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Autor Tema: Los Hijos del Ayer  (Leído 1195 veces)

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Los Hijos del Ayer
« en: Septiembre 25, 2009, 09:57:18 pm »
Los Hijos del Ayer

El siguiente artí­culo es un resumen de la extraordinaria historia de una mujer que falleció y reencarnó en una misma íépoca. Luchó por buscar a los hijos que habí­a dejado huíérfanos, y no descansó hasta conseguirlos. Este caso es considerado por muchos como una prueba concluyente de la existencia de la reencarnación.




En 1932 Mary Sutton se estaba muriendo, aterrada y sola, en un hospital de Dublí­n. Sólo tení­a 35 años, pero las complicaciones que le siguieron al parto debilitaron gradualmente su cuerpo. Los recuerdos de su hogar evocaron imágenes de sus hijos, y a pesar de que la elevada fiebre distorsionaba el tiempo y la realidad, un miedo dominaba cada pensamiento: “¿Quíé será de mis hijos cuando yo muera?” El 24 de octubre, la muerte la liberó de una vida difí­cil, pero dejaba a ocho hijos que debí­an seguir su camino sin su protección.

Veintiún años despuíés, Jenny Cockell nació en una familia de clase media de Inglaterra. Era una niña solitaria, retirada en su propio mundo apacible. Sus dí­as estaban llenos de imágenes de otro tiempo y espacio, sus noches colmadas de un sueño horrible, el sueño de “saber la angustia de una mujer destinada a morir antes de que sus hijos crecieran. Yo lloraba como ella lloraba; reconocí­a su dolor como el mí­o, Tení­a miedo por los niños y preocupación sobre cómo saldrí­an adelante. La ira y la injusticia pesaban más que cualquier dolor que la muerte causara. Porque la muerte llegaba, inevitable y repetidamente, a travíés de esos sueños”.

A travíés del Tiempo y la Muerte es la historia de estas dos vidas, la primera finalizada antes de tiempo, la segunda con un solo objetivo – encontrar de nuevo a esos niños que se dejaron atrás y saber de sus vidas, viajar a un tiempo pasado y curar los sentimientos de culpabilidad y separación. En el transcurso de ese viaje, Jenny Cockell descubrirí­a la profundidad de su propia vida interior. Ella unirí­a a una familia por mucho tiempo dividida, para luego tejer para el mundo una historia tan cautivadora como una novela de ciencia-ficción.

Cuando era muy joven, Jenny Cockell pensaba que todo el mundo sabí­a acerca de vidas pasadas. Sus emociones estaban dominadas por las alegrí­as y los temores de la que ella siempre conoció como Mary. Sus dí­as y noches estaban llenos de escenas –de la casa de Mary, pequeña y de color marrón claro, protegida del camino por un muro de piedra, con acres de terrenos pantanosos por detrás, mi riachuelo, y un huerto de hortalizas. Mary pasaba la mayor parte del tiempo cocinando; las patatas y la harina de avena constituí­an la dieta diaria ya que no habí­a dinero para carne. Muy cerca habí­a un pueblo más grande con una estación de ferrocarril, una carnicerí­a y una iglesia. Habí­a a cada lado de una calle paradas de mercado que vendí­an cosas que ella nunca podí­a comprar.

Jenny siempre supo que “el perí­odo de tiempo transcurrí­a desde aproximadamente 1898 hasta los años treinta – esos fueron los años en que vivió Mary. Tambiíén sabí­a que su vida transcurrió en Irlanda. Un dí­a, de niña, sentí­ con toda seguridad que si pudiera mirar un mapa de Irlanda sabrí­a, con certeza, dónde estarí­a situado el pueblo y podrí­a compararlo con los mapas que habí­a estado dibujando desde que fui lo suficientemente mayor para sostener un lápiz. Hice varios intentos, y cada vez volví­a al mismo sitio en el mapa. El lugar se llamaba Malahide, y estaba justo al norte de Dublí­n”.

Los más vivos recuerdos hací­an referencia a los niños – el hijo mayor de 13 años, seguro de sí­ mismo pero sin dejar de ser amable; una niña que era lista en la escuela, paciente y servicial en casa. Ella vio a tres muchachos más pequeños, una niña pequeña de cinco años que era rubia y muy bonita, y a un reciíén nacido.

Existí­an recuerdos de la misma Mary, con jersíéis de media manga y faldas negras de lana, cabello largo estirado recogido en un moño. En una escena, se vio a sí­ misma esperando sola en un embarcadero de madera, arropada con un manto por el frí­o y mirando hacia el mar. Parecí­a como si fuera allí­ a menudo, pero Jenny nunca pudo recordar por quíé o a quiíén estaba esperando.

