Muy mal ya estamos, pero camino de ir a peor
Publicado en Expansión por F. Javier Ramos Gascón
Batir los ríécord de paro real y de aumento relativo del díéficit; permanecer en los niveles más elevados de recesión; presentar unos Presupuestos falseados en su origen por la disociación de sus cifras con las dimanantes de las previsiones macroeconómicas externas e internas y distorsionarlas además con la introducción de una serie de pies forzados conducentes necesariamente a un aumento mayor de un díéficit, cuyo nivel con los datos de hoy resulta ya desorbitado; y rechazar por completo la introducción de las reformas imprescindibles, recomendadas por las instancias oficiales o acadíémicas de dentro y fuera de España, por personas que han ocupado cargos relevantes en los gobiernos socialistas y por todos los economistas de prestigio conforman un panorama aterrador para el año próximo, aunque alguien se ha atrevido a pronosticar una mejoría en la situación económica, incluso en la primera parte del mismo.
Pero, además, aún no están echadas todas las cartas, pues todavía cabe que en lo que resta hasta la aprobación final de la Ley Presupuestaria se den episodios adicionales de chalaneo que ensanchen todavía más las brechas que se pusieron de manifiesto en la sesión del Congreso en que aquíélla se presentó.
Una sesión parlamentaria que fue calificada –con toda razón– como patíética. La persona a quien se obligó a dar la cara –al no querer, o no atreverse a hacerlo, quien íética y políticamente debía haberlo hecho– recitó las fórmulas que le habían hecho aprender y las reiteró en tono progresivamente balbuciente a medida que sufría el acoso dialectico, cada vez más duro, del jefe de la oposición –que eso sí lo sabe hacer (aparte de que se las habían puesto como a Fernando VII)–, y tuvo al fin que refugiarse en la pintoresca queja de haber sufrido violencia ‘de gíénero’, como dicen quienes ni siquiera saben hablar –con un mínimo de propiedad gramatical– su propio idioma.
Hay que reconocer que –a pesar de que soportemos y financiemos un llamado Ministerio de Igualdad–, con arreglo a los cánones clásicos de los buenos modales, un caballero bien educado no debe tratar así a una señora o señorita.
Panorama para 2010
í‰ste es el tíétrico telón de fondo que presenta el año próximo, en el que España va a ostentar, en virtud del convencionalismo rutinario correspondiente, la pomposamente denominada presidencia de la Unión Europea. Este hecho va a tener una consecuencia inexorable, la de impedir que durante su vigencia –la primera mitad de un período en el que se deberían afrontar en serio los gravísimos problemas que se presentan a la economía y a la sociedad españolas– se vaya a dar ni un solo paso en ese sentido por parte de quien va a encabezarla formalmente, que en la esfera interna es la única persona que, al parecer, toma decisiones, quizá sin escuchar, o sin hacer caso, a ninguna otra.
Sobre todo en la segunda legislatura, ha conformado lo que, en un cierto y peculiar sentido, se podría denominar un gobierno ‘estelar’, utilizando este adjetivo con referencia a la forma y comportamiento de una estrella de mar: un núcleo central y una serie de extremidades –carentes de conexión entre sí– que reciben los impulsos del primero sin más opción que cumplimentarlos ‘como sea’, lo cual se concilia perfectamente con su definición paladinamente explícita de que “gobernar es improvisarâ€. Haciendo acopio de optimismo, cabe el consuelo esperanzado de que el esfuerzo que deberá realizar para no quedar mal y hacernos quedar así a los españoles, afloje algo la tensión de las riendas en la que se está fundando su modo de regir nuestro país.
Si hubiese que destacar los aspectos más arduos de la amplia problemática en que nos ha sumido la conjunción de la crisis internacional con la errónea política interna, pueden encontrarse dos que están interrelacionados.
Por una parte, el progresivo apartamiento de nuestra situación respecto de los países más significativos de la economía mundial y, sobre todo, de la zona euro de la que formamos parte y que nos condiciona inevitablemente. Como concluye la nueva edición de la magistral monografía de Jaime Requeijo El euro y la economía española, esa pertenencia nos impone, entre otras cosas, volcarnos en corregir el bajo nivel de la productividad. Poco antes, recuerda que tal pertenencia deja en mano de las autoridades nacionales sólo la política fiscal y poco más.
