AL ABORDAJE|DAVID GISTAU
La peineta y la memoria
21.02.2010
NO ES FíCIL explicarse ciertos caprichos de la memoria que influyen en el modo en que los hombres públicos son recordados. Tomemos como ejemplo a nuestros dos ex-presidentes más recientes. Uno de ellos está asociado a la X de los GAL, le encarcelaron a un ministro y a un secretario de Seguridad por terrorismo de Estado, y aun así gasta prestigio de gurú, casi de zarza ardiente, y disfruta de una integración social por la que sirve hasta para decorar fiestas o para que ministras actuales se declaren sus herederas morales: «Soy la niña de Felipe González», dijo Chacón durante la última campaña. En Argentina, a González hasta le elogian lo bien que cuenta los chistes cuando acude a cabildear.
El otro, más allá de que resulte insufrible por su carácter de gárgola y no sepa pasearse con encanto por el demi-monde ni diseñar joyas, cometió el error político de engancharse -y arrastrarnos- a la terna de Azores para ayudar a Bush en Irak como dice Zetapíé que hay que ayudar a Obama en Afganistán. Y sólo por eso es tratado de asesino, aunque no se le conozcan mercenarios contratados ni delitos de sangre cometidos o promovidos por miembros de su gabinete, y padece un feroz achique de espacios sociales que pretende negarle la existencia civil y que aprueba insultos y amenazas incluso en el mismo espacio, el universitario, donde tambiíén a Unamuno un piquete le mandó callar. Y, a su manera, con una frase en vez de con un dedo, íél tambiíén mandó a tomar por culo a quien lo hizo. Lo lamentable es que sea, a estas alturas, toda una vicepresidenta del gobierno la que avale esos gritos de muera toda inteligencia que no sea la oficial y única, la bendecida por el narcisismo de izquierdas.
Desde 2004, como si le hubieran desbaratado una Grande Armíée, a Aznar lo tienen exiliado en Elba. Pero no basta, lo quieren aún más lejos, en Santa Elena, para que, pálido y terminal como Napoleón en Longwood, de íél no nos alcancen ni las opiniones. No es fácil averiguar los motivos de tal ensañamiento. Puede ser el rencor a quien les ganó tanto y aún existe contra ellos sin complejos. Puede ser una maniobra de distracción, como si la palabra «Aznar» pulsara algún resorte proustiano que necesita un gobierno infame para sobrevivir alimentando la mitología de la derecha caníbal. O puede ser, simplemente, el miedo a que, estando Elba tan cerca y siendo toda la casta política tan fallida y superada por su íépoca, Aznar desembarque para dar comienzo a otros Cien Días.