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Autor Tema: La maldición de los faraones  (Leído 1490 veces)

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La maldición de los faraones
« en: Mayo 13, 2010, 07:05:22 pm »
Muertes enigmáticas, estigmas inesperados, accidentes inexplicables y sufrimientos sin lí­mites para los que profanaron las tumbas de los reyes egipcios.Un total de 35 personas vinculadas a una momia murieron extrañamente. Una tarde de 1929, el honorable Richard Bethell entró al exclusivo Club Mayfair, de Londres.
Con aire melancólico caminó hasta su sillón preferido en la sala de lectura y se puso a leer un diario. Lo encontraron muerto media hora más tarde. Los míédicos no pudieron explicar la causa real de su deceso.

Pocas semanas despuíés, su padre, Lord Westbury, se arrojaba desde una ventana de su departamento, muriendo instantáneamente. Dejó una curiosa nota que Scotland Yard jamás pudo descifrar: "No puedo soportar más tantos horrores". A la mañana siguiente, la carroza fúnebre que transportaba su cuerpo al cementerio atropelló y dio muerte a un niño.

Por esos mismos dí­as, la norteamericana Evelyn Greely, de cuarenta años, profesora de Historia de la Universidad de Chicago, se ahogaba en las frí­as aguas del lago Michigan. Nunca se supo si habí­a sido un suicidio o un accidente.
Aparentemente, esta sucesión de desgracias inexplicables, ocurridas casi simultáneamente en distintos lugares, no guardaban conexión entre sí­. Sin embargo, a poco de hurgar en la historia personal de cada una de las ví­ctimas, se llegó a una estremecedora conclusión: Todas ellas habí­an estado ligadas, directa o indirectamente, al descubrimiento de la tumba de Tutankhamón.

En efecto, Richard Bethell era secretario privado del arqueólogo que descubrió la momia del faraón. El padre de Bethell, lord Westbury, padecí­a alucinaciones tras haber escuchado los relatos de su hijo sobre la tumba de Tutankhamón. El niño de ocho años atropellado por la carroza fúnebre era sobrino de Alexander Scott, un funcionario del Museo Británico que trabajó en el reconocimiento de la momia del faraón. En cuanto a la profesora Greely, acababa de regresar de un viaje de estudios a Egipto, durante el cual habí­a visitado el sepulcro de Tutankhamón.

Todos ellos murieron en el año 1929. Pero las desgracias vení­an de mucho antes, y continuaron durante díécadas, abonando una leyenda trágica, una suerte de profecí­a del horror que tuvo sus epí­gonos y sus detractores, y que cobró un total de 35 ví­ctimas. ¿Coincidencias? ¿Supercherí­as? ¿lnsondables designios divinos? ¿Acción de antiquí­simos venenos?. Mil y una hipótesis fueron arriesgadas para explicar tantas muertes misteriosas. Hasta se llegó a hablar, en fecha más reciente, de extraños poderes radiactivos por parte de los antiguos sacerdotes egipcios, que íéstos empleaban para proteger a las momias de sus eventuales profanadores.

Lo cierto es que aún hoy, la "Maldición de la Momia" sigue despertando políémicas, movilizando investigaciones, alimentando la imaginación de legos y profanos. No por nada, la notoriedad de Tutankhamón está en proporción inversa a la importancia de su reinado, uno de los más breves e inocuos de la historia egipcia. Reinó poco (entre 1362 y 1353 antes de Cristo) y murió joven, a los 18 años. La verdadera historia de Tutankhamón es, en definitiva, la de su momia. Y de su maldición.

Todo comenzó, en realidad, con la llegada de un canario. En el otoño de 1922, Howard Carter, dibujante inglíés de 48 años, arqueólogo autodidacto y funcionario del Museo de El Cairo, regresaba. A Egipto en un barco procedente de MarseIla. Al desembarcar en Alejandrí­a, entre su equipaje se destacaba una jaula con un canario intensamente dorado, que llamó mucho la atención: estas aves escasean en suelo egipcio, donde son consideradas exóticas. Tan pronto Carter instaló la jaula en el, patio de su casa, en Luxor, los pobladores vecinos, maravillados, no tardaron en asignarle al canario poderes benefactores. Lo honraron con el apodo de “Pájaro de la buena suerte" y, en verdad, muy pronto un hecho afortunado apuntaló esa creencia. El 4 de noviembre de 1922, al atardecer, Carter descubrí­a el tan ansiado acceso a la tumba de Tutankhamón, empresa a la que estaba dedicado con fervor desde 1907. Quedaban atrás 16 años de ingentes esfuerzos, estíériles excavaciones, sordas políémicas, constantes sinsabores. El íéxito, por fin, habí­a coronado tanta penuria. ¿El canario le habí­a traí­do suerte?.



