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Autor Tema: Stanford acudió a Libia para salvar su imperio...  (Leído 450 veces)

OCIN

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Stanford acudió a Libia para salvar su imperio...
« en: Diciembre 06, 2009, 06:29:37 pm »
Por...   ROB BARRY


Mientras agentes federales investigaban su banco en paraí­so fiscal, el multimillonario Allen Stanford se desplazaba por una carretera de tierra para sacar documentos de su sede en la cumbre de una montaña.

Mientras el sol se poní­a sobre la isla, el banquero llenó de documentos un tanque de acero, le echó gasolina y le prendió fuego.

Meses antes que sus negocios explotaran en febrero en un caso de estafa de $7,000 millones, Stanford se embarcó en una misión para ocultar sus documentos financieros mientras trataba de recaudar fondos para mantener su imperio bancario a flote.

Se fue a Libia en un jet privado para tratar de convencer al gobierno de invertir en su paraí­so fiscal. Compró dos islas caribeñas, revendiíéndolas cuatro veces para inflar el valor de la tierra e inyectar dinero a su banco.

``Estaba desesperado'', dijo Jonas Hagg, chef ejecutivo de Fort Lauderdale que viví­a en el yate de Stanford. ``Uno nunca sabí­a lo que iba a pasar al dí­a siguiente. Hací­a las cosas que podí­a al momento''.

Los detalles de los últimos dí­as de la red bancaria de Stanford, compilados a partir de documentos judiciales y entrevistas con docenas de gente de su personal, ofrecen el panorama más completo de hasta dónde robó las cuentas de sus clientes, invirtiendo dinero en acciones que se desplomaban y en negocios sucios de bienes raí­ces.

Stanford destruyó documentos clave, creando vací­os que siguen abrumando a los agentes federales que tratan de recuperar dinero de los 21,500 inversionistas estafados.

Mientras su red financiera se desplomaba, el otrora gregario banquero se convertí­a en un jefe de mal humor, bebí­a en exceso y se peleaba con sus principales oficiales, dijeron varios empleados.

Durante su batalla con el gobierno de Antigua, rompió botellas y dio puñetazos en las paredes de madera de su yate el Sea Eagle de 112 pies de eslora.

Tras gastar casi $20 millones en dos propiedades de lujo en Miami y St. Croix --e invertir cientos de miles más en remodelaciones-- Stanford demolió ambas mansiones en pocos meses y se fue a vivir a un apartamento de una habitación.

Cuando los agentes federales intervinieron sus operaciones en febrero, el banquero de 50 años estaba en Washington, a dónde habí­a llegado en su jet privado con sólo un traje y una tarjeta de críédito que ya le habí­an cancelado.

Los esfuerzos de Stanford por ocultar lo que los fiscales han calificado de una de las mayores estafas en la historia del paí­s, comenzó cuando empezó a perder dinero en malos negocios.

La presión inicial no provino de las autoridades normativas, sino de un caso de paternidad en el 2007 que se convirtió en una batalla por mantener sus finanzas en secreto.

Su otrora novia, Louise Sage, exigió que Stanford --el padre de sus dos hijos-- revelara la fuente de sus ingresos, diciendo qu íél estaba ganando más de los $5 millones que declaraba en sus impuestos.

Aunque se las arregló para mantener ocultos sus documentos financieros, el caso fue el comienzo de una lucha de dos años para que se dieran a conocer al público.
Durante una díécada, Stanford sacó dinero en secreto de sus reservas --dinero de los inversionistas-- por un total de $1,800 millones, muestran los documentos del tribunal.

Como muchas personas estaban comprando sus inversiones --certificados de depósito-- siempre habí­a dinero suficiente para mantener el banco a flote. Pero despuíés de desviar dinero a numerosos proyectos de bienes raí­ces y de otro tipo --como un restaurante de cinco estrellas con una bodega de $4 millones-- los negocios comenzaron a desmoronarse en una fila increí­ble de fracasos.

Todo comenzó con Caribbean Star Airlines, una aerolí­nea regional que compró en el 2000. Stanford decí­a que la aerolí­nea iba a poner en el mapa su banco en paraí­so fiscal, pero la empresa perdió por lo menos $1 millón anual para el 2007, según empleados.

Entonces gastó por lo menos $10 millones en tratar de crear su proyecto favorito de bienes raí­ces, Maiden Island en Antigua, un retiro para íél mismo y otros acaudalados, pero el negocio fracasó despuíés de años de negociaciones con los polí­ticos.

A pesar de los fracasos, los documentos muestran que no dejó de gastar enormes sumas de dinero.

Por ejemplo, decidió mudar su sede de Houston a St. Croix, sacando dinero de las reservas de su banco para comprar terrenos en la isla.

