Es interesante notar que las personas impregnadas de átomos del Enemigo Secreto no
pueden resistir la luz solar por la mañana, cuando el Sol es más vitalizador. Las personas dominadas
por sus antepasados y que viven en habitaciones magnetizadas por los pensamientos
de íéstos, prefieren tambiíén, generalmente, vivir recluídas. Pero, en lo futuro, las gentes no vivirán
más en las secciones sucias, congestionadas de las ciudades, donde flotan átomos ancestrales
en proceso de desintegración; porque las vibraciones de la Aurora de Juventud alejará a
los jóvenes de tales condiciones hereditarias.
Quienes construyen con materiales viejos, deberían recordar que el vino nuevo no se debiera
guardar en viejas botellas. Nuestros cuerpos se han de construir con la nueva energía y
se han de hacer sanos; asimismo, las condiciones deben ser clarificadas.
Cada persona tiene una atmósfera individual y una inteligencia tambiíén individual.
Cuando respondemos a la nueva energía y nos revestimos de nuestras individualidad propia,
no tenemos afinidad con otras atmósferas mentales. Esta separación hace que los estudiantes
encuentran dificultad, al principio, para comprender a los demás; por cuanto, una vez hollamos
el Sendero, somos diferentes en pensamiento, lo mismo que en ideas. Somos, de nuevo,
como niños que entran en otro mundo, rodeado de esos átomos puros que vinieron y permanecieron
con nosotros en los primeros años, despuíés de nuestro nacimiento; como niños, ni
resistimos ni atraemos a los átomos del Enemigo Secreto. De esta manera, estamos protegidos
contra el mal. Incidentalmente, se ha de saber que la oposición al bien es la causa real del malestar.
La clase peor de átomos que nos enfrenta, en la actualidad, viene del remoto período
lemuriano. En aquella lejana íépoca, antes de que este planeta alcanzara un nivel superior de
evolución, nuestros cuerpos eran de naturaleza animal, divorciados de su mente divina y sumergidos
en una atmósfera no muy diferente de la actual. Estábamos, constantemente, envueltos
en guerra, sacrificábamos víctimas a nuestros dioses de destrucción y comíamos de su
carne.
Nuestras diversiones consistían en poner animales frente a frente, los que comíamos
despuíés. Como, en el calor de batalla, la sangre se transforma instantáneamente y adquiere las
malas cualidades de los combatientes, ello ayudaba al Enemigo Secreto a acumular, profusamente,
en los cuerpos, sus átomos destructivos, y así adquirió poder más grande sobre los
cuerpos físicos.
Fuíé en este período lemuriano que partimos pan, por primera vez. Los seres más altamente
desarrollados cosechaban un grano similar al mijo; esto perturbó a los átomos animales
en ellos, y creó en los mismos el deseo de oponerse a quienes hacían la guerra y comían a las
víctimas; tambiíén, los indujo a unirse en una colonia y fraternidad, con el propósito de protegerse
entre sí. Aquellos que escapaban de la tortura y de la muerte se unieron tambiíén.
En aquel tiempo, estábamos más evolucionados que los animales, puesto que podíamos
recordar y repetir lo que habíamos oído a los ancianos de dicha colonia, quienes podían dejar
fácilmente sus cuerpos y habían descubierto la manera de recibir instrucción de otra esfera; o
sea, de un globo superior. A veces, venían tambiíén seres de naturaleza semidivina, cuyas vibraciones
interpretaban y estimulaban nuestros cuerpos.
Estos seres solares enseñaron a los lemurianos un alfabeto similar al chino primitivo;
como tambiíén un arte perdido, conocido únicamente por los iniciados, el cual estaba relacionado
con los sonidos vocales de la Naturaleza. Cuando estos sonidos eran emitidos correctamente,
evocaban una respuesta audible, y gracias a la emisión se conocía el verdadero nombre
de una cosa.