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Autor Tema: Simbologí­a: Washington D.C., la ciudad cósmica  (Leído 1183 veces)

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Simbologí­a: Washington D.C., la ciudad cósmica
« en: Diciembre 21, 2009, 07:23:54 pm »
Más Allá de la Ciencia nº 249
Textos Javier Sierra Fotos Javier Sierra




La capital de EE.UU. es el escenario clave de El sí­mbolo perdido. La nueva novela de Dan Brown ha abierto un intenso debate sobre la naturaleza y el propósito oculto de algunos de los edificios y lugares más emblemáticos de Washington D.C. Uno de nuestros escritores más internacionales, Javier Sierra, lleva tres años recorriíéndolos y reflexiona sobre ellos en estas páginas. En ellas desvela la intención última de quienes diseñaron la moderna capital del mundo.

¿Dónde está Arlington House? La mujer del uniforme gris que recibí­a a los despistados a la entrada del Cementerio Nacional de Arlington, en Washington D.C., me miró como si fuera un extraterrestre. –¿Arlington House? –repitió incríédula–. ¿Seguro que no quiere ver la tumba de Kennedy, señor? Hay un tour a punto de salir para allá... Neguíé con la cabeza. Acababa de llegar a la ca- pital federal aquella hermosa mañana de abril de 2006; era la primera vez y querí­a que mi im- presión de la ciudad comenzara a forjarse en ese preciso lugar. Maní­as, supongo. Por suerte, no fue necesario insistirle mucho más. La funcio- naria me tendió un mapa, rodeó con un cí­rculo rojo las tumbas que “debí­a visitar” –insistió en la de JFK, la de los astronautas del Challenger y dos o tres más– y me advirtió que en Arling- ton House, una casona colonial situada en el corazón del camposanto que estuvo habitada durante tres díécadas por familiares de George Washington, no habí­a ninguna tumba. –¿Está segura de eso? –repliquíé. La mujer me miró como si todos los extranje- ros fuíéramos unos pobres locos y se dirigió al siguiente visitante de la cola.

Yo estaba seguro de que mis informaciones eran correctas y que frente a esa mansión iba a encontrar un mausoleo único. En realidad, el monumento funerario dedicado a Pierre Charles L’Enfant, el ingeniero francíés al que George Washington y Thomas Je- fferson encargaron el diseño de la capital de los Estados Unidos, levantado sobre unos pantanos por los que nadie –excepto aquel trí­o– apostaba gran cosa en 1791. Siguiendo el mapa lleguíé enseguida a “las vistas más gloriosas del mundo”. El marquíés de Lafayette describió así­ el panorama que se divisaba desde la entrada a esa mansión. Y allí­ mismo, en medio de un parterre en flor, encontríé lo que buscaba: una losa de mármol con un plano de la ciudad esculpido sobre ella que, a grandes rasgos, podí­a compararse con la ciudad real que emergí­a colina abajo. Si no eran “las vistas más gloriosas” al menos merecí­an figurar entre ellas. El Capitolio –cuya cúpula imita la de San Pedro del Vaticano–, la Casa Blanca y el obelisco más grande sobre la faz de la Tierra –una ríéplica de los que señorearon Heliópolis hace 4.000 años, pero de 170 m de altura– se extendí­an en el horizonte. Y allí­, como un marcador en piedra que indicaba hacia dónde mirar, estaba la tumba. El hombre enterrado a mis pies fue descrito por el Premio Pulitzer Jules Jusserand como alguien “con la mente de un poeta, el alma de un profeta, ca- paz de percibir los tiempos futuros tan claramente como si fueran el presente; un varón que hace un si- glo vislumbró lo que hoy vemos”. De hecho, a individuo tan singular le debemos una de las ciudades más cargadas de sí­mbolos esotíéricos, mágicos, astrológicos y alquí­micos del mundo. Una urbe cuyo diseño original está inscrito en esa lápida, y cuyo trazado de calles y avenidas rectilí­neas –alterado y adaptado en los últimos 200 años– nace sobre una serie de rombos que recuerdan sin ambages al írbol sefirótico de la Vida. Washington D.C. fue, además, orientada Este-Oeste como los templos del mundo antiguo, y quizá no por casualidad hoy es la capital de la civilización como en el pasado lo fueron Roma, Madrid, Londres o Alejandrí­a. Pero ¿se sabe por quíé L’Enfant incluyó esos sí­mbolos en su trazado? ¿Siguió, como parece, un “plan” oculto dictado por el propio George Washington? ¿Y quíé perseguí­an íél y los “magos” de los que se rodeó al recurrir a sí­mbolos hebreos, egipcios y masones para levantar su ciudad? Meses antes de que estos asuntos comenzaran a preocupar a la opinión pública gracias al lanzamiento de la nueva novela de Dan Brown, y tras varias visitas consecutivas a la capital, fui haciíéndome con algunas respuestas.