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Re: La maldición de los faraones
« Respuesta #1 en: Mayo 13, 2010, 07:07:05 pm »
Lo cierto es que Carter, pocas semanas atrás, habí­a estado a punto de abandonar para siempre la búsqueda del sepulcro. Obstinado hasta la desesperación, estaba jugando sus últimas cartas. El millonario inglíés lord Carnarvon, que financiaba los trabajos, le habí­a advertido que no estaba dispuesto a invertir un sólo penique más en una empresa que, tras 16 años, sólo le habí­a acarreado disgustos y una considerable merma en su fortuna. Esto lo dijo en su castillo de Highclere, cerca de Londres, ante un Carter que no querí­a rendirse. “Un invierno más, es todo lo que pido”, le rogó íéste a su renuente sponsor. Tanta fue la insistencia de Carter, tantos y tan convenientes sus argumentos sobre “La cercaní­a del íéxito”, que Carnarvon aflojó. “Una campaña más, de acuerdo, pero tan sólo una, mister Carter. Si no hay resultados, retiraríé para siempre mi apoyo al proyecto”.

Eufórico, esa misma noche Carter preparó su equipaje para retornar a Egipto, a continuar las excavaciones durante el invierno que se aproximaba (En Egipto, las campañas arqueológicas se suspenden al llegar los sofocantes y largos veranos). Llevarí­a consigo el canario que compró la ví­spera en una pajarerí­a de Chelsea, “Para alegrar mis mañanas en Luxor”. Una mascota propia de solterón empedernido, ni más ni menos, pero cuya futura gravitación no sospechaba.

Profusamente difundido por la literatura y el cine, lo ocurrido en esos dí­as en el Valle de los Reyes, cerca de Luxor, está más cerca de una ficción novelesca que de una misión cientí­fica.

Aquel 4 de noviembre de 1922, tras hallar un primer escalón tallado en la roca, Carter y sus hombres se convencen de que ahí­ está el lugar y siguen excavando vigorosamente. Aparece al rato un segundo escalón y otro más. Son 16 en total, que descienden hasta una abertura tapiada con una puerta de madera sellada con el nombre de Tutankhamón. Carter controla su impulso de echar abajo la puerta y ordena tapiar urgentemente con piedras todos los escalones. Deja en el lugar a un puñado de guardias armados, corre hasta Luxor y telegrafí­a a su patrocinador Carnarvon: “Magní­fico descubrimiento en el valle. Tumba con sellos intactos. La volví­ a cubrir a la espera de su llegada. Felicitaciones”. A la mañana siguiente, llega la respuesta desde Londres: “Salgo inmediatamente para Egipto. Llegaríé el 20. Lord Carnarvon”,

El 25 de noviembre, Carnarvon y Carter bajan los diecisíéis escalones, derriban la puerta tapiada y descubren el más rico tesoro funerario jamás descubierto: el recinto subterráneo estaba repleto de objetos de oro y piedras preciosas. Una segunda puerta los condujo dí­as más tarde al sepulcro propiamente dicho, en donde se hallaba el sarcófago conteniendo la momia de Tutankhamón. Antes de extraer la momia, los dos exploradores trabajaron dos meses inventariando y fotografiando cuidadosamente cada uno de los 2.250 objetos que habí­an encontrado. Todo estaba intacto, fabulosamente conservado despuíés de 3.260 años.

Por esos dí­as, una serpiente cobra se introdujo en la casa de Carter y devoró al canario dorado. “Mal augurio”, dijeron los campesinos. Según ellos, el pájaro habí­a guiado a Carter hasta el sepulcro del faraón y íéste, en represalia por la profanación, le habí­a ordenado a la cobra que matara al ave. Los nativos suponí­an que ahora podrí­a ocurrir algo terrible.

