La letal imbecilidad política de los españoles
Tenemos un gobierno inepto y nocivo que nos lleva hacia el precipicio y una oposición incapaz de convertirse en alternativa ilusionante, pero es más que probable que la culpa de este drama la tengamos los españoles, posiblemente los campeones mundiales de la imbecilidad política, por no ser exigentes con nuestros líderes, por elegir en las urnas a gente sin preparación ni solvencia, por haberlos aplaudido en lugar de expulsarlos del poder cuando asesinaban la democracia y la sustituían por una oligocracia indecente, una especie de dictadura "legal" de los partidos políticos y de sus íélites profesionales.
La imbecilidad política nos llevó a reírnos cuando el socialista Tierno Galván dijo aquella sinvergonzonería de que “las promesas electorales están para no cumplirlas†y cuando el mismo alcalde madrileño invitaba a nuestros hijos a “colocarse†con porros, alcohol y quien sabe si con cualquier otra basura en las noches felices de Madrid.
Tambiíén aplaudimos cuando Alfonso Guerra nos anunció que “Montesquieu ha muertoâ€, ignorando que lo que estaba diciendo es que se acabó la separación de los poderes básicos del Estado, lo que equivalía a autorizar, como ciudadanos, las puñaladas que los políticos socialistas ya le estaban dando a la joven democracia española.
Tambiíén sonreímos y nos sentimos estúpidamente orgullosos cuando Felipe González instauró el reino del “Pelotazo†y cuando Solchaga afirmó aquello de que “España es el país del mundo donde uno puede hacerse más rico en menos tiempoâ€.
Cuando Julio Anguita, que ya conocía desde dentro las puñaladas y hachazos que nuestros líderes asestaban al sistema democrático, rompiíéndole los cerrojos que servían para limitar el poder de los partidos y del Estado, repetía una y otra vez aquello de “programaâ€, “programaâ€, tambiíén lo ridiculizamos, creyendo que el comunista era un visionario iluminado, ignorando que lo que quería decirnos es que la inmoral casta política española ni siquiera tenía la vergí¼enza suficiente para cumplir lo que prometía.
Y lo soportamos todo, desde mentiras a engaños, sin ahorrarnos vejaciones y ríos de corrupción y desvergí¼enza. Admitimos que la izquierda pactara con la derecha para gobernar, que los que defendían la idea de España, siempre para gobernar, se aliaran con los enemigos nacionalistas de España. Admitimos aquella vergonzosa ley electoral que otorgaba grandes dosis de poder a partidos nacionalistas minúsculos, permitiendo que nos chantajearan desde Cataluña y el País Vasco.
Ni siquiera respondimos con un puñetazo en la mesa cuando nuestros dirigentes, a los que pagamos el sueldo y elegimos para que sean eficientes y justos, comenzaron a gobernar de espaldas al ciudadano, en contra de los deseos y anhelos de la mayoría. Aznar nos implicó en una guerra como la de Irak, a pesar de la oposición de los españoles. Zapatero nos metió con calzador el Estatuto de Cataluña, anticonstitucional, insolidario y una bomba de relojería en el corazón de la Constitución Española, y le permitimos, además, que nos engañara como a bobos cuando negociaba en secreto en ETA y aseguraba que era mentira, cuando otorgaba a la banda tratamiento de privilegio y cuando negaba como un tahúr la existencia de la crisis económica.
Hemos soportado la corrupción, hemos cerrado los ojos ante el enriquecimiento delictivo de miles de políticos, hemos abierto la mano, por si caía algo de dinero, ante el urbanismo salvaje que destruía nuestras costas y hemos permitido, sin rechistar, el cáncer de la financiación ilegal de los partidos políticos, permitiendo que se atiborraran de dinero sucio, que sus recaudadores visitaran nuestras empresas pidiendo comisiones y que nos cobraran dinero a cambio de subvenciones a las que tenemos derecho.
Ante nuestros ojos han convertido España en un basurero que hoy ocupa puestos de cabeza en el ranking mundial del desempleo, el avance galopante de la pobreza, el alcoholismo, el tráfico y consumo de droga, la prostitución, el incremento de la delincuencia, la densidad de la población encarcelada, el fracaso escolar, la píérdida de calidad en la enseñanza y el deterioro de la confianza y la fe en la democracia como sistema.
Ahora, cuando contemplamos impotentes cómo nuestros líderes políticos nos llevan hasta el abismo y cómo la sociedad española está perdiendo a chorros la prosperidad que con tanto trabajo se ganó en las pasadas díécadas, quizás ya sea demasiado tarde porque los políticos se han blindado y, en la práctica, no existen mecanismos para arrojar del poder a los ineptos, ni para regenerar una vida política que ya está infectada hasta el tuíétano.