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Re: Simbologí­a: Washington D.C., la ciudad cósmica
« Respuesta #1 en: Diciembre 21, 2009, 07:25:26 pm »
La urbe astrológica

Vaya por delante la primera: Washington es la última gran ciudad moderna que ha sido diseñada siguiendo directrices cósmicas. Parece una afirmación arriesgada, pero las evidencias para sostenerla están incluso al alcance de los “no iniciados”. Sus edificios públicos exhiben 23 zodiacos completos y algo más de un millar de sí­mbolos astrológicos dispersos que forman configuraciones de lo más diversas, en las que no pocos expertos han encontrado un sutil “código estelar”. Plantar zodiacos a la vista de los ciudadanos es, en realidad, una antigua costumbre. Mucho antes que los arquitectos del Capitolio o de la biblioteca del Congreso, los antiguos constructores de catedrales los añadieron a sus vidrieras y pórticos y, aunque se pueden encontrar tambiíén en Londres o Nueva York –por ejemplo, el que abraza la famosa estatua dorada de Prometeo en el Rockefeller Center–, en ningún lugar son tan abundantes y generosos como en Washington. ¿Por quíé? Cuando empecíé a recorrer la capital estadounidense en la primavera de 2005, tení­a ya la respuesta a ese interrogante: quienes la levantaron se esforzaron por imitar a los gremios de canteros medievales. Y el único clan que hoy se declara heredero de esos artesanos es el de los masones. Ya nadie duda –y menos despuíés de la publicación de El sí­mbolo perdido– que Washington fue erigida por los miembros de esa fraternidad. De hecho, antes de mudarse a su nueva ciudad su capital estuvo en Filadelfia, que literalmente significa “ciudad del amor a la hermandad”. Un nombre que ya subrayaba quiíénes eran los verdaderos señores de la nación. Ahora bien, ¿por quíé ese ostentoso interíés en los zodiacos y no en otros sí­mbolos propios, como el compás y la escuadra, por ejemplo?

La cuestión ha intrigado durante años a David Ovason, un astrólogo experto en simbolismo e Historia que ha escrito sobre Nostradamus o los eclipses en el mundo antiguo y que se quedó pasmado al descubrir lo que llamó “los zodiacos secretos” –más bien debió decir “inadvertidos”– de la capital de Occidente. “¿Es posible que esos zodiacos se hayan colocado donde están para recordar a los que dirigen los Estados Unidos que el Mundo Espiritual, simbolizado por la luz de las estrellas, nos rodea por todas partes y no se puede prescindir de íél impunemente?”, se preguntaba en su monumental trabajo La arquitectura sagrada de Washington. A lo largo de las 600 páginas de su obra, Ovason concluye que esos zodiacos obedecen a la creencia de que una urbe orientada astrológicamente es un potente talismán para armonizarse con el Cosmos y dominar el mundo. Uno de los ejemplos más elocuentes se encuentra en los siete zodiacos que ilustran los muros y los suelos de la biblioteca del Congreso, que es tenida por el edificio público más bello de Amíérica. Su presencia allí­ se debe exclusivamente al interíés del militar y masón Thomas Lincoln Casey, ayudante del astrónomo más cíélebre de su tiempo, Simon Newcomb, y, entre otros, responsable tambiíén de la erección del colosal obelisco de la ciudad. Ovason afirma que esta biblioteca, levantada justo detrás del Capitolio, es la piedra angular de un plan esotíérico para infundir “vida espiritual” a la metrópolis y que por eso se eligió para colocar su primera piedra la fecha del 28 de agosto de 1890, momento en el que el Sol y Saturno estaban en conjunción armónica con el signo de Virgo. “Si hubieran esperado hasta el dí­a siguiente”, dice Ovason, “la carta astral [del edificio] habrí­a apuntado al desastre desde el punto de vista astrológico”.