Juan T. Delgado
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30 de diciembre de 2009.- Las grandes cifras macroeconómicas asustan –y mucho- a los economistas en sus cátedras, a los analistas en el parquíé de la Bolsa, a los diputados en su escaño, a los periodistas en las redacciones.
El Gobierno prevíé que el PIB español decrecerá un 0,3% en 2010, justo la mitad del -0,6% que auguran de media los expertos consultados por MERCADOS. Hasta 2011, como poco, la economía no volverá a crecer a tasas cercanas al 2%, que es el nivel mínimo necesario para reactivar el mercado laboral y crear de nuevo puestos de trabajo. Más cifras: en 2010 la deuda del conjunto de la Administración Pública (Estado y CCAA) ascenderá al 62,5% del PIB, tras registrar un espectacular incremento de 26 puntos en los últimos cuatro años. Y la tasa del desempleo seguirá instalada en el entorno de los cuatro millones de personas.
La crisis está obligando a cerrar miles de negocios. | Sergio González
La crisis está obligando a cerrar miles de negocios. | Sergio González
Las perspectivas macro, esos números que sólo entienden quienes diseccionan la economía, aterran si uno las mezcla en una coctelera y las sirve en el mismo plato. Pero lo que crea pánico de verdad, lo que hace a cualquiera –experto o no- entender la magnitud de la recesión, son los relatos del ciudadano a pie de calle, ese que no sabría explicar la diferencia entre el paro registrado y el paro de la EPA, pero que ve a diario con sus ojos y palpa con sus manos las consecuencias de una crisis que todo lo arrasa. Incluidos el optimismo y la confianza.
Sólo expondríé dos ejemplos. Aporten ustedes el resto, están ahí abajo, a la vuelta de la esquina. Un familiar muy cercano se pasa la vida recorriendo España de punta con un camión. Carga pienso en Huelva, arena en Almería o ladrillos en Castellón; y los descarga allá donde toque, en Bilbao, en Sevilla, en Madrid. A diario le toma el pulso directo a la economía del país visitando los polígonos industriales, los intercambiadores de transporte y los principales puertos. Y lo que ve, lo que cuenta, es un paisaje desolado de talleres cerrados, de naves en alquiler, de calles sin trasiego, de furgonetas varadas, de tabernas en silencio, de asfalto vacío donde antes había colas interminables de camiones a la espera de mercancía.
España está paralizada. Y la ilusión de los españoles, bajo mínimos. En los últimos días, en las largas tertulias navideñas de sobremesa, amigos y familiares que han respaldado tradicionalmente a la izquierda o al PSOE me han confesado que no piensan votar, ni siquiera en blanco. Y en el mismo intervalo de tiempo, otros amigos y familiares que siempre han apoyado la opción conservadora han puesto en duda la valía del PP para ganar unas elecciones y han coincidido en un diagnóstico simple en su planteamiento pero harto preocupante en el fondo: "Todos los políticos son iguales". Si uno piensa que la política no sirve, no vota. Y si uno no vota, la democracia, sus instituciones y sus representantes se erosionan. Y eso es lo peor que le puede ocurrir a un país que sufre la peor crisis económica de su historia, excluyendo los tiempos de guerra.
El barco continuará haciendo aguas en 2010. ¿Seguirán Gobierno y oposición remando en la dirección que les interesa a ellos y no a la inmensa mayoría de los ciudadanos que les votaron? Que el año que arranca sea un poquito mejor que el que cerramos. Peor es imposible.