En el 2007 ya habí­a comprado docenas de propiedades, como una mansión de $8.3 millones con cuatro piscinas y canchas de tenis. Tambiíén anunció planes para construir un parque industrial ecológico con un hangar de 45,000 pies cuadrados para su sede mundial.

Entonces el mercado bursátil comenzó su doloroso descenso en diciembre del 2007, algo que afectó gravemente sus inversiones bancarias. Al mismo tiempo, la Comisión de Bolsa y Valores (SEC) lo presionaba para que entregara detalles de sus negocios bancarios.

Con el aumento de esta presión, Stanford comenzó a a beber y a pelear con los empleados y su novia de 31 años, Andrea Stoelker, dijeron varios empleados.

``Llegó al punto que empezó a tomarla con otros'', dijo Hagg. ``Uno sentí­a que se podí­a esperar lo peor''.

Stanford comenzó a pasar más tiempo en el yate, que habí­a renovado a un costo de $16 millones, estaba constantemente en los telíéfonos y enviaba mensajes electrónicos a todas horas, cuentan los empleados.

Carrie Freyn, chef y asistente personal, dijo que Stanford constantemente le daba nuevas órdenes y cambios de planes. ``Estaba muy errático'', dijo Freyn. ``No nos quedaba más remedio que soportarlo''.

Despuíés de contratar a nueve personas para cuidar de su mansión en la montaña, ordenó demolerla en el 2008, a pocos meses de hacer lo mismo con su mansión de $10.5 millones en Gables State, en Miami-Dade.

Los empleados en ambos lugares dijeron que se quedaron de una pieza. ``Una y otra vez me preguntaba por quíé demolí­a las casas'', dijo Hyacinth Walters, empleado de la mansión de St. Croix. ``Nadie sabí­a nada''.

Con ambas mansiones demolidas, Stanford y su novia comenzaron a dividir su tiempo entre un apartamento de una habitación en St. Croix y el yate. Aunque viví­a en St. Croix, Stanford hací­a frecuentes viajes a Antigua, donde trataba de cerrar un gran negocio que pronosticó le representarí­a miles de millones.
Propuso las urbanizaciones más lujosas del Caribe, un lugar con hangares y playas privados en Antigua. Pero el gobierno se negó a aprobar los planes. ``No le otorgaron los permisos ni cooperaron con íél'', dijo su asesor polí­tico Ben Barnes, ex vicegobernador de Texas. ``Allen comenzó a perder los estribos''.

Los empleados recuerdan cómo le daban rabietas, golpeada la mesa de su yate y lanzaba botellas contra las paredes

En tres ocasiones el personal del yate tuvo que contratar a un especialista de Coral Springs para que reparara la cabina despuíés de los arrebatos, que le costaron un total de $45,000.

Mientras Stanford celebrara su torneo anual de cricket 20/20 en la isla en octubre del 2008 --los $20 millones en premios fueron sacados del dinero de los inversionistas-- sus negocios seguí­an desplomándose.

En sólo una semana a principios de octubre, el mercado bursátil bajó 18 por ciento en una espiral que se mantuvo hasta finales de año.

Los activos de Stanford estaban en tres grupos, pero los documentos muestran que sólo uno de los grupos tení­a un valor significativo, y estaba en serios problemas. Menos de un año antes, el fondo tení­a $889 millones, fundamentalmente en valores, y habí­a bajado a $316 millones.

Con el mercado a la baja, el banco recibió un golpe de un problema que nunca habí­a enfrentado: una ola de inversionistas que querí­an sacar su dinero y una fuerte baja en la cantidad de nuevos inversionistas.

Para Stanford fue una mala combinación. Sin reservas a la mano, el banco dependí­a exclusivamente de los nuevos clientes para pagar a los primeros inversionistas.

Mientras los empleados temí­an por su futuro, Stanford voló a Miami en octubre y se reunió con corredores en su oficina de Biscayne Boulevard, asegurándoles que la compañí­a era financieramente fuerte.

``Tenemos mucho efectivo'', dijo Stanford, anunciando un nuevo gran plan para invertir en bienes raí­ces locales.

``Pueden ir a Brickell y verán 10,000 apartamentos nuevos en unos pocos meses, esto será una operación a largo plazo. Vamos a ganar un dineral''.

Tambiíén le dijo al grupo que podí­a curar los males económicos del paí­s. ``Tengo una respuesta para todo esto'', dijo. ``Si yo fuera presidente, que me dieran sólo un tíérmino, no estarí­amos en este desastre. Estarí­amos en el camino a la prosperidad''.

Mientras Stanford hablaba con los corredores, íél y sus principales asesores planeaban controlar las masivas píérdidas del banco, al menos en el papel, muestran documentos judiciales.

