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Autor Tema: Me caí­ del mundo y no síé por donde se entra.  (Leído 361 veces)

Corealso

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Me caí­ del mundo y no síé por donde se entra.
« en: Agosto 02, 2010, 10:19:48 pm »
SOLO EL TíTULO MERECERíA UN PREMIO.
   
(Para mayores de 40)   pero deberí­an leerlo todos los que sepan leer.     
                                 
Eduardo Galeano, periodista y escritor uruguayo.

     Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

    No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los crí­os, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.

    Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.

    ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo síé. A nuestra generación siempre le costó tirar las cosas. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así­ anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.

    ¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí­ del mundo y ahora no síé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora estíé bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

    ¡Guardo los vasos desechables!

    ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

    ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

   Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!

    ¡Es más!
    ¡Se compraban para la vida de los que vení­an despuíés!
    La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.
    Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que habí­a en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres veces.

    ¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí­!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

    ¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?
     ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?
    ¿Quiíén arregla los cuchillos elíéctricos? ¿El afilador o el electricista?
    ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
    Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.

    El otro dí­a leí­ que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
    El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogí­a la basura!!
    ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!
    Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)

    No existí­a el plástico ni el nylon. La goma sólo la veí­amos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan .
    Los pocos desechos que no se comí­an los animales, serví­an de abono o se quemaban. De 'por ahí­' vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo'.Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no,  eres un arruinado. Así­ el coche que teníés estíé en buen estado . Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!!  Pero por Dios.

    Mi cabeza no resiste tanto.

    Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.

    Y a mí­ me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que serví­a y lo que no. Porque algún dí­a las cosas podí­an volver a servir. Le dábamos críédito a todo.

    Si, ya lo síé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron quíé cosas nos podí­an servir y quíé cosas no. Y en el afán de guardar (porque íéramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardí­n de infantes y no síé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

    ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

    En casa tení­amos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para quíé?! Hací­amos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertí­an en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

    Cuando el mundo se exprimí­a el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertí­an en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabí­amos bien si habí­a que darles calor o frí­o para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podí­amos creer que algo viviera menos que un jazmí­n.

    Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Serví­an para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los dí­as de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver.. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

    Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guí­as de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traí­a el cuentagotas y los fósforos usados porque podí­amos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decí­a 'íéste es un 4 de bastos'.

    Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa.

    Yo síé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así­ como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!

    Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertí­a en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y despuíés tire la copita', nosotros dijimos que sí­, pero, ¡¡¡minga que la í­bamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta telíéfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.

    Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomíésticos son desechables; que tambiíén el matrimonio y hasta la amistad son descartables.

    Pero no cometeríé la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efí­mero.. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo,pegatina en el cabello y glamour.

    Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendrí­a que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.
     Eduardo Galeano




hercul

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Re: Me caí­ del mundo y no síé por donde se entra.
« Respuesta #1 en: Agosto 03, 2010, 02:42:46 pm »
Es uno de mis escritores favoritos. Critico escribiendo...Viva la "economia sostenible"...si es que existe
Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo