“NO HAY ALTERNATIVAS A LA BOLSA†¿LES SUENA ESTA FRASE? RECUERDEN LA TRAMPA DE LA LIQUIDEZ
Moisíés Romero - Martes, 22 de Septiembre
ilustracionLos contoneos de la zíÂngara en la plaza del pueblo enloquecíÂan a mayores y pequeños. Con vestidos multicolores y pañuelos bien abrazados al cuello, la gitana nos introducíÂa con sensualidad en un espectáculo que siempre defraudaba. O el oso pardo no se podíÂa tener en pie o el chimpancíé estaba decríépito, en los huesos y además, con actitudes y gestos obscenos. Lo importante era, no obstante, la excitación inicial y claro, la excusa para asistir a un entretenimiento en aldeas sin cine ni televisión entonces. En la Bolsa de 2009 las nuevas zíÂngaras seducen con sus gestos, como lo han hecho en otros ciclos bursátiles. Otra cosa será el resultado final. Ahora que la Bolsa quiere enderezarse, despuíés de una Crisis devastadora tras el estallido de la Madre de Todas las Crisis Financieras, ahora traslada a la economía real, vuelven a salir a escena magos y encantadores de serpientes; zíÂngaras y tragasables; majorettes y saltimbanquis. Afloran tambiíén, los echadores de cartas y los visionarios. Más lejos, con una carreta convertida en tienda, alguien vende el último milagro de crecepelos. La frase más escuchada es la de NO HAY ALTERNATIVAS A LA INVERSIí“N EN BOLSA ¿A usted no le resulta rancia esta frase? ¿Nunca la había oído?
Ahora que la Bolsa quiere mirar al Norte, aunque a veces se tambalea y hace perder los nervios a los más templados y curtidos operadores del planeta, los gestores intríépidos se desgañitan en una alabanza desmesurada a la falta de alternativas a la Bolsa en un entorno de tipos 0. La zíÂngara más hermosa, en la que más repara la Bolsa en estos momentos, es la de las empresas de capitalización alta, la de los valores líderes a la que se van uniendo mariposas de menor tamaño.
Las zíÂngaras son, en la mayor parte de las ocasiones, los responsables de los bancos de inversión, que arbitran con derivados ante la ausencia del inversor final. Son ejecutivos/as que aventuran un mundo mejor, sin líÂmites en la valoración de sus activos y con crecimientos exponenciales que dejan boquiabiertos a los asistentes al espectáculo. O sea, que el inversor final está a punto de morder el anzuelo. No entró en el Ibex a nivel de 7.000 puntos y va a perder la calma en los tropecientos mil. Es decir, lo de siempre: compra en lo más alto y vende en lo más bajo.
Las zíÂngaras van cubiertas de abalorios, con cuentas de cristal que imitan el diamante, cuentas ensartadas que no valen un euro, pero se pagan a precio de oro. Es la historia de siempre. En íépocas de mejora de las expectativas es más fácil seducir y tambiíén, caer en la trampa. Multitud de empresas de tamaño grande, medio y pequeño llevan años postradas, al borde del impago y sin capacidad de maniobra. Aprovechan, ahora como antaño, la marea para salir a la orilla y pedir dinero con el que financiar sus nuevas ilusiones, que volverán a defraudar. Ya han comenzado los defaults, los impagos de bonos.
La marea en la Bolsa está alta y muchos náufragos han pisado la arena. Pero no todos sobrevivirán. La historia de la Bolsa está repleta de situaciones como íéstas. El inversor debe ser hábil en la ejecución de sus decisiones y por supuesto, no sucumbir a los cantos de sirena, porque cuando baje la marea, que bajará, el mar los volverá a engullir.
Dicen que no hay alternativa a la Bolsa. Lean. Otra vez la alusión a la Trampa de la Liquidez. Refresco la memoria. Con tipos de interíés a 0 en Estados Unidos y en Japón y con tendencia a una fuerte baja en la zona euro (el mercado especula con un fuerte recorte de tipos en marzo por parte del BCE), unos y otros hablan de la Trampa de la Liquidez, como si el mercado no tuviera ya trampas suficientes para cazar elefantes. Es un tíérmino, no obstante, al que tenemos que acostumbrarnos. Así lo confirma el devenir del tiempo.He encontrado en el El Manual Básico de La Economía de Mercado lo siguiente: Keynes afirmaba que las decisiones de ahorro y las decisiones de inversión son totalmente independientes y no existe ninguna fuerza que tienda a igualarlas. La idea monetarista es que el tipo de interíés es esa fuerza. Si el tipo de interíés es bajo los inversores demandarán más dinero; si el tipo de interíés es alto, los ahorradores se sentirán estimulados.