Por... Juan Carlos Jaramillo
La última entrega de esta columna se refirió al reto que plantea el auge en la producción de petróleo, gas y carbón. Allí se señalaba que convenía crear un esquema que recuperara la diversificación exportadora, ayudara a evitar la enfermedad holandesa y frenara la corrupción y el despilfarro asociados mundialmente con bonanzas mineras.
Antes de seguir adelante conviene aclarar quíé es la tal 'enfermedad holandesa'. Se trata de lo siguiente: Cada vez que entran divisas al país baja el precio del dólar porque aumenta su oferta. Cuando salen divisas, sube el precio del dólar porque aumenta su demanda. Si hay una bonanza minera, entran más divisas de las que salen. El dólar se queda abajo y los productores nacionales reciben menos pesos por sus ventas externas; es decir, bajan sus ingresos y por tanto se vuelven menos competitivos internacionalmente. El mismo resultado se produce aun si el Banco de la República comprara dólares a una tasa fija porque, al hacerlo, tiene que emitir pesos para comprar los dólares. Eso hace que suban los precios y los salarios en Colombia. Es decir, suben los costos de producción locales y, por tanto, los productores colombianos pierden competitividad internacional. Esta es la llamada 'enfermedad holandesa' y, como se ve, ocurre haya o no intervención del Banco de la República en el mercado cambiario.
Muchos países, entre ellos Noruega y Rusia, en Europa; varias naciones del Medio Oriente, China y Malasia en Asia, Botswana y Nigeria en ífrica, y dentro de nuestro vecindario Chile, Míéxico, Trinidad y Tobago y Venezuela, han buscado manejar situaciones similares mediante la creación de fondos comúnmente denominados Soberanos. Las experiencias han sido mixtas. En algunos casos, Noruega y Chile se destacan, su operación ha sido exitosa. En otros, no tanto, y en algunos ha sido un fracaso. Aunque las generalizaciones no son fáciles, parecería que el consenso político sobre la utilización de los recursos provenientes de las bonanzas, y la transparencia de las cuentas fiscales, son claves para el íéxito.
La idea es, en esencia, ir gastando la riqueza minera de manera controlada y gradual. De manera controlada en el sentido de orientar parte sustancial de los nuevos recursos hacia actividades que incrementen la productividad (por ejemplo, mejores carreteras, puertos y aeropuertos, generación y transmisión de energía de manera más eficiente, mejores telecomunicaciones, etc.). Ello permitiría compensar la apreciación cambiaria (el efecto de la enfermedad holandesa descrito arriba) con reducciones en los costos de producción. Y de manera gradual, para dar tiempo a que los aumentos en productividad se produzcan y se transmitan a los costos de producción. Con ello se lograría, de paso, volver a incentivar la diversificación exportadora.
Para que estas restricciones tíécnicas tengan la oportunidad de operar, hay que armonizarlas con las preferencias políticas de la población. Si no se busca y consigue esta armonización, las presiones para romper el esquema serían inmanejables. Cada sector y región presionaría para apoderarse de una parte cada vez más grande del pastel de la bonanza, y la orientación del gasto hacia aumentos en la productividad se haría imposible.
La creación de un fondo como el descrito, con manejo estrictamente transparente, incrementaría la posibilidad de lograr y mantener el consenso tíécnico-político. Contribuiría a la buena asignación de los recursos y disminuiría la probabilidad de corrupción asociada con los auges de recursos naturales. Pero la creación de una institución, por bien montada que sea, no sustituye la necesidad de trabajar hacia el consenso que la haga viable. Sin íél, poco o nada se lograría, y la enfermedad holandesa golpearía con toda su intensidad.