A la mañana siguiente, Lord Carnarvon se levantó muy molesto por una hinchazón en su mejilla derecha, producto de la picadura de un mosquito en la ví­spera. La pequeña herida se infectó y a los pocos dí­as la fiebre abatí­a a Carnarvon. Trasladado a El Cairo, su cuadro clí­nico se agravó a tal punto que el 5 de abril de 1923, a la edad de 57 años y a menos de 20 semanas de haber hallado el sepulcro de un faraón, Carnarvon descendí­a a su propia tumba. Oficialmente, su muerte se atribuyó a una neumoní­a lobular, complicada por una pleuresí­a. En el momento exacto de su muerte, la ciudad de El Cairo sufrió un apagón que la dejó a oscuras durante largos minutos. La profecí­a de los campesinos no podí­a haber obtenido mejor críédito. La leyenda de la maldición de la momia no podí­a tener mejor comienzo.

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Re: La maldición de los faraones
« Respuesta #2 en: Mayo 13, 2010, 07:08:06 pm »
Un año despuíés de la muerte de Carnarvon, el profesor J.S. Mardrus, un egiptólogo francíés de renombre, abonó el tema de la maldición apoyándose en un grave episodio de peste ocurrido en el Egipto Superior y la muerte de cuatro personas vinculadas directamente con la tumba de Tutankhamón. Para Mardrus, esta tumba contení­a, invioladas, “Todas las cosas que los sacerdotes y los maestros de ceremonias funerarias podí­an colocar contra los profanadores”. Según íél, maldiciones análogas habí­an castigado a los saqueadores de tumbas de la antigí¼edad. En el caso del sepulcro de Tutankhamón, se daba una circunstancia muy particular: era la primera tumba inviolada de un faraón, hallada y explorada en los tiempos modernos.

La teorí­a de Madrus no tardó en ser refutada por otros cientí­ficos de la íépoca. Sugestivamente, uno de ellos, H.G. Evelyn White, profesor de la Universidad de Leeds, se suicidó a los pocos meses. Dos años más tarde, morí­an inesperadamente otros dos crí­ticos de la maldición: Georges Benedite, experto egiptólogo del Museo del Louvre y Paul Cassanova del Collíége de France. Ambos habí­an realizado numerosas excavaciones en el Valle de los Reyes, muy cerca de la tumba de Tutankhamón.

Hacia 1929 se contabilizaban once personas muertes en circunstancias extrañas, todas ellas relacionadas con la momia del faraón. En 1935, los muertos sumaban 21. Ese mismo año, el propio Howard Carter que morirá en 1939, nunca repuesto de una enfermedad contraí­das tras concluir los trabajos en la tumba, en 1932- se vio obligado a sostener que “Los rumores de una maldición de Tutankhamón son una invención difamatoria”.

Los defensores de la maldición, sin embargo, no se rindieron. Argumentando que mucho antes del hallazgo de la tumba de Tutankhaón, otras momias se habí­an “Vengado” de sus profanadores, recordaban el caso de Khapah Amón, un sumo sacerdote cuya momia fue descubierta en 1879. En la tapa del sarcófago, una inscripción rezaba: “La cobra que está sobre mi cabeza se vengará con llamas de fuego a quien perturbe mi cuerpo. El intruso será atacado por bestias salvajes, su cuerpo no tendrá tumba y sus huesos serán lavados por la lluvia”. Esto lo narró el egiptólogo francíés Roger Garis, quien añadió una información significativa: la momia de Khapah Amón habí­a sido comprada por un coleccionista inglíés, Lord Harrington, quien murió poco despuíés durante un safari por el Sudán. Harrington fue aplastado por un elefante y su cuerpo abandonado en el lugar. Cuando se intentó recuperarlo, las fuertes lluvias habí­an borrado todo rastro de sus restos.


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Re: La maldición de los faraones
« Respuesta #3 en: Mayo 13, 2010, 07:09:53 pm »
Los memoriosos evocan tambiíén la tragedia del Titanic, el trasatlántico que naufragó en el Atlántico Norte en la noche del 14 de abril de 1912, tras chocar contra un gigantesco tíémpano. El hundimiento de ese buque, considerado insumergible, la extraña actitud asumida por su capitán durante el salvamento y muchos otros detalles dieron pábulo a muchas hipótesis sobre las cuasas del accidente. El Titanic llevaba a bordo 2.538 personas y una momia egipcia: el cuerpo embalsamado de una pitonisa de los tiempos de Amenofis IV, faraón que antecedió a Tutankhamón. La momia, propiedad de uno de los pasajeros del buque, Lord Canterville quien engrosó la lista de los 1.635 ahogados en el naufragio no viajaba en la bodega, sino detrás del puente de mando de la nave, a pocos metros del timón. Entre sus adornos y amuletos, la momia escondí­a una amenazante frase, grabada en un brazalete: “Despierta de tu postración y el rayo de tus ojos aniquilará a todos aquellos que quieran adueñarse de ti”.

