Artículo de Peter Boone, de la LSE y de Simon Johnson, del MIT y ex economista jefe del FMI
El rescate de Grecia, aún no consumado, ha traído una calma tensa a los mercados financieros europeos. En tíérminos históricos es, sin duda, un rescate masivo. Si sumamos la cantidad prevista por el FMI, los griegos recibirán el 18% de su Producto Interior Bruto en un año a un tipo de interíés preferente -lo que equivale a 4.000 euros por persona- y se gastará en unos once meses.
Pese a la sobrecogedora suma, el rescate no sólo no resuelve los muchos problemas que continúan existiendo, sino que probablemente convertirá la Eurozona en un lugar mucho más peligroso de cara a los próximos años.
El siguiente en el radar será Portugal, un país que ha permanecido apartado del foco de atención en gran medida por la vertiginosa caída de Grecia, aunque ambos están económicamente al borde de la bancarrota y parecen mucho más arriesgados que Argentina en el año 2001, cuando sucumbió al impago.
El principal problema al que se enfrenta la economía portuguesa -al igual que Grecia, Irlanda y España- es que está atascada en un tipo de cambio muy sobrevalorado cuando necesita un ajuste fiscal a gran escala. Portugal gastó demasiado en los últimos años, y su deuda subió al 78% del PIB a finales de 2009 (frente al 114% de Grecia y el 62% de Argentina durante el impago). La deuda está financiada en gran parte por extranjeros y, como en el caso griego, el país no ha pagado intereses directamente, sino que refinancia los pagos del interíés cada año emitiendo deuda nueva. En 2012, la deuda de Portugal podría alcanzar el 108 por ciento del PIB si cumple con sus objetivos previstos de díéficit presupues- tario. En un momento u otro, los mercados financieros se negarán sencillamente a financiar este esquema de Ponzi.
Para resolver sus problemas, la economía lusa necesita un importante ajuste fiscal. Por ejemplo, sólo para mantener constante el paquete de deuda y pagar un interíés anual a un tipo optimista del 5%, tendría que gestionar unos excedentes primarios del 5,4% del PIB en 2012. Con un díéficit primario previsto del 5,2% este año, necesitarían prácticamente un ajuste fiscal del 10% del PIB. Y eso es casi imposible de conseguir con un tipo fijo de cambio (o, lo que es lo mismo, dentro de la zona euro) sin unos índices de paro gigantescos. El Gobierno no puede más que esperar varios años de desempleo alto y políticas duras, incluso si pretende salir de este jaleo.
Ni los líderes políticos griegos ni los portugueses están dispuestos a realizar los recortes necesarios. Los griegos han anunciado unos cambios presupuestarios mínimos y ahora se aferran a su paquete europeo de 45.000 millones mientras amenazan implícitamente con un impago desastroso al resto de Europa si no consiguen lo que quieren (y cuando lo quieren). Los portugueses ni siquiera hablan de recortes serios. En su presupuesto para 2010 han previsto un díéficit presupuestario del 8,3 por ciento del PIB, prácticamente igual al del año 2009 (9,4 por ciento). Esperan y confían en poder salir del embrollo, aunque tal crecimiento sólo puede venir de un auge económico internacional extraordinario.
Mientras ambos países se demoran, la Unión Europea, con sus programas de rescate -y asistida por el Banco Central Europeo del señor Trichet- aporta la financiación. Los gobiernos emiten bonos, los bancos comerciales europeos los compran y, despuíés, los depositan en el BCE como colateral a cambio de dinero reciíén emitido. El BCE se ha convertido en el mediador silencioso del despilfarro en la zona euro.
La semana pasada, el Banco Central Europeo tuvo la oportunidad de desmantelar esta máquina mortífera cuando su Consejo de Gobierno anunció unas nuevas reglas destinadas a determinar quíé deudas podrían utilizarse como colaterales. Algunos observadores anticiparon que la institución que preside Jean-Claude Trichet podría estar planeando restringir las normas gradualmente para evitar que el Gobierno griego emitiera un número excesivo de nuevos bonos que pudieran ser financiados por el BCE, pero no lo hizo.
De hecho, el Consejo de Gobierno hizo todo lo contrario: lo pusieron más fácil a Grecia, Portugal y a cualquier otro país, para que en 2011, e incluso despuíés, pudieran pedir príéstamos. De hecho, con las nuevas normas fiscales, uno sólo necesita convencer a una agencia de calificación crediticia (y todos sabemos lo fácil que es) de que su deuda no es basura para conseguir la financiación del BCE. Hoy, a pesar de los evidentes peligros y de las deudas generalizadas, las tres agencias de calificación tienen miedo, sin duda, a asumir el paso políticamente costoso de declarar que la deuda griega es basura. Lo mismo les sucede con Portugal.
Así pues, ¿quíé sucederá con Portugal? Lástima del político luso serio que alegue que la honestidad fiscal exige apretarse pronto el cinturón. La UE, el BCE y los griegos han demostrado que los países de la Eurozona no tienen límite para el dolor, y que el dinero de la UE acudirá en auxilio de quien lo desee. Los políticos portugueses no pueden hacer nada más que esperar a que la situación empeore y despuíés pedir tambiíén su paquete paracaídas. Sin duda, Grecia regresará el año próximo a por más. Y los países que tontamente iniciaron su austeridad, como Irlanda e Italia, se preguntarán seguramente si no hubiera sido mejor para ellos haber seguido tambiíén el sendero menos austero.
Parece que el sistema no sigue ninguna lógica, pero quizás sí tenga un resultado lógico. Europa posiblemente se irá cansando de sacar de apuros a sus países más díébiles. Los alemanes probablemente sean los primeros en cerrar el grifo. Cuanto más se demore la honestidad fiscal en el BCE, en la UE y en todos los países, más deuda acumularemos y más peligro entrañará la situación. Cuando finalmente se cierre el grifo, como mínimo un país acabará en un doloroso impago. Lamentablemente, por el camino que vamos los problemas podrían incluso extenderse.