Cuando tení­a cuatro años, Jenny le preguntó a su madre por quíé su profesor de catequesis nunca mencionaba las vidas pasadas cuando hablaba de la vida y la muerte. A pesar de que la actitud de la madre fue comprensiva, Jenny aprendió que la reencarnación se consideraba una creencia, no un hecho, y no era generalmente aceptada en Inglaterra. “Esta revelación – que mi verdad no era una verdad a los ojos de otros, y que yo era distinta – fue un gran golpe para mí­, y hací­a que me preocupara y me cuestionara constantemente a mí­ misma”.





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Re: Los Hijos del Ayer
« Respuesta #1 en: Septiembre 25, 2009, 09:58:09 pm »
La búsqueda

A la edad de ocho años, las premoniciones reveladas en sueños renovaron su confianza en sí­ misma porque podí­a ver fí­sicamente como sus sueños se cumplí­an. Empezó a desarrollar su propio sentido de la normalidad, y compartí­a su vida secreta con sólo unos pocos. En su mayor parte, ella viví­a en el mundo de Mary. En la adolescencia, Jenny empezó a formarse una existencia en su vida presente. Acabó sus estudios y se convirtió en podóloga diplomada. Se casó con su marido actual, Steve, y se asentaron en las afueras de un pueblo. Tuvieron dos hijos y su vida era feliz. Las incursiones en el pasado se hicieron menos frecuentes, pero surgí­an fragmentos del pasado.

Estos recuerdos, sus dibujos de la infancia de iglesias y mapas, y sus muchos sueños, estaban cuidadosamente guardados en libros de notas. Ella sabí­a que algún dí­a el tiempo y el dinero le permitirí­an seguir completamente el recuerdo de Mary. El estí­mulo que necesitaba llegó en 1980 cuando encontró un mapa detallado de Malahide. Por primera vez vio la evidencia fí­sica que verificaba sus dibujos. Las carreteras y lugares destacados estaban situados correctamente, la distancia a escala. La estación de ferrocarril y la carretera a Dublí­n correspondí­an exactamente.

Ella se dirigió a escritores sobre reencarnación pidiendo consejo sobre el hecho de acercarse a los miembros de la familia. Ella estudió el tema y le hablaba a todos aquellos que escuchasen su historia.

En 1988 un hipnoterapeuta le pidió que participara en un estudio de investigación sobre vidas pasadas. Esto implicaba una exposición a un nivel aún más profundo. La hipnosis iniciaba una íépoca de participación que casi duplicaba su obsesión de la infancia.

Surgieron nuevas escenas. Una imagen de una mañana temprano y niños excitados que la llamaban fuera. Colgado de las patas habí­a un conejo que ellos habí­an atrapado con una trampa. Parecí­a demasiado largo, estirado y asustado. Ella gritó con sorpresa: “¡Todaví­a está vivo!”

Otra vez revivió la muerte de Mary. En una ocasión ella se sintió por encima del cuerpo, mirando fijamente hacia abajo a su cascarón vací­o. Ella vio a su marido al lado de la cama, inclinado en desesperación. Para ella la hipnosis abrió una caja de Pandora, tanto positiva como dolorosa. “Hasta entonces habí­a guardado bajo llave en una parte menos visible de mi consciencia mi frustración de no ser capaz de hacer algo para encontrar a los niños y mi furia abrumadora por la situación. Yo habí­a tenido que hacer esto para funcionar en la vida normal La hipnosis, sin embrago, estaba derrumbando todas esas barreras que yo me habí­a erigido para protegerme a mí­ misma de parte del dolor. Aunque siempre podí­a recordar y sentir el dolor, habí­a racionalizado todo para poder continuar como yo misma. La intensidad de recordar bajo hipnosis me dejaba abierta, sensible, vulnerable y confundida. Habí­a un tremendo conflicto entre la auto-conservación y las necesidades del pasado. Desde el punto de vista psicológico es a menudo mejor afrontar las cosas que reprimirlas, pero el trauma de hacer eso no debe ser infravalorado”.

En junio de 1989 finalmente pudo ir a visitar Malahide. Sus noches antes de partir estaban llenas de sueños. La pequeña casa habí­a sido derruida y sólo permanecí­an los cimientos, cubiertos de flores silvestres y matas de hierba. Siempre habí­a grupos de personas con ella, observando los restos.



