Por... Carlos Tobar
Otra vez se están acumulando indicios que llevan a pensar en una nueva recesión de la economía mundial. El más reciente lo dio esta semana Nouriel Roubini el economista norteamericano que presagió la pasada crisis, quien dijo que si el panorama seguía como va se quebrarían la mitad de los bancos de ese país.
A menos de tres años de la última bancarrota del sistema financiero mundial, originada en el país emblemático del capitalismo de hoy, los Estados Unidos, las economías de todos los continentes, pero especialmente en este país y Europa, ven flaquear las díébiles estructuras de la recuperación. No obstante que los gobiernos y los bancos centrales de todos los países –particularmente los grandes incluyendo a China–, inyectaron cientos de miles de millones de dólares para tratar de salvar a los especuladores financieros –los modernos piratas de la economía–, y al sector real de la economía monopolista (industria, agricultura y servicios), tambiíén atenazado y esquilmado por el capital financiero, los índices de desempleo aumentan imparables, mientras de manera consiguiente, se deprimen los índices de consumo. Se ha llegado así al peor de todos los mundos. Asoma insaciable la deflación, ese mal del capitalismo que suma deflación y recesión.
¿Por quíé se suceden estos fenómenos críticos con mayor frecuencia e intensidad? Todas las crisis del capitalismo son originadas en la sobreproducción como lo señalara sabia y premonitoriamente el viejo Marx. Abundancia de productos y escasez de compradores, esa es la contradicción. Esta situación se ve en todos los productos y servicios, que hoy se ofrecen en cantidades impensables en el pasado reciente, con precios cada vez más bajos e, inexplicablemente, menos compradores.
La reducción de la demanda tiene entre sus causas la creciente competencia entre los grandes monopolios –especialmente los financieros–, por los mercados del mundo, pero sobre todo por la tendencia creciente del capital a florecer a costa de las fuerzas de trabajo. Desde siempre esta ha sido una característica fundamental del capitalismo: a más ganancias menos retribución para el trabajo y, en consecuencia, a menos capacidad de compra de los trabajadores menos consumo.
Esta tendencia voraz del capitalismo se ha acentuado durante los últimos 20 años. El neoliberalismo es la corriente económica que expresa sus intereses. La fórmula: reducir los costos al capital y universalizarlo. Así se eliminaron los controles a la circulación del capital, se le eliminaron los impuestos que se trasladaron al sector real de la economía y a las fuerzas de trabajo y se abrieron, mediante el libre comercio, los mercados de todos los países pobres a los negocios del capital financiero que terminó saqueando trabajo, recursos naturales y ahorro.
Con menores ingresos nacionales al perderse los provenientes de los impuestos al comercio exterior y a los monopolios, que con el prurito de las garantías a la inversión se redujeron hasta su casi extinción, a las sociedades no les quedó más remedio que aplicar las recetas del FMI y el Banco Mundial de reducir los beneficios laborales, conseguidos por los trabajadores en más de cien años de lucha.
Hoy las huelgas en Europa se originan en los planes de ajuste donde los trabajadores ven reducidas sus pensiones, congelados o reducidos sus salarios, privatizados los servicios de salud y educación, así como los servicios públicos, etc. Les están aplicando las mismas recetas que nos aplicaron a los países en desarrollo en la díécada pasada. El resultado será una exacerbación de la crisis. Preparíémonos a ver grandes convulsiones.