Por… Beatriz de Majo C.
Desde 1960, las economías asiáticas en su conjunto focalizaron su desarrollo en la producción de manufacturas para la exportación.
En la díécada pasada el aporte de las exportaciones al PIB de estas naciones subió de 37 a 47%. Es decir, cerca de la mitad del PIB asiático es aportado por las ventas externas. Fue de esta manera que se produjo el acelerado desarrollo y la mejora en la calidad de vida en países como Japón, Corea del Sur, Singapur, Taiwán, China y buena parte del sudeste asiático.
La mala noticia es que países como China, que pusieron a depender su salud económica de las ventas externas, sujetaron su bienestar a la estabilidad de la demanda de los mercados externos, particularmente los de Occidente. El hecho de que el límite al bienestar chino se ubicara fuera y no dentro de sus fronteras, lo que se evidenció claramente durante la reciente crisis financiera mundial, obligó a las autoridades a reformular sus metas y sus instrumentos de desarrollo y fue así como el estímulo del consumo domíéstico se convirtió en una prioridad en los dos últimos años, pensando que un desarrollo sustentable solo es posible con una alta tasa de crecimiento de la demanda interna. Buena parte del cuantioso programa de sustento económico durante la crisis y posteriormente iba orientado en ese sentido.
Al mismo tiempo, era solo evidente que la necesidad de reaceitar al vagón que halaba el tren de la economía hasta entonces, el de las exportaciones, no debía dejarse de lado. De allí surgió una política cambiaria encaminada a mantener competitivas las ventas foráneas. Así fue: una paridad depreciada de la moneda comenzó a contribuir a que los bienes chinos en suelo ajeno se volvieran artificialmente baratos. Ello, unido a la recuperación temprana de las economías de Europa y Estados Unidos, ha traído como consecuencia un reposicionamiento de las exportaciones chinas, lo que sin duda le produce al gigante asiático buenos dividendos. Despuíés de haber caído un 16% en el total del año 2009, al cierre de febrero el país experimentó un crecimiento inusitado: 46% se impulsó la factura con respecto al mismo mes del año anterior. Se vendieron 95.000 millones, lo que no deja de ser una hazaña si se toma en consideración que ese mes contó con 5 días laborables menos debido a las festividades del año nuevo.
Los ministerios de la Economía han asegurado que solo en el tercer trimestre de este año podrían comenzar a desmontarse las medidas de sustento de la competitividad, pero, los analistas versados en las conductas chinas empiezan avanzar opiniones en el sentido de que el temor de las autoridades para reproducir la vulnerabilidad externa evidente en el 2007 pueda modificar los escenarios hasta el punto de que la devaluación del yuan se vuelva una alternativa válida más temprano que tarde.
Ello, igualmente, podría contribuir a distender las relaciones con Estados Unidos, quienes han convertido el tema del yuan en su bandera internacional para intentar equilibrar el comercio bilateral con su contraparte asiática.
Suerte en sus inversiones…