Por... Josíé A. Ruano
Hace varios años que escribí esta columna, pero su contenido se mantiene vigente para responderle a una señora que me escribe y me pide aconseje a su hijo, el cual recibió un dinero como compensación por daños sufridos en un accidente, y quiere invertirlo en un negocio al cual ella le ve un futuro incierto.
``Para comprar un negocio yo no tengo que consultar a nadie ni pedir asesoramiento a persona alguna. Tengo la plata para comprarlo, salud y deseos de trabajar y eso basta.''
Así se expresó Juan cuando su señora madre le pidió cordura y le solicitó que se asesorara si pensaba emplear sus ahorros en la compra de un negocio. Pero el ímpetu juvenil pudo más que la sabiduría de los años y Juan fue a buscar el periódico dominical en el cual encontró una cafetería en venta, en la sección de anuncios clasificados.
El señor que tenía en venta el negocio le explicó a Juan que la cafetería había sido cerrada hacía cuatro meses por irregularidades en su funcionamiento, pero que todos los equipos trabajaban y que podía reabrir las puertas en cuanto cumplimentara algunos trámites con el departamento de licencias del ayuntamiento municipal.
Juan revisó el local, los equipos y los utensilios detalladamente; pero consideró que el precio era una ganga teniendo en cuenta que sólo eran pequeños arreglos los que debía hacer antes de reabrir las puertas y que el negocio tenía una localización privilegiada.
Luego de una corta conversación Juan logró que le permitieran tener acceso al local, con el objetivo de realizar las reparaciones pertinentes y como demostración de su buena fe entregó los $8,000 que el vendedor le exigió para darle las llaves de acceso, además de la promesa de que al cierre de operaciones Juan le entregaría otros $12,000 para cumplimentar el pago total de la venta.
Juan invirtió alrededor de $10,000 en reparaciones y equipos y trabajó durante ocho largas semanas hasta que consiguió estar satisfecho con las condiciones y con la presencia del local que albergaba su flamante empresa.
Fue entonces que salió a solucionar los problemas existentes con la municipalidad.
Para su sorpresa la persona que le estaba vendiendo el negocio no figuraba en los registros municipales como dueño ni operador. Las irregularidades que habían ocasionado el cierre del negocio ocasionaron multas por valor de $20,200, las cuales estaban pendientes de pago y debían ser satisfechas antes de reabrir las puertas. El paradero del dueño titular de la cafetería era desconocido y el contrato de arrendamiento del local vencía en tres meses y el dueño del inmueble no estaba dispuesto a renovarlo.
Ante este panorama Juan fue a consultar a un abogado, el cual le confirmó lo que íél ya temía: a esas alturas muy poco ya se podía hacer.
Esta historia parece ficción, pero no lo es. Lamentablemente ocurrió y ocurrió porque Juan no buscó asesoramiento, a su debido tiempo, para evitarlo.