En alguno de estos seis lugares debe seguir el tesoro –o tesoros– riíéndose de todos los incautos que se han acercado por sus lindes sin las adecuadas protecciones físicas y psíquicas, pues por algo dice la leyenda que ese dinero está maldito. En febrero de 2000 una expedición norteamericana, dirigida por el arqueólogo Barry Clifford, halló los restos hundidos del barco de Kidd, el Adventure, objeto de deseo de los buscadores de tesoros, cerca de la costa de Madagascar. Pero ahí tampoco estaba el tesoro...
Tesoros piratas
¿Dónde iban a parar los suculentos sacos de doblones rapiñados por piratas de la talla de Francis Drake, Morgan, Kidd, Barbanegra y compañía? La mayor parte pasaba a engrosar las arcas de los reyes de Francia e Inglaterra; el resto era alegremente gastado en ron o enterrado en alguna isla desierta del Pacífico o del Atlántico "como la isla de la Tortuga" para apartarlo de la codicia de otros corsarios en espera del momento para recobrarlo. Pero casi nunca sucedía porque morían en refriegas o ejecutados como hemos visto con Kidd. Ello alimentó la leyenda de que existían ciertos lugares recónditos cuyo suelo escondía la llave de la fortuna. ¿Y si todo no fueran leyendas? La memoria y un roído mapa era lo único que serviría para encontrar algún día el botín si antes localizaban las señales de la escurridiza "X" del lugar de enterramiento. Dos ínsulas en concreto fueron el objetivo primordial, no de uno sino de varios piratas y bucaneros para enterrar sus respectivos tesoros, con o sin su mapa correspondiente. Una de ellas es la mencionada isla de Coco, de 24 km2, perdida en el ocíéano Pacífico, a 300 km de Costa Rica, donde habría al menos cuatro tesoros escondidos. A saber:
1.- El del capitán inglíés Edward Davis, que amasó una fortuna saqueando ciudades costeras desde Míéxico a Ecuador. Llegó a la isla en 1685 en el Bachelor’s Delight y depositó su mercancía.
2.- El de Bennett Graham, que en 1818 se apoderó de un cargamento de oro procedente de Acapulco. Hasta allí dirigió su nave y se perdió su pista.
3.- El de Benito Bonito, un portuguíés que se apodaba “espada sangrientaâ€. Con su nave Ligning arribó a esta isla en 1820 y dejó su fortuna bajo tierra o en alguna cueva.
4.- El fabuloso tesoro de Lima, un inmenso botín amasado por las autoridades civiles y religiosas españolas en los tres siglos de ocupación del Perú que entregaron insensatamente en 1825 al marino escocíés William Thompson para que lo guardara, a cambio de un porcentaje tras rendirse la ciudad a las tropas de Bolívar.
Cuando Thompson levó anclas del puerto de El Callao a bordo del Mary Dear no tenía ninguna intención de cumplir con lo estipulado y puso rumbo a la isla de Coco, donde lo enterró en lugar secreto. Ninguno de los piratas citados pudo disfrutar de los tesoros que escondieron en el remoto lugar, por eso es probable que sigan allí, intactos. Desde entonces han sido buscados con tesón por diversos cazafortunas, pero nunca han aparecido…