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Autor Tema: Muerte por globalización...  (Leído 335 veces)

OCIN

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Muerte por globalización...
« en: Septiembre 13, 2010, 11:03:15 am »
Por...  Paul Craig Roberts


El artí­culo principal del último número es El gran debate sobre el estí­mulo (1) ¿Contribuye el estí­mulo fiscal de Obama a la mejora de la economí­a o es un obstáculo para íésta?

El profesor de economí­a de Princeton y columnista del New York Times Paul Krugman y el jefe economista de Moody's Analytics Mark Zandi representan la perspectiva keynesiana según la cual el gasto de público a cuenta del díéficit es necesario para sacar la economí­a de la recesión. Zandi afirma que gracias al estí­mulo fiscal la economí­a ha hecho enormes progresos desde principios de 2009, una opinión compartida por el Consejo presidencial de asesores económicos y la Oficina de Presupuestos del Congreso.

El punto de vista opuesto, defendido por el profesor de economí­a de Harvard Robert Barro y otros economistas europeos como Francesco Giavazzi y Pagano Marco así­ como el Banco Central Europeo, asegura que los excedentes presupuestarios logrados por el Gobierno mediante el recorte del gasto estimulan la economí­a al reducir la ratio de la deuda respecto al producto Interno bruto. Se trata de la escuela de economí­a del tipo “[si no tienen pan,] que coman torta.”

Barro asegura que el estí­mulo fiscal no tiene ningún efecto, porque la gente anticipa los futuros incrementos fiscales que implica el díéficit público y aumenta su ahorro personal para compensar la deuda pública. Giavazzi y Pagano llegan a la conclusión de que, dado que el estí­mulo fiscal no se extiende a la economí­a, la austeridad fiscal basada en un aumento de los impuestos y una reducción del gasto público podrí­a ser la cura para el desempleo.

Si uno pasa por alto el mundo real y la necesidad vital de obtener un sustento, uno puede llegar a encandilarse con este debate. Sin embargo, en cuanto uno mira el mundo por la ventana se da cuenta de que los recortes de la Seguridad Social, Medicare, Medicaid, los cupones de comida y los subsidios a la vivienda en un momento en que 15 millones de estadounidenses han perdido sus empleos, su cobertura míédica y sus hogares significan un camino seguro a la muerte por inanición, enfermedades curables o congelación, además de la píérdida de los insumos de mano de obra productiva de 15 millones de personas. Aunque algunos defensores de esta polí­tica anti keynesiana niegan que díé lugar a trastornos sociales, la observación de Gerald Celente está más cerca de la realidad: “Cuando la gente no tiene nada que perder, lo pierde.”

La escuela keynesiana Krugman es igualmente ilusa. Ninguna de las partes participantes en El gran debate sobre el estí­mulo tiene idea de que el problema de los EE.UU. sea que una gran parte de su PIB y los empleos, ingresos y carreras profesionales ligadas a íéste han sido trasladados a ultramar y entregados a chinos, indios y otros trabajadores extranjeros de bajo nivel de salarios. Los beneficios se han disparado en Wall Street, mientras que las perspectivas de empleo para la clase media han quedado destruidas.

La deslocalización de empleo en Estados Unidos fue resultado, en primer lugar, de las presiones de Wall Street para obtener “rendimientos accionariales más altos”, es decir, más beneficios, y, en segundo, de la influencia de economistas descerebrados, como los que participan en el debate sobre el estí­mulo fiscal, que asocian erróneamente la globalización con el libre comercio en lugar de su antí­tesis: la búsqueda de un factor de más bajo costo en el extranjero o factor de ventaja absoluta, lo contrario de la ventaja comparativa que es la base de la teorí­a del libre comercio. Incluso Krugman, que tiene algunas credenciales como teórico del comercio ha caí­do en trampa de igualar la globalización al libre comercio.

Como los economistas suponen, erróneamente según las teorí­as del comercio más recientes como las de Ralph Gomory y William Baumol, que el libre comercio siempre es mútuamente beneficioso, no han podido examinar los devastadores efectos nocivos de la deslocalización. Los más inteligentes de entre ellos que señalan este elemento son descartados con el sambenito de “proteccionistas”.

La razón de que los estí­mulos fiscales no puedan salvar la economí­a de estadounidense no tiene nada que ver con la diferencia entre Barro y Krugman. Tiene que ver con el hecho de que un gran porcentaje de empleos de alta productividad y alto valor añadido, y los ingresos y las carreras profesionales de la clase media se han entregado a personas de otros paí­ses. Lo que antes era PIB de EE.UU. es ahora PIB de China, India y otros paí­ses.

En los casos en que los empleos han sido trasplantados al extranjero, el estí­mulo fiscal no es una llamada a la vuelta al trabajo de los trabajadores con el fin de satisfacer la demanda de consumo creciente. Si el estí­mulo fiscal tiene algún efecto, será el estí­mulo del empleo en China y la India.

La escuela económica del tipo “que coman torta” está igualmente equivocada. A medida que la inversión, la investigación, el desarrollo tecnológico, etc. han sido trasladados a otros paí­ses, el recorte de derechos económicos simplemente hunde a la población nacional todaví­a más. Los estadounidenses no pueden pagar sus hipotecas, plazos del coche, matrí­culas escolares, facturas de servicios públicos o para el caso cualquier factura, sobre la base de las escalas salariales de China e India. Por lo tanto, los estadounidenses son expulsados del mercado de trabajo y se convierten en dependientes del presupuesto federal. La “consolidación fiscal” significa la cancelación de un gran número de seres humanos.

