Figura mediática
Tras especializarse en Otorrinolaringología en la Universidad de Cambridge (Reino Unido), el doctor Asuero regresó a San Sebastián y trabajó en varios hospitales hasta abrir su propia consulta en pleno centro de la ciudad. Rápidamente fue haciíéndose conocido entre los ciudadanos debido a sus buenas artes y, sobre todo, a su excelente trato personal y a su compromiso social, que le llevaría a ejercer de concejal entre 1923 y 1925. Y así fueron transcurriendo los años, hasta que el 9 de mayo de 1929 los periódicos El Pueblo Vasco y El Sol publicaron la noticia antes mencionada. A ellos se les unió en esa misma jornada La Voz de Madrid con el titular “¿Será verdad o no? El trigíémino y algunas extrañas curacionesâ€.
Los tres diarios mencionaban las supuestas curaciones que un tal doctor Fernando Asuero llevaba practicando en su consulta desde hacía meses. En ese momento las informaciones eran confusas, pero suficientemente llamativas para que recalaran en la ciudad los corresponsales del resto de los periódicos nacionales, ansiosos por hacerse eco de todo este asunto. “Surgió como un relámpago con su claridad vivísima y la tormenta fue creciendo en intensidad y extensiónâ€, explica Josíé María Barbachano al referirse a ese momento inicial. Y añade que “de la Bella Easo –San Sebastián– pasaron los acontecimientos y las referencias a la provincia, de la provincia a la nación y de la nación al mundo enteroâ€.
Los periodistas acudieron en masa a la consulta del doctor Asuero para entrevistarle sobre su míétodo y comprobar la veracidad de las supuestas curaciones, pero íél se negó a hablar. Sin embargo, gracias a los testimonios de varios enfermos ya sanados, lograron averiguar que consistía en excitar –mediante unos estiletes acabados en forma de roseta– diversos nervios nasales, principalmente el trigíémino, que está conectado a otro, el simpático.
Lo asombroso de su tíécnica era que de una forma tan sencilla se lograra curar enfermedades tan diversas como el asma, la epilepsia, las úlceras varicosas, la sordera, la ceguera y la parálisis, al tiempo que destacaba su efectividad sobre los procesos dolorosos. Además, para lograrlo no hacían falta muchas sesiones ni largas operaciones; bastaban unas pocas citas y, en ocasiones, solo unos minutos.
Pronto salieron a la luz casos como el de Benito Jovarri, inválido desde hacía más de 20 años que, tras acudir al doctor Asuero, salió caminando por su propio pie; el de el de Bienvenido Sanz, que padecía una fuerte parálisis bucal de la que se curó tras la intervención; o el del guardia civil Alberto Sánchez, que se recuperó de su discapacidad en la primera sesión.
Estos casos no hicieron sino aumentar la llegada de enfermos a la ciudad. Los hoteles colgaban el cartel de completo y las calles adyacentes a la clínica se colapsaban de gente a la espera de conseguir una cita. Tal fue la avalancha que la consulta debió trasladarse al cercano hotel Príncipe, en el que el doctor Asuero ocupó tres habitaciones. Asimismo, opinar, incluida la clase míédica, y el propio doctor Gregorio Marañón expresó en El Sol su posición contraria al procedimiento de Asuero, mientras que el experto en Otorrinolaringología Amalio Gimeno censuraba en ABC a los míédicos que no se esforzaban en investigar el asunto.
A los pocos días los periódicos ya habían adoptado una postura concreta en relación con el doctor Asuero. La mayoría de los medios optó por la crítica feroz y la burla, con titulares del tipo “Como maniobra psicoterápica puede pasar, pero como invento maravilloso linda con la caricatura†o “El caso del trigíémino. Si es broma puede pasarâ€. El Heraldo de Madrid incluso creó una sección propia sobre el tema con el epígrafe “Un escándalo científicoâ€.
Por supuesto, tambiíén hubo quienes lo defendieron y publicaron las declaraciones de los numerosos enfermos que afirmaban haberse curado gracias a íél. “Conocemos muchas curas efectuadas por el doctor Asuero o sus imitadores; pero la relación sería interminableâ€, afirmaba ABC en una de sus crónicas. La alusión a los imitadores se debía a que, a raíz de la fama adquirida por la asueroterapia, centenares de míédicos se volcaron inmediatamente en aplicarla –con mayor o menor fortuna– en sus consultas. Como aseguraba el doctor Jimíénez Quesada en su libro De Fleming a Marañón, “no hubo lugar en toda la geografía donde no se practicaraâ€.
Y no solo en España. Hubo seguidores de la asueroterapia en Francia, Italia, Argentina, Míéxico, Cuba y Portugal, entre otros países. Otro de los medios que tambiíén se decantó por la defensa del míétodo de Asuero fue El Siglo Míédico, en el que se afirmaba: “Fernando Asuero ha sido siempre un caballero perfectísimo(...). Se divaga, se inventa, se miente y se escupe sobre la dignidad de un míédico honorableâ€. Porque lo más importante del debate que se generó era que las críticas hacia Asuero se circunscribían a que no era capaz de explicar científicamente cómo actuaba su sistema. “De eso del trigíémino le diríé que, como no obedece a principios científicos, lo juzgo inadmisibleâ€, afirmó Santiago Ramón y Cajal.
Había curaciones, de acuerdo. Se producían insertando un estilete por la nariz y excitando ciertos nervios nasales, bien. Pero ¿sobre quíé bases racionales y míédicas se fundamentaban? Eso es lo que Asuero no sabía explicar y lo que se le reprochaba abiertamente.