Por... Juan Mayr Maldonado
Se inicia en Copenhague la gran cumbre del cambio climático. A ella asistirán cerca de 60 presidentes y primeros ministros, entre ellos el presidente Obama y el premier chino, cuyos países son responsables de la emisión de cerca de la mitad de los gases a la atmósfera que generan el cambio climático en nuestro planeta. Tambiíén asistirán miles de organizaciones ambientales y de desarrollo, empresarios, consumidores, organizaciones de derechos humanos, grupos religiosos, artistas, espontáneos, agitadores, etc. Son 14.000 los observadores inscritos.
Para muchos esta es la más importante cumbre que se haya realizado a nivel mundial y marcará un punto de quiebre, allí se definirá el futuro de la humanidad, pues el cambio climático amenaza la continuidad de la especie humana.
Las evidencias científicas advierten que tal como van las cosas podríamos llegar a tener un aumento de la temperatura de hasta 6 grados centígrados y llaman a mantener el calentamiento global en un máximo de hasta dos grados.
Para lograr esta meta se hace necesario reducir en un 40% las emisiones con base en las que ya se realizaban en 1990. Recordemos que en los últimos cincuenta años el aumento de la temperatura ha sido de 0.6 grados.
Las proyecciones además muestran que de sobrepasar los dos grados los daños serán irreversibles: aumento sin precedentes en el nivel del mar, extinción de especies de flora y fauna, más sequías y por más largos periodos, hambrunas, inundaciones y catástrofes por el aumento de la intensidad y duración de huracanes y ciclones, en otras palabras, la descomposición del mundo natural en que hoy vivimos y que ya muestra signos de fatiga. Es este el gran desafío que tienen los dirigentes mundiales para llegar a un acuerdo jurídicamente vinculante, y la sociedad civil para hacer que sus dirigentes tomen las decisiones correctas.
Para ambientalistas que, como yo, llevamos más de 30 años observando el desarrollo de las políticas ambientales y hemos participado y dirigido complejas negociaciones a nivel global, no hay muchas razones para ser optimistas.
A pesar de los grandes riesgos que significa el cambio climático, el mundo no va a cambiar de la noche a la mañana. Las reuniones preparatorias de Bangkok y luego Barcelona terminaron en una gran frustración y sin ningún acuerdo, lo que presagia que en Copenhague las cosas serán aún más difíciles.
Son varias las razones para que no se pueda llegar a acuerdos sustantivos que corrijan el rumbo. Por un lado la crisis económica mundial de la cual aún no hemos podido salir. Las necesidades inmediatas de un crecimiento económico hacen que las medidas para reducir las emisiones se constituyan en un obstáculo para el desarrollo. Los Estados Unidos, a pesar del refrescante discurso de Obama en materia de energías renovables, está hasta ahora discutiendo una ley de energía y cambio climático. Sin ella será imposible que los americanos hagan compromisos vinculantes internacionalmente.
Por su parte China, hoy el país con mayores emisiones a nivel mundial, ha mantenido su posición de espera puesto que, de acuerdo al Protocolo de Kyoto, como país en vía de desarrollo, no tiene ningún compromiso formal, aunque sí moral, para reducir sus emisiones. El mundo es otro desde la firma del Protocolo de Kyoto en 1997 y hoy China es una potencia mundial.
Obviamente, ante las evidencias catastróficas del cambio climático, los dirigentes mundiales no podrán salir con un chorro de babas. Me atrevo a pronosticar que las conclusiones de la cumbre estarán enmarcadas por una declaración política que reconoce la importancia del tema y la necesidad de tomar acciones concretas pero no las define. Será una declaración de buenas intenciones, maquillada por el buen lenguaje y con una hoja de ruta para llegar a acuerdos jurídicamente vinculantes más adelante. Tal vez los titulares de prensa dirán "fracasó la cumbre pero hay esperanza".