde máximos entorno a un 60% (la segunda mayor caída de la historia), lo que el mercado estaba poniendo en precio es que el sistema financiero se colapsaba, y que poco menos que ya podíamos ir sacando del armario las armaduras para la nueva Edad Media que se nos avecinaba.
Desde tan bajas expectativas, las cotizaciones no necesitaban ni crecimiento económico, ni brotes verdes para subir. Bastaba con volver a sentir el suelo bajo los pies para experimentar un rebote espectacular.
A partir de aquí, lo razonable es que las Bolsas, que todavía pierden entorno a un 25%-30% desde máximos, sean más exigentes con las subidas, pero como estemos esperando a verlo más claro en la economía para entrar, entonces ya será demasiado tarde.
Joaquín Casasús. Director general de Abante