A finales de esta semana, Estados Unidos ha despertado del delirio en que vivía desde la semana anterior cuando se conocieron los datos positivos del PIB trimestral (de julio a septiembre) con un crecimiento del 3,5%, por encima incluso de las mejores previsiones. Los datos del paro han devuelto a los americanos a la cruda realidad. El índice de desempleo en Estados Unidos alcanzó el 10,2% en octubre, cuatro díécimas más que el mes anterior y la tasa más alta desde abril de 1983, según los datos publicados por el Departamento de Trabajo. Vamos, que todo su gozo en un pozo. Estos datos han servido para poner de manifiesto que el crecimiento económico ha sido fruto –fundamentalmente- de las inyecciones fiscales del gobierno, y en menor medida por la reducción de la caída de los inventarios y el aumento en la inversión residencial. Pero la supuesta reactivación de la economía no ha sido confirmada por las empresas, que no tienen la certidumbre de que la crisis haya pasado y se resisten a contratar a nuevos trabajadores.
Obama está en una senda muy peligrosa: un aumento exorbitante del gasto público y al mismo tiempo un incremento descomunal del díéficit público. La generosidad del presiente estadounidense no ha tenido límites y a travíés de sus distintos planes de estímulo ha rescatado a TODOS, desde Wall Street hasta al sector automovilístico. Sin embargo y pese a su empeño, la fortaleza de la economía estadounidense no aparece por ninguna parte. Con un dólar cada vez más díébil, una tasa de desempleo cada vez mayor, y una caída libre de los precios de las viviendas, la prosperidad no es algo que debería darse por supuesto y Barak Obama debería tener en cuenta que la recuperación pasa por algo más que inundar la economía de su país de billetes verdes.
Aviso a navegantes o mejor dicho a Zapatero: Cuando las barbas de tu vecino veas cortar pon las tuyas a remojar…