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El Zorro y Zeltia, la Bella Durmiente del Bosque Bursátil

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Zorro:
EL ZORRO Y ZELTIA, LA BELLA DURMIENTE DEL BOSQUE BURSíTIL

Aquel cálido e inusual Noviembre dio paso a otro completamente distinto. En pocas horas las temperaturas se tornaron otoñales y la lluvia hizo acto de presencia con intención de quedarse muchos, muchos dí­as.
La vida en el Bosque volví­a así­ a su normalidad estacional, algunos habitantes entraban nuevamente en letargo y otros, como el Zorro, seguí­an con su rutina diaria.
Aquella tarde lloví­a a mares y el cánido, convencido de que no lograrí­a nada marchando de caza, decidió acercarse a la casa del Búho, sabio del Bosque y viejo amigo del raposo:

- Búho, ¡Búhooo!, -llamaba el astuto habitante-.
- Si Zorro, si,  ya voy, ya voyyyy...
- ¡Hola amigo!, ¿quíé haces?.
- Leyendo un libro de viejas historias, Zorro.
- ¿Y son interesantes?.
- Por lo menos me entretienen, que tal como está el dí­a....
- Pues ya que estás y si no te importa, lee en voz alta para los dos y disfrutemos de esas historias

El Búho comenzó a leer:

Zeltia, la Bella Durmiente del Bosque Bursátil


Hace muchos, muchos meses, en un lejano y remoto reino bursátil viví­a una hermosa Princesa llamada Zeltia. Tal era su belleza que todos la adoraban y deseaban su amistad. De lejanas tierras llegaban a su reino multitud de pretendientes, para admirar su hermoso rostro y proponerle matrimonio. Pero ninguno merecí­a su aprobación, ni la de su padre. el poderoso y a veces odiado, Rey Sousa.

Todos hablaban de sus infinitas cualidades que prometí­an algo sin igual en aquellos parajes. Su fama iba de boca en boca y de reino en reino. Tales virtudes, despertaron la envidia de muchos.
Algunos, intentaron un acercamiento con oro, pero nunca era bastante para el Rey. El acaudalado Prí­ncipe Johnson de lejanas tierras, le planteó su maridaje, pero el ambicioso monarca tenia claro que venderí­a cara la virtud de su hija.

Los meses fueron pasando y Zeltia se convirtió en la estrella de los Bosques Bursátiles, era la más cotizada, la que todo el mundo querí­a tener, ¡el centro del universo!.

Tanta admiración y halagos, hicieron envanecerse a la Princesa.  Se miraba continuamente al espejo y buscaba cualquier signo de envejecimiento, ¡Algo imposible de localizar a sus dieciocho años!.
Zeltia, obsesionada con su belleza, pronto comenzó a untarse la cara todas las noches, con extrañas y rejuvenecedoras fórmulas secretas de la Bruja del reino.
Cierto dí­a, en la casa de la vieja hechicera, la heredera al trono husmeaba entre las pócimas, mientras Casandra le preparaba un tinte dorado para aumentar, aún más si cabe. la hermosura de su larga cabellera:

Zeltia: ¿Quíé es este potingue Bruja?
Bruja: ¡No lo toques joven Zeltia!, ese es un nuevo mejunje a base de algas y extraños animales de los mares. Lo llamo Joder-lis y aún no se que utilidad tiene. ¡Puede ser peligroso!.

La inquieta heredera hizo caso omiso a las recomendaciones de la vieja Bruja y......

- Zeltia: ¡Ohhh!, ¿quíé me está pasando....? -decí­a, mientras se desvanecí­a en segundos-.
- Bruja: ¡Ay mi Princesa!, ¡mi tesoro!, ¿quíé te ha pasado?. ¡Contíéstame Zeltia!, ¡háblame hermosa joven!.

Pero era inútil, la Princesa habí­a entrado en una especie de trance, un sueño profundo y misterioso del que era imposible rescatarla.