Mediante la práctica de compraventa interna, el grupo pudo inflar en 50 por ciento el valor de dos pequeñas islas caribeñas.

Con una inversión de $63.5 millones en mayo, Pelican Island y Asian Village se revendieron varias veces entre varias compañí­as controladas por Stanford, aumentado su valor a $3,200 millones en sólo seis meses.

Con estas falsas ganancias, Stanford pudo alegar que devolvió los $1,800 millones que habí­a sacado del banco a lo largo de los años.

Mientras tanto, Stanford sacaba dinero de las cuentas de sus clientes para pagar los costos operativos, la nómina y pagar los certificados de depósito.
Su principal banco en Antigua estaba tan escaso de fondos --en octubre tení­a un saldo de sólo $872,557-- que la empleada Patricia Maldonado le rogó en un mensaje electrónico al director de Finanzas, Jim Davis: ``¿Cuando recibiremos algunos fondos?'' Al dí­a siguiente, Davis aprobó una transferencia de $6 millones de una cuenta en un banco de Houston.

Para noviembre del 2008, mientras Stanford viajaba por todo el paí­s en su jet privado para reunirse con altos funcionarios, exigió que nadie, ni siquiera sus empleados, supieran dónde estaba.

``No debí­amos hablar siquiera con el personal de la aerolí­nea, pero eso no tení­a sentido porque tení­amos que preparar la comida'', dijo Freyn. ``Todo lo que habí­a eran comunicaciones a escondidas''.

Stanford comenzaba a beber antes del mediodí­a y seguí­a hasta la noche. ``Pasó de una botella al dí­a a dos, tres y cuatro'', dijo Freyn.

Para finales de año, sus negocios perdí­an $33.3 millones al mes sólo en gastos operativos, muestran los documentos. Con la escasez de fondos, los empleados se vieron obligados a pagar los gastos con sus tarjetas de críédito personales.

Cuando Freyn fue a una tienda de alimentos en St. Croix, el propietario se negó a aceptarle un cheque de $100 porque era para comprar cosas para Stanford, dijo la mujer.

El 14 de enero del 2009 la SEC ordenó a Stanford y a dos de sus altos oficiales, el jefe de Finazas Davis y el jefe de Operaciones, Laura Pendergest-Holt, que hablaran con los investigadores.

Ese mes, Freyn y otros recuerdan que Stanford manejó por la carretera de tierra de Mount Welcome en St. Croix, cargado de cajas de documentos que sacó de su oficina.

Despuíés de echar los papeles en un tanque de metal, Stanford y un empleado rociaron los documentos con gasolina y le prendieron fuego. ``Pensamos que era una locura'', recordó Freyn. Los documentos, que incluí­an los estados de cuentas bancarias y de tarjetas de críédito de Stanford, fueron quemados al mismo tiempo que Davis ordenaba a un empleado destruir documentos bancarios en Antigua, indican documentos del tribunal federal.

En los dí­as siguientes, Stanford se las arregló para encontrar nuevos inversionistas y detener la hemorragia de efectivo del banco mientras sus asesores trataban de mantener alejados a los agentes federales.

Durante una crucial reunión en el hangar de la empresa en el Aeropuerto Internacional de Miami el 21 de enero, Stanford y otros decidieron enviar a dos oficiales a reunirse con autoridades normativas federales: Pendergest-Holt, de 36 años, y el presidente del banco, Juan Rodrí­guez-Tolentino, de 46 años, según documentos del tribunal y entrevistas.

La medida permitió a Stanford seguir vendiendo certificados de depósito mientras bucaba la ayuda de un aliado improbable: el gobierno de Libia.

El 25 de junio viajó por avión a Trí­poli para pedir a los lí­deres libios, que ya habí­an invertido $138.9 millones de sus reservas nacionales, que inyectaran más dinero. Pero todo fue infructuoso.

Dí­as antes, Stanford y otros se reunieron en Miami para preparar a los dos empleados para la reunión con la SEC el 10 de febrero. Durante la reunión en Miami, Davis admitió que el principal activo del banco --las dos islas caribeñas-- sólo valí­an una fracción de lo que se dijo a los inversipnistas.

 




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 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...

otromundis

  • Visitante
Re: Stanford acudió a Libia para salvar su imperio...
« Respuesta #1 en: Diciembre 07, 2009, 10:28:36 am »
Una "perla" ese señor.


No hay nada como las grandes crisis económicas, para limpiar  los negocios de chusma y de humo.


Como dicen, "de todo hay en la viña del Señor"




Lo que sí­ tengo claro es que si yo pudiera construir dos mansiones, no las derruirí­a.
Y si no quisiera usarlas y me fuera a vivir en un apartamento de 1 habitación, o alquilo las mansiones o las dejo que las usen quienes más lo necesitan.