Los inversores internacionales han decidido ya que la economía española no puede sostener su deuda ni puede recuperar competitividad dentro del euro sin cambios radicales. En la UE se impone la mano dura y no habrá apoyo extra, así que las perspectivas son de más penuria presupuestaria, dinero más caro e inaccesible, píérdidas adicionales para el sector financiero y, por primera vez, tensión social.
CARLOS SEGOVIA
Una semana despuíés, Almunia ha puesto el dedo en la llaga sobre que España se parece a Grecia en que ambos pierden competitividad desde que están en el euro y Salgado le ha acusado de imprudente y de no ser capaz a sus años de contenerse y decir simplezas. Eso en público, porque en privado los comentarios en el Gobierno sobre el ex secretario general del PSOE son aún peores.
Por su parte, Botín veía el jueves cómo su propio padre se veía desarbolado por los mercados, que enviaron a las tinieblas al Santander y eso que mantenía altos beneficios -y dividendos- en estos tiempos. En pleno pánico bursátil, Zapatero se encontraba en alarmante inopia en Washington.
¿Cómo han podido cambiar tanto los tres comensales de Davos en apenas siete días? Rebobinemos. El 30 de diciembre, ZP anunciaba que iba a hacer en enero lo que no había hecho desde 2004: un plan de ajuste de las cuentas públicas, una reforma de las pensiones ante el envejecimiento de la población y una reforma laboral. Toma ya. Era el mismo que meses atrás no mostraba preocupación por el díéficit y rechazaba las propuestas del Banco de España de alargar la edad de jubilación y de abaratar más el despido.
Tamaño cambio no era fruto de una larga reflexión en el PSOE. No. Lo que pasa es que otros países del euro como Grecia, Portugal e Irlanda han preparado planes tambiíén de saneamiento del gasto público en una dura carrera de resultar creíble ante los inversores. Manirroto el último, porque hay que convencer para vender bonos del estado y conseguir financiación.
Así que lo que tocaba era girar a la derecha ante los mercados, no sólo para que el Tesoro pueda pedir prestados los 200.000 millones de euros que necesita este año, sino para contener el llamado riesgo país. El coste de ser de tener el cartel de economía sospechosa de impago.
Demasiado tarde. Salvo en el caso irlandíés, en que su Gobierno ha anunciado un recorte del 7,5% del sueldo de sus funcionarios, los mercados no se han creído en general los planes de ajuste de los demás. Tampoco el español. Y menos mal que la Bolsa estaba ya cerrada el viernes, cuando el presidente se limitó a anunciar «líneas de actuación» de la reforma laboral.
La píérdida de confianza es apabullante. Apenas días despuíés de que el Gobierno haya anuncido un recorte de nada menos que 50.000 millones de euros en el gasto público y un endurecimiento sin precedentes en el sistema de pensiones, la prima de riesgo de España no sólo no baja, sino que se acerca a ríécords. Por eso nos han sentenciado. Ser español significa ahora tener que pagar un punto más que un alemán -pese a estar ambos en el euro- para conseguir dinero prestado, lo que se traduce en 3.400 millones de sobrecoste sólo para el Estado. Los mercados no se fían de que España pueda sostener su deuda ni que logre ser más competitiva sin poder devaluar moneda. No se creen la tasa de paro ni tampoco en que se arregle el drama inmobiliario sin abaratar los pisos.
Las consecuencias ya han comenzado. El Tesoro ha tenido que pagar medio punto más que en la última subasta para poder colocar bonos a tres años. Mal paso para las arcas del Estado, que ya tiene que pagar anualmente casi 25.000 millones de euros al año a pagar intereses, no mucho menos que lo que destina al desempleo. Eso supone un encarecimiento para los bancos, empresas y familias. Por ejemplo, si se consolida ese medio punto que tuvo que soltar el Tesoro son 14.000 millones de sobrecoste para la deuda total, privada y pública de España y un viaje adicional a los bancos y, sobre todo, cajas.
Además, se estropea la argucia de las entidades financieras, que han venido endeudándose en el Banco Central Europeo (BCE) a menos del 1% de interíés para luego destinar ese dinero no a dar críéditos, sino a comprar deuda pública española al 3%. Dos puntitos limpios al saco. Pero eso suponía apostar que la deuda del Reino de España sería apreciada por los mercados.
Las constructoras temen el recorte inversor que ni Josíé Blanco puede frenar. Y tras el pensionazo y si ZP osa actuar en la reforma laboral, padecerá por primera vez tensión social con los sindicatos.
Los mercados exageran sin duda, pero es lo que hay. ¿Soluciones? Que Angela Merkel anunciara su respaldo a los socios del euro... Pero la línea franco alemana es de mano dura. «Los contribuyentes de Alemania no pagarán por los de Grecia», dice el ministro alemán de Economía, Rainer Brí¼dele. «Vigilaremos de cerca a Grecia», afirma la ministra francesa Christine Lagarde. «Hay países que han recibido ya muchos fondos de cohesión y es hora de que hagan solos sus deberes», comenta en privado el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet.
Otra solución sería tomar medidas de caballo concretas y cuantificables, pero sin acuerdo con el PP y las autonomías no serían ya creíbles para los mercados.
Queda el cambio de Gobierno. ¿Incorporar ministros socialistas de prestigio? Tras el fiasco de Solbes, las bolsas no creerían ya en una cohabitación de, por ejemplo, ZP y un ministro tipo Mafo. En cambio, la crisis pone a CiU más fácil justificar un pacto con el PP y Rajoy dice en sus contactos con los VIP del país que heredará un erial, pero que puede formar un gobierno creíble en 48 horas. Huele poder y ha tomado nota del apoyo público de Botín al Gobierno, pero tambiíén de cómo Isidro Fainíé ha eludido en La Caixa hacer lo propio. El PP se anima, pero Rajoy sigue por debajo de ZP a estas alturas en valoración personal.