Informado su Majestad el Rey:

Rey Sousa: Te haríé azotar mil veces si no curas a mi hija.

La Bruja hizo todo lo posible por curar a la joven. Consultó todos sus libros de brujerí­a y magia, tanto blanca como negra, preparó mil y un bebedizos, más todo fue inútil. Nada curaba a la Bella Durmiente.
Por fin, un dí­a se acordó de que un poderoso hechicero de aquel reino, poseí­a un espejo mágico y a íél acudió en su desesperación:

- Bruja: ¡Oh espejo mágico!, dile a está Bruja el remedio para curar a la Princesa.
- Espejo Mágico: Nada de este reino la puede curar. Solo un beso en los labios de un Prí­ncipe enamorado, podrá despertarla de tan profundo sueño.
- Bruja: ¿Valdrá cualquier Prí­ncipe enamorado o tiene que ser alguien en especial?.
- Espejo Mágico: Hasta aquí­ puedo leer, Bruja. Esa es otra pregunta y solo contesto una por caso. Hasta otra ocasión, ¡estoy muy ocupado siguiendo el precio del oro!.
- ¡Ay el oro!, hasta al Espejo le interesa el amarillo metal.

La Bruja corrió a presencia del Rey con la buena nueva:

Bruja: Amado Rey, solo podrá curar a tu hija un beso en los labios de un Prí­ncipe enamorado.
Rey Sousa. ¿Quíé Prí­ncipe?. ¿De quíé reino?.
Bruja: ¡Tendrás que descubrirlo tu solo Rey Sousa!, el espejo no me dijo más.

El antaño envidiado Rey envió emisarios a todos los reinos con el mensaje de que entregarí­a la mano de su hija al Prí­ncipe que lograra despertarla.

Al entristecido reino fueron llegando Prí­ncipes de cercanas y lejanas tierras. Todos deseosos de besar aquellos frí­os y bellos labios, pero ninguno fue capaz de despertarla. Por su ataúd de cristal pasaron, entre otros muchos, el Prí­ncipe de las Casualidades, el Prí­ncipe del Análisis Tíécnico, el Prí­ncipe de lo Fundamental, el Prí­ncipe de la Manipulación Bursátil y hasta el Prí­ncipe de las Patentes. Pero sus besos no lograron despertar a la bella Zeltia de su aletargado y eterno sueño.

Los años fueron pasando y otro ciclo llegó a los mercados, algunos no olvidaban a su Princesa, pero la vida seguí­a y otras fueron llamando su atención. Pronto en el Reino se habló de la Princesa de Avanzit, de porte señorial y muy recuperada de su grave enfermedad financiera. Y otros, más osados, se inclinaban por la Princesa de Dogi, algo casquivana y traicionera, y por último, los amantes de lo foráneo pregonaban a los cuatro vientos que la que más prometí­a era la Princesa Reno de Medici.

Tanto tiempo pasó, que los habitantes del pequeño reino fueron olvidando a su Princesa. La hiedra prácticamente cubrí­a su bello y trasparente lecho y los dos guardianes que habí­a puesto el Rey Sousa para custodiarla, apenas le prestaban atención. Para aquellos jóvenes soldados, Zeltia era el pasado y hoy se entretení­an con otras bellas del lugar.

Un soleado dí­a, llegó al Reino un jinete extranjero, alto, de porte señorial y muy apuesto. ¡Nadie lo conocí­a!, buscó posada y cuadra para su caballo y pidió ricos alimentos para saciar su hambriento cuerpo. El posadero le llevó carne asada, un poco de queso, pan y una jarra de vino tinto. Finalizadas las viandas y ya disfrutando del exquisito vino, escuchó a unos vecinos de mesa la historia de Zeltia, la Bella Durmiente del Bosque, y decidió preguntar:

- Extranjero: Perdonad nobles habitantes, no he podido evitar escuchar la historia de la Bella Durmiente del Bosque, la Princesa Zeltia. Tengan ustedes la gentileza de indicarme donde está su ataúd de cristal.
- Vecino de Mesa: Pareces extranjero, pero noble y caballeroso te veo, ¡gustoso te indicaríé el lugar!....
- Extranjero: ¡Agradecido quedo de vuestra amabilidad!.