Tras un largo perí­odo sin novedades, la maldición de la momia o, mejor dicho sus presumibles y malíéficos efectos pareció recobrar vigor en los últimos 25 años. En diciembre de 1966 morí­a atropellado por un auto el director del Departamento de Antigí¼edades del Museo de El Cairo, Mohammed Ibrahim. El hombre acababa de aceptar, a regañadientes, el traslado a Parí­s de una colección de objetos de arte de la tumba de Tutankhamón. La exposición se realizó finalmente en el Petit Palais parisino, en febrero de 1967. Se recuerda, todaví­a, que el avión que transportaba desde El Cairo el valioso cargamento de reliquias del faraón tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en Orly a raí­z de fallas en el sistema de frenaje.

Otros periplos del tesoro de Tutankhamón por el mundo no fueron accidentados. Como obedeciendo a un oscuro designio de no abandonar jamás el suelo egipcio, las exposiciones de esos tesoros en Londres (1972), Washington (1978) y Nueva York (1979) tambiíén arrojaron su saldo de desgracias menores y mayores, incluyendo tripulantes y aviones fulminados por infartos y guardianes de museo ví­ctimas de homicidio. La muestra realizada en el Museo Metropolitano fue particularmente castigada por episodios desgraciados, no todos dados a publicidad. Don Murray, uno de los guardianes de la sala principal, cayó enfermo el segundo dí­a de abierta la exposición, ví­ctima de la picadura de un insecto en la mejilla izquierda. La herida se le infectó y tuvo que ser hospitalizado. Otro empleado del Museo, Bill Rank, rodó por una escalera el dí­a de la inauguración, sufriendo fractura de pelvis y quedando inválido de por vida. Por esos mismos dí­as, Frank Trumbauer, jardinero en jefe del Museo, se lesionó seriamente un pie con la cortadora de cíésped, mientras su ayudante, James McPartland, era atropellado por un autobús mientras se dirigí­a a su trabajo, debiendo permanecer internado en un hospital por espacio de dos meses.

Mientras las teorí­as ocultistas siguen hablando de un malíéfico perpetuo y muchos cientí­ficos sonrí­en al escuchar tales hipótesis aduciendo que tantas coincidencias fatales fueron simplemente eso, coincidencias, un egiptólogo alemán, Rolf H.Knepler, de la Universidad de Berlí­n, observó no hace mucho un detalle en el que casi nadie habí­a reparado: se trata de un pequeño apoyo de hiero forjado que sostení­a la cabeza de la momia de Tutankhamón dentro del sarcófago. En el antiguo Egipto, recordó Knepler, los apoyos para las cabezas de las momias tení­an un significado muy especial. Sin mencionar siquiera el tema de la maldición, el profesor Knepler se limitó a leer un párrafo del Libro de los Muertos, escrito durante la Dinastí­a XVIII (a la que perteneció Tutankhamón), en el que se aludí­a al carácter ritual de los apoyacabezas en las momias. Dichos objetos, según el texto, llevaban implí­cita la siguiente invocación: “¡Levántate de la no-existencia, oh gran señor! ¡Derriba a tus enemigos, triunfa sobre tus profanadores!”.

lauramsagra

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Re: La maldición de los faraones
« Respuesta #4 en: Mayo 20, 2010, 03:14:33 pm »
http://www.google.es/url?sa=t&source=web&ct=res&cd=2&ved=0CBsQFjAB&url=http%3A%2F%2Fwww.egipto.com%2Fcgibin%2Fforum2004%2Fshowthread.php%3Ft%3D6722&rct=j&q=tutankamon+museo+del+cairo&ei=jzX1S8mrN-DbsAbx9vGFBg&usg=AFQjCNGyLlT5nxcTaLqAfNU9N_j-NRhGkw


Bueno como me ha parecido super-interesante he colgado este enlace,
Nosotros fuimos a Egipto en Diciembre del 2007, decir que quedamos fascinados con todo y lo recomiendo 100%
Si os apetece ir,  ni se os ocurra en los meses de calor 
Si de todo aprendo, no hay paso equivocado.😉