Cuando vio Malahide, sus visiones fueron verificadas, porque conocí­a los alrededores. Se dirigió a la iglesia y vio el edificio que habí­a dibujado cuando era niña. La carnicerí­a aún estaba. No pudo encontrar la casa, sólo restos de un muro de piedra cubiertos de setos. Los terrenos pantanosos habí­an sido secados para una nueva urbanización.


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Re: Los Hijos del Ayer
« Respuesta #2 en: Septiembre 25, 2009, 10:00:24 pm »
Contactos

A partir de ese punto la búsqueda tomó vida propia. Un equipo de investigación de la BBC que preparaba un documental sobre lo paranormal escuchó la historia y contribuyó con algunos detalles. Un granjero de Malahide que viví­a cerca de la casa recordaba la familia y por fin proporcionó el apellido que ella nunca pudo recordar: Sutton. í‰l le contó que los niños habí­an sido llevados a orfanatos. Un sacerdote en Dublí­n encontró las partidas de bautismo de seis niños Sutton: Jeffrey (1923), Philomena (1925), Christopher (1926), Francis (1928), Bridget (1929) y Elizabeth (1932). Nunca se localizaron los informes de los dos hijos mayores, Sonny y Mary. En marzo de 1990 un contacto en Dublí­n encontró el certificado de defunción de Mary Sutton. Habí­a muerto en el hospital Rotunda de Dublí­n el 24 de octubre de 1932, a causa de gangrena, pulmoní­a y toxemia. Por lo menos, Jenny tení­a la prueba en papel que necesitaba.

Los anuncios en el periódico finalmente dieron con la pista del tercer hijo, Jeffrey, en Irlanda. Jenny sólo habló con íél una vez y sintió que no habí­a manejado bien la situación. Sin embargo, íél le dio las direcciones de sus tres hermanos – Sonny, Frank (Francis), y Christy (Christopher). Despuíés de la llamada, algo cambió. “Fui por fin capaz de aceptar emocionalmente que los niños habí­an crecido. Sabí­a que ellos tendrí­an ahora de cincuenta a sesenta años, pero se necesitó el contacto real para liberarme de esa parte de mi memoria que me hací­a creer que eran los niños que una vez fueron. Mis sentimientos continuaron siendo fuertemente maternales, pero pude comprender que los ‘niños’ eran ahora autosuficientes. Me sentí­ curiosamente libre.” Su próximo contacto fue Sonny, el hijo mayor, que viví­a en Inglaterra.

Explicándole que ella recordaba la familia a travíés de sueños, ella describió la pequeña casa en Malahide. Sonny rápidamente confirmó su descripción y parecí­a no tener ningún problema en aceptar lo esencial de su historia. í‰l le contó que habí­an existido ocho hijos que vivieron y dos que murieron durante la infancia. Los hermanos se habí­an reunido en 1985, pero el paradero de las hermanas era desconocido. í‰l expresó el deseo de encontrarse y contarse recuerdos.

Al empezar a contarse los sucesos, Sonny recibí­a cada revelación sobre su infancia con entusiasmo y asombro. Cuando ella le contó sobre el conejo atrapado y suspendido en el aire, íél la miró sin comprender y preguntó: “¿Cómo sabí­a esto?” Hablaron de Mary esperando en el embarcadero, sola al anochecer. “ ‘Le diríé por quíé usted recuerda ese embarcadero,’ dijo Sonny. ‘De niño solí­a hacer de cadi en la isla para los jugadores de golf, y al anochecer mi madre esperaba en el embarcadero para que pudiíéramos ir juntos a casa’.” El manto que llevaba la protegerí­a e las frí­as brisas marinas.

Sonny habló de su padre y Jenny entendió porquíé habí­a borrado el recuerdo. John Sutton era un trabajador con un buen empleo, pero gastaba su dinero en el pub local. Maltrataba a Mary y pegaba a los niños con un gran cinturón de hebilla de metal. La prudencia reservada de Mary y su eterna falta de dinero empezaron a cobrar sentido. La mayor parte del miedo que tení­a por los niños debí­a estar motivado por el comportamiento de íél y su duda sobre la habilidad de íél para cuidar de ellos.