Durante la Gran Depresión, muchos asalariados eran reciíén llegados al mercado de trabajo, procedentes de explotaciones agrí­colas familiares, donde muchos padres y abuelos seguí­an ganándose la vida. Cuando sus puestos de trabajo en la ciudad desaparecieron, muchos pudieron volver al campo.

Hoy la agricultura está en manos de la agroindustria. No hay granjas a las que los desempleados puedan regresar.

La escuela económica “que coman torta” nunca menciona el único punto a su favor. Estados Unidos, con toda su inflada fuerza e importancia, depende del dólar como moneda de reserva. Es este papel del dólar lo que permite a Estados Unidos pagar sus importaciones en su propia moneda. Para un paí­s cuyo comercio es tan desequilibrado como el de Estados Unidos, este privilegio es lo que mantiene el paí­s a flote.

Las amenazas al papel del dólar son los díéficit presupuestario y comercial. Ambos son tan grandes y se han acumulado durante tanto tiempo que la perspectiva de corregirlos se ha evaporado. Como he escrito desde hace ya años, EE.UU. es tan dependiente del dólar como moneda de reserva que se ve obligado a tener como principal objetivo de sus polí­ticas la preservación de este papel. De lo contrario, al ser un paí­s dependiente de las importaciones, no será capaz de pagar por el exceso de importaciones sobre las exportaciones.

La “consolidación fiscal”, nuevo nombre dado a la austeridad, podrí­a salvar el dólar. Sin embargo, a menos que el objetivo a alcanzar sea el hambre, la falta de vivienda y la agitación social, la austeridad debe recaer sobre el presupuesto militar. Estados Unidos no puede permitirse el lujo de mantener sus guerras, que le cuestan millones de millones de dólares, y que sólo sirven para enriquecer aún más a los inversores en la industria de armamentos. EE.UU. no puede permitirse el sueño neoconservador de una hegemoní­a mundial y un Oriente Medio vencido y abierto a la colonización israelí­.

¿Sorprende a alguien que ni uno solo de los defensores de la escuela “que coman torta” mencione la reducción del gasto militar? Los derechos económicos, a pesar del hecho de que son pagados por impuestos destinados a este fin especí­fico y de que han registrado superávit desde la íépoca de Ronald Reagan, son siempre lo que los economistas ofrecen a la guillotina.

¿Y quíé opinan ambas escuelas respecto al dilema entre inflación o deflación? No tenemos que preocuparnos. Martin Feldstein, uno de los economistas de primera fila de Estados Unidos afirma: “La buena noticia es que los inversores no deberí­an preocuparse por ninguna de las dos.” Su explicación resume bien la despreocupación de los economistas estadounidenses.


Hiperinflación y elevado desempleo

Feldstein dice que no puede haber inflación debido a la alta tasa de desempleo y la baja tasa de utilización de la capacidad. Por lo tanto, “hay poca presión al alza sobre los salarios y los precios en Estados Unidos.” Además, “el reciente aumento en el valor del dólar respecto al euro y la libra ayuda a reducir los costos de importación.”

En cuanto a la deflación, no hay riesgo tampoco ahí­. El enorme díéficit impide la deflación, “por lo que la buena noticia es que la posibilidad de una inflación o una deflación significativas en los próximos años figura en un lugar bajo en la lista de riesgos económicos que enfrenta la economí­a de EE.UU. y los inversores financieros.”

Tenemos ante nosotros una profesión económica desconocedora. Puede haber un perí­odo inicial de deflación a medida que las existencias de viviendas y los precios bajan con la economí­a, que están bajando y no subiendo. La deflación será de corta duración, porque como el díéficit del gobierno aumenta con la economí­a en declive, la perspectiva de financiar un díéficit de dos billones de dólares anuales se evapora una vez que los inversores individuales han completado su huida del mercado de valores a los bonos “seguros” del Estado, una vez que las crisis griega, española e irlandesa, anunciadas a bombo y platillo, han propiciado el traslado de los inversionistas del euro al dólar, y una vez que las excesivas reservas de los bancos creadas por el plan de rescate se han utilizado en la compra de bonos del Tesoro.

Así­ pues, ¿cómo se financia el díéficit? No busque una respuesta a uno y otro lado del gran debate del estí­mulo. No tienen ni idea, a pesar de que la respuesta es obvia.

La Reserva Federal monetizará el díéficit del gobierno federal, y el resultado será una elevada inflación –posiblemente hiperinflación– y un elevado desempleo, de forma simultánea.

El establishment de la economí­a descerebrada no tiene una respuesta de polí­tica económica para evitar la gran debacle, suponiendo que sean capaces de reconocerla.

Los economistas que han pasado sus vidas profesionales racionalizando la globalización como algo bueno para Estados Unidos no tienen ni idea del desastre que han provocado.


Paul Craig Roberts fue secretario adjunto del Tesoro en el gobierno de Ronald Reagan y redactor jefe del Wall Street Journal. La crí­tica económica esbozada en este artí­culo está desarrollada en su más reciente libro How the Economy Was Lost (Cómo perdimos la economí­a).

Puede contactarse en: paulcraigroberts@yahoo.com 


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