Al amanecer, el Extranjero pagó al posadero y partió con su corcel, rumbo al lecho de la Bella Durmiente de aquel reino.
Pasadas unas horas de dura galopada y de preguntar varias veces a distintos lugareños si estaba en la dirección correcta, por fin llegó a su destino.

- Soldado 1: ¡Alto!, ¿quien va?
- Extranjero: Soy un viajero de lejanas tierras, que viene a ver a la Princesa Durmiente.
- Soldado 2: Bienvenido seáis, noble caballero, sois el primero que se acerca por aquí­ en varios años. Ahí­ teníéis el ataúd de cristal, en el está la Bella .
- Extranjero: Agradezco vuestra bondad y gentileza.

El jinete descabalgó de su bravo corcel y les rogó a los soldados que levantaran la tapa del ataúd para contemplar a Zeltia:

- Soldado 1: ¿Acaso vos sois un Prí­ncipe?.
- Soldado 2: ¡Y quíé más da!, ¡si a íésta no la despierta nadie!.

Los dos vigilantes levantaron la cristalina cobertura y el Extranjero se quedó tan prendado de la belleza de la Princesa, que no pudiendo resistirse, la besó en los labios y...:

- Zeltia: ¡Quíé ha pasado, donde estoy!
- Extranjero: Nada temáis Princesa, soy Dólar, el Prí­ncipe del Dinero y acabáis de despertar de un largo sueño.

La Bella Princesa miró a su apuesto salvador y sonriendo le dijo:

- Zeltia: Llevadme noble y gentil Prí­ncipe ante la presencia de mi padre, el Rey Sousa.
- Prí­ncipe del Dinero: Cumpliríé gustoso vuestros deseos Bella Zeltia.

Ya en presencia del Rey:

- Rey Sousa: ¡Quíé suenen las trompetas y tambores de todo el reino!,  ¡hoy es dí­a de júbilo!. ¡Quíé los estruendos de los cañones se oigan más allá de mis dominios!. ¡Mi hija ha vuelto a la vida y el Prí­ncipe del Dinero será su esposo y mi bien amado yerno!.

El Rey indicó a sus sirvientes que prepararan la boda, cuya celebración duró más que la de Tom Cruise y Katie Holmes.

El Rey Sousa estaba felicí­simo de tener un yerno tan pudiente, Zeltia por fin habí­a encontrado su perfecto caballero blanco y el Prí­ncipe del Dinero, consciente de que no solo el oro da la felicidad, pensaba:

Prí­ncipe del Dinero: En Zeltia tengo a la más hermosa de todas, con el Rey Sousa gano un gran aliado y el oro..., ¡que más da!. ¡En algo hay que meterlo!.

¡Y todos vivieron muy felices durante muchos, muchos años!.

                                                 FIN

- Búho: ¿Quíé, te ha gustado?.
- Zorro: Viejo amigo, de Zeltia hace años que solo oigo cuentos y cuentos, pero lo que si es verdad, es que solo la despertará el Principe del Dinero, íése, ¡nunca falla!.

El sabio del Bosque miró con sus brillantes e inmensos ojos al Zorro, íéste lo miró a íél y los dos rompieron en carcajada:

Búho: Ja, ja, ja. Y que lo digas Zorro, y que lo digas.
Zorro: Je, je ,je. En Bolsa, lo que no pueda curar el Prí­ncipe del  Dinero....

                                 

Reservados todos los derechos.

hercul:
 :015: :008:

Emilio:
Como siempre es placer leerte, un saludo

Jaime:
Muy entretenido Zorro, un saludo!!

carlos88:
sera foxinver el principe del dinero :016: :016:
muy bueno zorro
saludos

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