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Autor Tema: El Sermón de la montaña  (Leído 1119 veces)

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El Sermón de la montaña
« en: Septiembre 23, 2010, 08:38:10 pm »
EL SERMON DE LA MONTAí‘A





Las bienaventuranzas

1 Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a íél sus discí­pulos.

2 Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:

3 Bienaventurados los pobres en espí­ritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

4 Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.

5 Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.

6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

8 Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

9 Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

10 Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

11 Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. 12 Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así­ persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.

La sal de la tierra

13 Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con quíé será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.

La luz del mundo

14 Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. 15 Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. 16 Así­ alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

Jesús y la ley

17 No pensíéis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. 18 Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. 19 De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así­ enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, íéste será llamado grande en el reino de los cielos. 20 Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraríéis en el reino de los cielos.

Jesús y la ira

21 Oí­steis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. 22 Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. 23 Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí­ te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja allí­ tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcí­liate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. 25 Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con íél en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. 26 De cierto te digo que no saldrás de allí­, hasta que pagues el último cuadrante.

Jesús y el adulterio

27 Oí­steis que fue dicho: No cometerás adulterio. 28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. 29 Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y íéchalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. 30 Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y íéchala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.

Jesús y el divorcio

31 Tambiíén fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. 32 Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.

Jesús y los juramentos

33 Además habíéis oí­do que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. 34 Pero yo os digo: No juríéis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; 35 ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalíén, porque es la ciudad del gran Rey. 36 Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. 37 Pero sea vuestro hablar: Sí­, sí­; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.



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Re: El Sermón de la montaña
« Respuesta #1 en: Septiembre 23, 2010, 08:42:04 pm »
El amor hacia los enemigos

38 Oí­steis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. 39 Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuíélvele tambiíén la otra; 40 y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, díéjale tambiíén la capa; 41 y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con íél dos. 42 Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.

43 Oí­steis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. 44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. 46 Porque si amáis a los que os aman, ¿quíé recompensa tendríéis? ¿No hacen tambiíén lo mismo los publicanos? 47 Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿quíé hacíéis de más? ¿No hacen tambiíén así­ los gentiles? 48 Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.

Jesús y la limosna

1 Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendríéis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.

2 Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. 3 Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, 4 para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.


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Re: El Sermón de la montaña
« Respuesta #2 en: Septiembre 23, 2010, 08:43:20 pm »
Jesús y la oración

5 Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. 6 Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.

7 Y orando, no usíéis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrerí­a serán oí­dos. 8 No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de quíé cosas teníéis necesidad, antes que vosotros le pidáis. 9 Vosotros, pues, oraríéis así­: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. 10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así­ tambiíén en la tierra. 11 El pan nuestro de cada dí­a, dánoslo hoy. 12 Y perdónanos nuestras deudas, como tambiíén nosotros perdonamos a nuestros deudores. 13 Y no nos metas en tentación, mas lí­branos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amíén. 14 Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará tambiíén a vosotros vuestro Padre celestial; 15 mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.

Jesús y el ayuno

16 Cuando ayuníéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. 17 Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, 18 para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.

Tesoros en el cielo

19 No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orí­n corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; 20 sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orí­n corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. 21 Porque donde estíé vuestro tesoro, allí­ estará tambiíén vuestro corazón.

La lámpara del cuerpo

22 La lámpara del cuerpo es el ojo; así­ que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; 23 pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así­ que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?

Dios y las riquezas

24 Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podíéis servir a Dios y a las riquezas.

El afán y la ansiedad

25 Por tanto os digo: No os afaníéis por vuestra vida, quíé habíéis de comer o quíé habíéis de beber; ni por vuestro cuerpo, quíé habíéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? 26 Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valíéis vosotros mucho más que ellas? 27 ¿Y quiíén de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? 28 Y por el vestido, ¿por quíé os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; 29 pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así­ como uno de ellos. 30 Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así­, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? 31 No os afaníéis, pues, diciendo: ¿Quíé comeremos, o quíé beberemos, o quíé vestiremos? 32 Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que teníéis necesidad de todas estas cosas. 33 Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.

34 Así­ que, no os afaníéis por el dí­a de mañana, porque el dí­a de mañana traerá su afán. Basta a cada dí­a su propio mal.

El juzgar a los demás

1 No juzguíéis, para que no seáis juzgados. 2 Porque con el juicio con que juzgáis, seríéis juzgados, y con la medida con que medí­s, os será medido. 3 ¿Y por quíé miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? 4 ¿O cómo dirás a tu hermano: Díéjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí­ la viga en el ojo tuyo? 5 ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.

6 No deis lo santo a los perros, ni echíéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen.

La oración, y la regla de oro

7 Pedid, y se os dará; buscad, y hallaríéis; llamad, y se os abrirá. 8 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. 9 ¿Quíé hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? 10 ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? 11 Pues si vosotros, siendo malos, sabíéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? 12 Así­ que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así­ tambiíén haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.

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Re: El Sermón de la montaña
« Respuesta #3 en: Septiembre 23, 2010, 08:44:57 pm »
La puerta estrecha

13 Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; 14 porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.

Por sus frutos los conoceríéis

15 Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. 16 Por sus frutos los conoceríéis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? 17 Así­, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. 18 No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. 19 Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. 20 Así­ que, por sus frutos los conoceríéis.

Nunca os conocí­

21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22 Muchos me dirán en aquel dí­a: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23 Y entonces les declararíé: Nunca os conocí­; apartaos de mí­, hacedores de maldad.

Los dos cimientos

24 Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararíé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. 25 Descendió lluvia, y vinieron rí­os, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. 26 Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararíé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; 27 y descendió lluvia, y vinieron rí­os, y soplaron vientos, y dieron con í­mpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.

28 Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; 29 porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.





(Del Evangelio de San Mateo)