Por... Jason Taylor
En los últimos dos años, diversas naciones alrededor del mundo han implementado las políticas de estímulo fiscal más agresivas jamás vistas, al menos en tiempos de paz. Grecia, EE.UU., India y el Reino Unido, entre otros, tienen actualmente díéficit fiscales por encima del 10 por ciento del PIB. El promedio del díéficit para todos los países de Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCDE) es un asombroso 8,2 por ciento del PIB. Por supuesto, esta es la clásica respuesta “keynesiana†a una recesión económica —cuando la demanda del sector privado cae, el Estado debe llenar el vacío con el fin de evitar el colapso de la economía.
Históricamente, la noción de que díéficit enormes como los que hemos visto en los últimos dos años podrían contribuir a devolver a la economía al pleno empleo se basa en las experiencias de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Las economías volvieron al pleno empleo únicamente despuíés de que se dieron los díéficit de los tiempos de guerra. Por ejemplo, en EE.UU. los díéficit se encontraban entre el 21 por ciento y el 27 por ciento del PIB entre 1943 y 1945 (duplicando la proporción de díéficit a PIB que tenemos hoy) y el desempleo cayó de aproximadamente el 14 por ciento en 1939 a alrededor del 2 por ciento durante los tiempos de guerra.
Pero, ¿acaso la experiencia económica de la Segunda Guerra Mundial realmente brinda evidencia a favor de una política fiscal keynesiana? En un estudio publicado recientemente por el Cato Institute, Richard Vedder de la Universidad de Ohio y yo argumentamos que la verdadera lección económica de aquella íépoca yace en la experiencia de 1946, el año en que el “estímulo†económico de tiempos de guerra fue dramáticamente descontinuado.
Los economistas keynesianos de aquellos días argumentaban firmemente que si el gobierno dispersaba a las fuerzas armadas y frenaba la producción de armamentos, el desempleo aumentaría hasta llegar a los niveles de la era de la depresión. A pesar de dichas advertencias, el gobierno envió a casa a gran parte de los soldados, canceló los contratos de guerra y removió los controles económicos de años anteriores. Los pronósticos de que todo esto derivaría en un colapso económico no se hicieron esperar. En septiembre de 1945 los analistas predijeron que la tasa de desempleo estadounidense subiría a cualquier nivel entre el 12 y el 35 por ciento.
A pesar de estas advertencias el gasto público cayó de $84.000 millones en 1945 a menos de $30.000 millones para 1946, y para 1947 EE.UU. tuvo un superávit presupuestario de alrededor del 6 por ciento del PIB con el fin de pagar la deuda en que había incurrido durante la guerra. Fue el “Gran Desestímuloâ€â€”el vuelco más grande y expedito de un díéficit a un superávit en la historia. Y he aquí los resultados: A pesar de las predicciones populares a lo contrario, el desempleo se mantuvo por debajo del 4,5 por ciento entre 1945 y 1948.
¿Cómo sucedió esto? Los mercados laborales se ajustaron rápida y eficientemente una vez que fueron finalmente desencadenados Gran parte de los economistas reconocen hoy que la constante intervención estatal durante la díécada de los treinta, particularmente en los salarios, extendió la duración y profundidad de la Gran Depresión. Ciertamente la situación del empleo en la era de la posguerra se vio beneficiada cuando algunos trabajadores de tiempos de guerra salieron voluntariamente de la fuerza laboral y volvieron a las universidades o a sus roles de amas de casa. Pero aún así, los datos muestran que a pesar de un retiro sin precedentes del estímulo gubernamental en la economía, el empleo civil creció por más de 4 millones entre 1945 y 1947, en un momento en que los modelos keynesianos predecían que la creación de empleos caería dramáticamente.
La ironía es que hace tan solo tres años la política fiscal keynesiana era considerada como un callejón intelectual sin salida. La historia (a travíés un extenso acervo de investigaciones empíricas) ha demostrado que los estímulos fiscales son una medicina bastante ineficaz para sacar de problemas a una economía. Aún si para la díécada de los noventa la lección no había sido completamente comprendida, la experiencia de Japón durante su “díécada perdida†—cuando los enormes díéficit y la intervención estatal masiva condujeron al estancamiento económico— parecía echar tierra sobre el cadáver keynesiano. La tumba luego fue cavada por el secretario del Tesoro de Bill Clinton, Robert Rubin, quien puso de cabeza a la economía keynesiana al decir que los superávit, y no los díéficit, son los que estimulan la economía al mantener bajas las tasas de interíés.
Desde hace mucho tiempo los economistas han aseverado que la política fiscal keynesiana no logra generar trabajos o estimular el PIB ya que el gasto deficitario “desplaza†al gasto del sector privado al consumir recursos que de otra manera hubieran estado disponibles para el sector productivo. Simplemente no hay almuerzo gratis. De igual forma, el retiro del estímulo fiscal del gobierno no necesariamente equivale a píérdidas de empleos o a un PIB más bajo.
En momentos en que a travíés de Europa se implementan medidas de austeridad tendientes a reducir díéficit—y que por lo menos se están discutiendo en EE.UU. —las lecciones de 1946 brindan algo de alivio.
Jason Taylor es profesor de economía en la Universidad Central de Michigan