Cerebro engañoso
–Y en el momento de volver a la vida, ¿quíé sienten?
–Pesadumbre, cansancio, dolor... Muchos hablan del peso del cuerpo físico, de lo terrible que resulta despuíés de haber conocido el otro estado, el gaseoso o el gelatinoso (a decir de algunos). Pero tambiíén me dijeron que había sido una sensación momentánea, que muy pronto se alegraron de estar aquí y de haber madurado tanto en tan poco tiempo.
–¿Dónde cree usted que han estado estas personas?
–¡Menuda pregunta! Tal vez te decepcione saber que mi mente cartesiana no tiene una respuesta. Entre todas mis lecturas tambiíén estuvieron las más científicas, las que hablan de las sustancias químicas que genera el cerebro para que sintamos bienestar cuando nos estamos muriendo o quíé pasa en nuestras córneas para que se contraigan de modo que veamos la luz al final del túnel y el túnel mismo, o quíé mecanismos cercanos al delirio nos llevan a tener visiones o a escuchar voces... De algún modo nuestro cerebro nos engaña para ayudarnos a que el final sea más dulce. Eso es lo que dicen algunos neurólogos. Otros afirman que la ciencia se refugia en ese tipo de argumentos para no tener que admitir que hay fenómenos inexplicables. Yo me alimento de las dudas. Y cuando escribo prefiero generar preguntas en lugar de respuestas.
–¿Hubo algún niño entre sus entrevistados?
–Hubo un joven que sufrió una ECM con ocho años. Estuvo tres meses en coma y despertó al escuchar una canción que le cantaban sus compañeros de clase. Fue uno de los testimonios más emocionantes.
–Care, ¿a partir de haber experimentado una ECM alguno de sus entrevistados dice creer ahora en la reencarnación?
–Ninguno la nombró, aunque yo no mostríé interíés por ese aspecto. Los libros de Raymond Moody (MíS ALLí, 43, 47, 54, 100 y 221) en los que se habla de la reencarnación no son sus primeros trabajos, que eran los que me interesaban. Moody es una figura muy controvertida. Posteriormente se arrepintió de lo que había dicho sobre las ECM y le echó la culpa a sus editores. Creo que no es criticable que no le tomemos muy en serio en esa etapa. Sus experimentos con cámaras negras y lucecitas no me interesan. Sí, en cambio, su estudio sobre las ECM, su primer trabajo antes de que se hiciera famoso y los editores lo tentaran con sumas astronómicas.
–Tras escuchar todas estas experiencias, ¿se puede creer más en el alma y la reencarnación?
–Depende de cada cual. Yo estoy igual que estaba, solo que con más dudas. Y con más conocimientos sobre las personas, que me interesan más que cualquier otra cosa.
–Según lo que usted ha visto, ¿cómo se toma la comunidad míédica este tema?
–Hay posturas que van desde el rechazo más frontal al convencimiento más absoluto, pasando, claro está, por un prudente escepticismo. En nuestro país no es común encontrar neurólogos que crean que el estudio de las ECM es científico. Fuera, en Estados Unidos o Reino Unido, ya es otra cosa. Pero incluso allí estos científicos, como Sam Parnia, al igual que le sucedió en su día a Elisabeth Kí¼bler-Ross (MíS ALLí, 47, 185 y 188), siempre tienen que enfrentarse a un grupo de detractores que no tienen en consideración su trabajo. Me temo que estamos a años luz de que las cosas cambien en ese sentido.
–Hace tiempo escuchíé testimonios de hombres a los que les aterrorizaba morir porque sus ECM mostraban demonios y un infierno en vez de la apacible luz. ¿Ha sabido de algo de esto?
–Ninguno de mis entrevistados me ha contado experiencias negativas y me consta –por la bibliografía que he consultado– que no son en absoluto comunes. Pero no soy una especialista, claro, solo una lectora muy curiosa y muy aplicada a quien el asunto le interesaba lo suficiente como para escribir sobre íél.