Aquíélla debería regirse por un principio de drástica austeridad en materia de gasto público, con eliminación radical de los numerosos y cuantiosos factores de dilapidación existentes en todos los ámbitos de nuestra hipertrofiada Administración y erradicación de políticas de gasto improductivo. Un ejemplo de este tipo de actuaciones es lo que el propio Solbes acaba de describir como cierre y relleno de zanjas, medida que se intenta reeditar.
Desde el punto de vista de la productividad, otro aspecto acerca del que caben actuaciones gubernamentales, aunque por vías menos directas, serían las tendentes a evitar que, con un paro galopante y una creciente dificultad competitiva, se produzca el contrasentido de mantener una enorme rigidez en el mercado laboral y registrar un crecimiento salarial nominal rayano en el 5%.
Cobertura de díéficit
Otro tema crucial es obviamente el del díéficit, que enlaza con el derroche en materia de gasto. Sintetizando al máximo el repaso de sus efectos nocivos, es preciso reiterar que el nivel a que se llegará en 2009 –del 10% del PIB, como poco, y que no va a bajar de ese nivel con los Presupuestos que se aprueben para 2010– va a encontrar dificultades crecientes para su financiación conjunta con la del díéficit exterior por cuenta corriente.
Ello, por lo menos, a costa de spreads al alza con su consiguiente repercusión en los tipos de interíés y, por tanto, en el gasto y en el prestigio de nuestro país como prestatario. La consecuencia inexorable ha de ser que el proceso de crowding out se presente con un elemento añadido.
No sólo las emisiones de deuda van a propinar un codazo a las que pretendan lanzar las grandes empresas privadas, sino que, además, bancos y cajas –como ya está sucediendo– van a encontrar más confortable la inversión en ‘papel del Estado’ que el otorgamiento de críédito a las pymes.
El díéficit, sin embargo, no agota su efecto nocivo en esta consecuencia inmediata, puesto que tiende a autoalimentarse y a desarrollarse en forma de espiral por las exigencias del servicio financiero de las emisiones anteriores de deuda. De esta manera, las medidas de protección al desempleo recuerdan a lo que se atribuye al personaje sevillano de invención, que creó un asilo para indigentes en el que albergó a quienes antes había dejado en esa situación.
Todo lo anterior hace imposible el truco pueril que parece haber guiado últimamente la política seguida hasta ahora, consistente en confiar en que el tirón de la economía americana y las principales europeas nos saque las castañas del fuego. En primer tíérmino, el columpio que se espera que emprenda una trayectoria ascendente está ya a una altura que ni con un salto circense nos vamos a poder agarrar a íél; además, la probable fase alcista del ciclo tiene que provocar una subida de los tipos de interíés del mercado, que cogería a España a contrapiíé.
La utopía
De este modo, la salida del túnel se presenta extremadamente dificultosa y todas las que se pueden entrever son más que conflictivas. Sería dramático sufrir otros cuatro años más de desgobierno económico. Tampoco presenta perspectivas aceptables la hipótesis de que el partido de la oposición ganase las elecciones próximas a causa de la situación de emergencia catastrófica imperante.
Aparte de la fragilidad del liderazgo y de la lentitud en la toma de decisiones (de la que –entre otros varios– hemos tenido un reciente botón de muestra en la solución de un problema, importante pero comparativamente de segundo nivel, cuyos datos estaban sobre la mesa desde hace dos años o más), implicaría que a la grandísima dificultad de salir de un pozo se uniría la de que un gobierno que, simplificando, se iba a considerar como ‘de derechas’, tuviera que arrostrar la tarea de imponer el durísimo ajuste que haría falta.
La única esperanza que queda –desgraciadamente tan remota como proclama su mera invocación– es la utopía, en forma de coalición entre los dos principales partidos que, con personas distintas a su frente, asumieran en tíérminos de conjunción de esfuerzos y de corresponsabilidad, la ardua tarea pendiente. Ya hablíé de esto en alguna ocasión anterior. Al fin y al cabo, hay una sentencia que dice: “quien no riega la utopía, seca la realidadâ€, y la nuestra está ya a punto de abrasarse.