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Re: Los Hijos del Ayer
« Respuesta #3 en: Septiembre 25, 2009, 10:01:14 pm »
Respuestas

Lo mejor de todo es que llegaron respuestas a las preguntas que ella habí­a estado persiguiendo durante 35 años: “¿Quíé será de los niños cuando yo muera?” La hija más pequeña se quedó con un tí­o paterno. El resto a excepción de Sonny fueron llevados por las autoridades locales, ya que se juzgó que el padre no estaba en condiciones de cuidar de ellos. Los chicos fueron internados en un orfanato de Hermanos Cristianos, las chicas en una escuela de monjas en Dublí­n. Sonny permaneció en casa con su padre y vivió una vida desdichada durante cuatro años, trabajando largas horas fuera de casa y soportando palizas constantemente. A los 17 años se unió al ejíército, y Mary, la hija mayor, volvió a casa. Despuíés se casó, pero murió a los 24 años al dar a luz.

La primera hija que encontró fue Elizabeth, o Betty, la más joven. Un anuncio en el periódico llamó su atención. Parecí­a caí­do del cielo porque lo primero que supo fue que habí­a sido adoptada a la edad de 17 años, y siempre habí­a querido seguir el paradero de su familia. La segunda fue Philomena, o Phyllis. Ella leyó un artí­culo en el periódico que describí­a una reunión de miembros de una familia en Irlanda y el papel inusual que Jenny habí­a desempeñado. Cuando Phyllis se encontró con Jenny por primera vez trajo un precioso obsequio, la única foto conocida de su madre Mary, sosteniendo cariñosamente a Phyllis cuando tení­a dos años. El marido de Bridget, la tercera hija que quedaba por encontrar, fue finalmente hallado en Australia. La familia supo que ella habí­a fallecido hací­a veinte años.

Al final Jenny llegó a conocer a cinco de los hijos. Jeffrey murió en 1993 antes de que se pudieran encontrar. Cada hijo ha entendido el papel de Jenny a su manera. Algunos creen en la reencarnación y otros creen que Mary habla a travíés de Jenny para reunir a la familia. Todos han encontrado un lugar para la aceptación.

Posteriores visitas a Malahide han permitido localizar restos de la casa de campo que Jenny no habí­a visto en su primera visita. Los trozos de la pared de piedra que daban a la carretera, las columnas de la entrada, los cimientos y paredes que llegaban al nivel de la cintura todaví­a siguen intactos.

En la primavera de 1994, un equipo periodí­stico americano invitó a Jenny, Sonny y Phyllis al programa de televisión Phil Donahue. Sonny, ahora de 75 años, y Phyllis, de 68, reconocieron de forma conmovedora a Jenny como su madre. La hija de Sonny, Kathleen, estaba entre el público. Nacida en el mismo año que Jenny, ella tambiíén admitió la posibilidad de que Jenny hubiera sido su abuela.

20-20, una revista de noticias de televisión americana, reunió a la familia en Malahide para celebrar el 75 cumpleaños de Sonny. Cuando visitaron la casita, Christy se conmovió visiblemente al volver a la casa que íél habí­a visto por última vez durante su infancia. De pie en el mismo lugar en donde íél habí­a visto a su madre por última vez, describió los sentimientos de un niño de seis años: “Recuerdo ese dí­a como si fuera ahora. Puedo recordar aquellos dos hombres llevándose a mi madre en una camilla, subiíéndola en una ambulancia y llevándosela. Nunca regresó.” Luego, señalando a Jenny, dijo: “Pero ha vuelto ahora – ella está ahí­.” Ambos estaban a punto de llorar.

Ahora la familia está en paz. Las reuniones son animadas, llenas de risas y de conversación. Se intercambian fotos de nietos y bisnietos. Ellos comparten una herencia con Jenny que pocos actualmente pueden reclamar. La misma Jenny está en paz. “Parece como si hubiera pasado por una puerta. Despuíés de años de seguir un camino tortuoso, donde mis propios miedos y sentimientos de incapacidad me retení­an tanto como los impedimentos reales, he llegado a un punto en el que se me permite hablar de mis pensamientos y experiencias mucho más abiertamente como nunca antes. Y ha sido extraño descubrir cuántas personas han tenido experiencias ‘extrañas’ que no han sido capaces de contar a otros por miedo al ridí­culo. Ahora se sienten capaces de explicármelas Todo esto me hace preguntar si las experiencias ‘paranormales’ ocurren en realidad a más personas de las que sabemos, pero no se discuten abiertamente”.

Nota: Esta historia real se encuentra en un libro titulado "A travíés del tiempo y de la muerte" (llamado en algunos paí­ses "Los hijos del ayer"), escrito por Jenny Cockell. Existe tambiíén una pelí­cula titulada "Yesterday's Children" (que fue el tí­tulo original del libro cuando fue publicado en el Reino Unido), y protagonizada por Jane Seymour en el papel de Jenny.

Fuente: Bette Stockbauer